La
protesta de las mujeres de los mineros ayer en el Senado es el último, por
ahora, de los actos que están protagonizando los trabajadores de las comarcas
mineras de Asturias, Castilla y León y Aragón en contra del decreto del
Ministerio de Industria que, anticipándose a lo dictado por Bruselas, reduce en
un 60% las subvenciones a ese sector, imprescindibles para que siga en
funcionamiento. Entiendo la desesperación de los trabajadores de ese sector
ante su futuro, pero su lucha se enfrenta con la más cruda de las realidades, y
tarde o temprano está abocada al fracaso.
Ver estos días los enfrentamientos entre mineros y policía
en las autopistas de León y Asturias, a pelotazo limpio, me ha recordado mucho
a las escenas que llenaron Bilbao de violencia a mediados de los años ochenta,
en la época de la reconversión industrial. Si uno visita ahora Bilbao sólo
encontrará flamantes construcciones cuyos nombres recuerdan a lo que allí se
asentaba, pero desconocerá toda la historia de lo sucedido. Donde ahora se
encuentra un centro comercial de diseño bastante feo llamado “Zubiarte” y un
Palacio de Congresos que pretende recrear a un barco en construcción en su
draga, se situaban los astilleros de Euskalduna, los principales de Bilbao.
Donde ahora se eleva majestuosa la torre Iberdrola y se levantan, junto a ella,
otros bloques de pisos de gusto más o menos discutible se situaba la campa de
los ingleses y la estación de contenedores de RENFE, y en medio, antes
señorial, hoy escondido, esté al puente de Deusto, que entonces era la
principal vía que cruzaba la ría de Bilbao para ir a la margen derecha. La
reconversión supuso el cierre de muchas empresas, entre ellas los astilleros de
Euskalduna, y la bronca no tardó en estallar. Durante meses, años, con una
puntualidad digna de estudio, los antidisturbios se situaban en el puente de
Deusto, elevado respecto a la cota en al que estaba el astillero, y los
trabajadores, desde su fábrica, empezaban a arrojar piedras, rodamientos,
botes, y, como hemos visto estas semanas, cohetes usando para ello bazokas
improvisados, fabricados en las instalaciones de la fábrica. A eso de las 9 de
la mañana el puente se cerraba parcialmente y la batalla duraba horas, en las
que la ciudad se sumía en el caos de tráfico que ustedes se pueden imaginar y
en el que los vecinos de la zona veían como, sino les salpicaba una tuerca
rebotada, se les colaban gases lacrimógenos por las ventanas. Aquello incluso
generó su público, que acudía a veces a presenciar el espectáculo desde una
posición resguardada. Si hubiera habido twitter o cámaras digitales en aquella
época tendríamos un registro inmenso de lo sucedido. Como era lógico, la
protesta se fue apaciguando con el tiempo y, finalmente, cesó, porque los
astilleros eran inviables, y nada podían hacer contra los de un país llamado
Corea del Sur que, en aquellos años, empezaba a despuntar en el sector naval a
unos precios de risa. Euskalduna, junto con otras grandes empresas de la zona
como Altos Hornos, se cerró, durante años sus pabellones permanecieron
abandonados, como un recuerdo gris y roñoso de su glorioso pasado y,
finalmente, fueron derruidos para dar paso a nuevas construcciones, la primera
de ellas el puente y el palacio de Congresos que llevan su nombre. Hoy sólo una
preciosa grúa, la Carola, y parte de las antiguas gradas recuerdan que allí un
día se construyeron enormes barcos.
El caso de las minas es muy similar, aunque su agonía se
prolonga durante muchos más años dado lo simbólico que es en ciertas partes del
país y del imaginario social. Es más barato pagar el carbón importado que explotarlo
en casa, y la calidad del que se extrae de nuestro subsuelo no es compatible
con ninguna normativa medioambiental. Lo único que pueden esperar las comarcas
mineras es que se trabaje, con imaginación y recursos, para tratar de implantar
allí alternativas que no las lleven al despoblamiento, pero la mina en España
está condenada a ser, en unos años, un recuerdo, una atracción turística, un
conjunto de castilletes en los que subir y bajar a museos subterráneos que nos
recuerden lo que era eso, que sean como la grúa Carola en la ría de Bilbao, un
recuerdo del pasado.
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