Al bajar las escaleras de casa esta mañana pensaba en escribir sobre la buena noticia de la semana, la adjudicación a un consorcio español del proyecto de construcción del AVE de Medina a La Meca, una obra inmensa con un presupuesto de cerca de 6.000 millones de euros, que generará empleo en Arabia Saudí y, mucho, en España, y que es un éxito de nuestras empresas, imagen y marca de país. Sin embargo, de camino al metro, he visto en la calle un montón de ambulancias, luces de emergencia y personas de uniforme dando vueltas y he sospechado que algo raro, malo si lo prefieren, había pasado. No he ido a curiosear y me he metido en el metro.
Y es entonces cuando me he dado cuenta de que algo ha pasado, porque la estación de metro de mi barrio estaba cerrada. Un vigilante de seguridad impedía el acceso a los tornos e indicaba el camino de salida. Así, a la hora habitual de ir sobre raíles, estaba andando por la calle principal de mi barrio camino hacia la estación más cercana, junto con mucha gente que, como yo, se había visto sorprendida por el cierre de la instalación. Menos mal que no llovía como ayer, porque de lo contrario el paseo podría haber acabado en la calada del año. Bajando hacia el destino alternativo íbamos muchos, algunos con paso firme y otros desorientados, que se notaba estaban más acostumbrados a su rutina y la ruptura de la misma les había trastocado. El otro día salió una noticia en el telediario que decía que un 25% de los conductores españoles han conducido alguna vez de manera automática, sin darse cuenta de lo que estaban haciendo. Salió el caso de un señor diciendo que, al poco de cambiar de casa, en uno de sus viajes del trabajo al hogar acabó en frente al portal de su antigua vivienda y una vez allí se preguntó qué narices había hecho. Y andando, o en muchas otras facetas, nos pasa lo mismo, Ponemos una especie de piloto automático y a veces no somos ni conscientes de en qué estación de metro nos cambiamos, qué parada de autobús escogemos o cuáles son los comercios que hay en las calles por las que transitamos en nuestros rutinarios caminos de ida y vuelta al trabajo. Supongo que será una cuestión de adaptación, de ahorro mental o de que como somos animales de costumbres disfrutamos de las mismas y nos fabricamos rutinas que nos dejan unos minutos de descanso en el día a día. Sea por lo que fuerte en ocasiones como las de hoy, por un suceso ajeno, esas costumbres se rompen, se ven alteradas por completo, y debemos reaccionar ante ellas. Puede que entre todas las personas que hoy tengan que ir a la parada alternativa haya una, aunque sólo sea una, que nunca haya usado dicha estación, pese a pasar todos los días bajo ella. Hoy esa persona se sentirá perdida, estará un buen rato mirando carteles que nunca observa porque “se conoce” el camino y va a pasarse gran parte de la mañana hablando de la mala manera con la que ha empezado el viernes. Desde luego en la riada de personas que bajábamos a la boca del metro habrá de todo, pero lo más seguro es que hoy todas ellas estaban más despiertas y atentas a lo que sucedía a su alrededor que nunca, lo que, por otra parte, no está nada mal.
Y sobre el suceso que ha causado esto, la verdad es que no se que es lo que habrá pasado. Me he dado una vuelta por la prensa en Internet y, en sus secciones locales, no aparece nada, por lo que queda el consuelo de que tras tanta luz y alarmas sólo se encuentre un susto, nada desagradable, y que la única consecuencia de todo eso haya sido la, sana en parte, ruptura de al rutina de un montón de urbanitas enloquecidos que vamos sin mirar, andamos sin fijarnos y no somos conscientes de lo que nos rodea. Si sólo ha sido eso, bienvenido sea.
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