miércoles, junio 20, 2012

El negro futuro de la minería


La protesta de las mujeres de los mineros ayer en el Senado es el último, por ahora, de los actos que están protagonizando los trabajadores de las comarcas mineras de Asturias, Castilla y León y Aragón en contra del decreto del Ministerio de Industria que, anticipándose a lo dictado por Bruselas, reduce en un 60% las subvenciones a ese sector, imprescindibles para que siga en funcionamiento. Entiendo la desesperación de los trabajadores de ese sector ante su futuro, pero su lucha se enfrenta con la más cruda de las realidades, y tarde o temprano está abocada al fracaso.

Ver estos días los enfrentamientos entre mineros y policía en las autopistas de León y Asturias, a pelotazo limpio, me ha recordado mucho a las escenas que llenaron Bilbao de violencia a mediados de los años ochenta, en la época de la reconversión industrial. Si uno visita ahora Bilbao sólo encontrará flamantes construcciones cuyos nombres recuerdan a lo que allí se asentaba, pero desconocerá toda la historia de lo sucedido. Donde ahora se encuentra un centro comercial de diseño bastante feo llamado “Zubiarte” y un Palacio de Congresos que pretende recrear a un barco en construcción en su draga, se situaban los astilleros de Euskalduna, los principales de Bilbao. Donde ahora se eleva majestuosa la torre Iberdrola y se levantan, junto a ella, otros bloques de pisos de gusto más o menos discutible se situaba la campa de los ingleses y la estación de contenedores de RENFE, y en medio, antes señorial, hoy escondido, esté al puente de Deusto, que entonces era la principal vía que cruzaba la ría de Bilbao para ir a la margen derecha. La reconversión supuso el cierre de muchas empresas, entre ellas los astilleros de Euskalduna, y la bronca no tardó en estallar. Durante meses, años, con una puntualidad digna de estudio, los antidisturbios se situaban en el puente de Deusto, elevado respecto a la cota en al que estaba el astillero, y los trabajadores, desde su fábrica, empezaban a arrojar piedras, rodamientos, botes, y, como hemos visto estas semanas, cohetes usando para ello bazokas improvisados, fabricados en las instalaciones de la fábrica. A eso de las 9 de la mañana el puente se cerraba parcialmente y la batalla duraba horas, en las que la ciudad se sumía en el caos de tráfico que ustedes se pueden imaginar y en el que los vecinos de la zona veían como, sino les salpicaba una tuerca rebotada, se les colaban gases lacrimógenos por las ventanas. Aquello incluso generó su público, que acudía a veces a presenciar el espectáculo desde una posición resguardada. Si hubiera habido twitter o cámaras digitales en aquella época tendríamos un registro inmenso de lo sucedido. Como era lógico, la protesta se fue apaciguando con el tiempo y, finalmente, cesó, porque los astilleros eran inviables, y nada podían hacer contra los de un país llamado Corea del Sur que, en aquellos años, empezaba a despuntar en el sector naval a unos precios de risa. Euskalduna, junto con otras grandes empresas de la zona como Altos Hornos, se cerró, durante años sus pabellones permanecieron abandonados, como un recuerdo gris y roñoso de su glorioso pasado y, finalmente, fueron derruidos para dar paso a nuevas construcciones, la primera de ellas el puente y el palacio de Congresos que llevan su nombre. Hoy sólo una preciosa grúa, la Carola, y parte de las antiguas gradas recuerdan que allí un día se construyeron enormes barcos.

El caso de las minas es muy similar, aunque su agonía se prolonga durante muchos más años dado lo simbólico que es en ciertas partes del país y del imaginario social. Es más barato pagar el carbón importado que explotarlo en casa, y la calidad del que se extrae de nuestro subsuelo no es compatible con ninguna normativa medioambiental. Lo único que pueden esperar las comarcas mineras es que se trabaje, con imaginación y recursos, para tratar de implantar allí alternativas que no las lleven al despoblamiento, pero la mina en España está condenada a ser, en unos años, un recuerdo, una atracción turística, un conjunto de castilletes en los que subir y bajar a museos subterráneos que nos recuerden lo que era eso, que sean como la grúa Carola en la ría de Bilbao, un recuerdo del pasado.

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