Qué sabios eran los romanos… creo que lo inventaron todo.
Cuanto más leo sobre su mundo, sus élites y su pueblo llano menos diferencias
encuentro entre su sociedad y la nuestra. Salvo el capitalismo (vivían a base
de esclavos) la electricidad, las patas fritas y el chocolate, nada de entonces
nos es ajeno. Inventaron el agua corriente, la cúpula, las autovías, las
elecciones consulares, la compra de voto en las elecciones, los prostíbulos, la
justicia, la corrupción de la justicia, y los juegos populares en grandes
estadios, para regocijo y disfrute del pueblo, y lograr así su total
sometimiento.
Resulta curioso que sea precisamente el Coliseo la mayor de
las ruinas que asociamos a la antigua Roma. No los palacios imperiales, o los
templos dedicados al culto, no, sino un edificio inmenso que albergaba
espectáculos para la plebe, sufragados por los emperadores de al ciudad de
Roma. Durante muchos días, más de la mitad del año, en el Coliseo se celebraban
juegos de todo tipo, tanto de gladiadores como de fieras, y a falta de
televisión y “gran marrano 12”
la arena jugaba el papel de las pantallas de nuestras casas. El emperador sabía
que los juegos cumplían una doble misión, de entretenimiento y de sometimiento,
porque de mientras el pueblo se lo pasara en grande con el espectáculo que el
poder le ofrecía no se rebelaría contra ese mismo poder que le sangraba a
impuestos, obligaciones y mandatos, y que le mantenía en un estado de vida
fronterizo con la pobreza más absoluta. En épocas de hambre, o de guerras
generalizadas, que imponían un mayor sacrificio a la población de la ciudad, el
número de espectáculos en el Coliseo aumentaba, y con ellos su complejidad. Hay
estudios sobre los cientos, miles de animales salvajes que eran capturados cada
año para satisfacer la demanda de ocio de una población que cada vez pedía más,
y a la que no dejaba de ofrecérsele carnaza de manera sangrienta, sí, pero
siempre a su gusto. Por ello la planificación, mantenimiento y control de las
actividades que allí se daban fue una de las labores más importantes a lo largo
de la época imperial, y pese al voluble comportamiento de los emperadores
respecto a la gestión de su imperio, todos ellos mantuvieron el Coliseo como
uno de los centros de poder más importantes, que no podía ser descuidado en
ningún momento. Cuenta la historia, no se si es cierta, pero merece serlo, que
un emperador tuvo la duda de, en uno de sus viajes de regreso por el
Mediterráneo, de si llenar la última de las trirremes que componía la flota de
grano para alimentar al pueblo o de arena para reponer la que faltaba en el
foso del Coliseo. Era una época de hambre y penuria en la ciudad, y escogió… la
arena. Seguro que acertó, porque con un foso recompuesto la viveza de la lucha
sería mayor, y el enfervorizado graderío no saldría de sí de gozo al contemplar
nuevas batallas sobre fondo nuevo. Sólo la decadencia del imperio trajo consigo
el abandono de estas prácticas y, con ello, de las instalaciones, y es que ante
la caída del poder imperial y el despoblamiento progresivo de Roma ya no era
necesario entretener a nadie. Todo esto, que nos puede sonar muy lejano, se
repite hoy en nuestra sociedad día tras día, en nuestro país con el fútbol, para
el que se construyen los mejores estadios y se pagan millonadas subvencionadas
por el poder público, solamente para mantener entretenida a la gente y que no
se preocupe por sus problemas diarios, entre ellos el de vivir engañada por el
estado para el que trabaja.
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