Ya han visto que tengo poca capacidad de influencia, y
que mi llamamiento a nombrar a González Páramo como gobernador del Banco de
España no ha sido oído ni escuchado. Empiezo a pensar que el único sitio en
el que ejerzo auténtica influencia es en mi casa, y porque vivo sólo… Bueno,
para olvidar lso sinsabores de una semana económicamente no tan mala pero que
nos sigue presionando sin cesar, vayamos a las cosas que realmente importan en
la vida, como los buenos libros, y como ayer les comentaba, algo tendré que
decir del premiado Philip Roth y el desaparecido Ray Bradbury.
Y que quieren que les diga de Roth que no les haya comentado
ya. Desde esta columna varios han sido mis llamamientos a que dejen todo lo que
están haciendo y cojan una novela de Roth, cualquiera, son todas excelentes, y
se metan en su mundo. Un mundo que al principio les va a parecer oscuro,
desasosegante, retorcido y cargado de sensaciones malas, pero que luego van a
sentir tan real y próximo que les dará aún más miedo. Nadie como Roth, a mi
modo de ver, ha descrito la vida humana y las sensaciones de las personas con
la precisión con la que él lo hace. Cuando sus personajes sufren, sufren, y
sufrimos con y, muy importante, por ellos. Cuando en “sale el espectro” el
protagonista se siente avergonzado porque le gotea la meada por tener, a su
edad, una próstata tan inútil como suele ser habitual, uno acaba mirándose los
calzoncillos en búsqueda de gotitas, porque al leerlos e siente mojado y
humillado, si leemos “indignación” nos sentiremos tan agrios y molestos como el
narrador al “oír” el falso, hipócrita y moralizante discurso del rector universitario
que trata de esconder las vergüenzas que se producen en su campus en medio de
una moralina adusta y vacía, tan hueca como falsa, con “el mal de Portnoy” en
medio de muchos momentos de auténtica carcajada, nos esconderemos en el baño
con el protagonista y nos masturbaremos compulsivamente, y sin usar las manos
para ello, y así en tantas y tantas obras, decenas, que no dejan de mostrar a
personajes que no triunfan, que no son exitosos, que más allá de su habitual
condición de judíos en un país de gentiles, encarnan al ciudadano medio, lleno
de pasiones, pulsiones y deseos, que se ven confrontados a los deseos, muchas
veces opuestos, de los demás, y al freno que la sociedad le impone, y como
consecuencia de todo ello aflora la frustración, el enojo y la asunción del
fracaso de los sueños. Sus novelas son complejas, cierto, y sean largas o
cortas, requieren el tiempo necesario que demandan para ser comprendidas en su
integridad, pero es imposible abandonarlas, y, una vez leídas, olvidarlas. Tiene
varias cosas en común el arte de Roth y el de Bradbury, no sólo porque los dos
son grandes escritores, que también, sino porque ambos presentan visiones nada
idílicas de la sociedad. Bradbury, conocido sobre todo por sus novelas de
ciencia ficción como “Fahrenheit 451”
o “Crónicas marcianas” decía muchas veces que a el no le gustaba escribir sobre
el futuro, sino fantasear, imaginar otra sociedad, y que el contexto futurista
se lo ponía más fácil. Sus visión de una sociedad en la que la cultura es
perseguida y destruida pudo inspirarse en la forma en los pogromos nazis de los
años treinta, pero es en estos tiempos en donde se ha llegado a la perfección
en lo que hace al desprecio de la cultura, el arte y la creación, en la que
todo es arte, lo que viene a querer decir que nada lo es, y en la que le
letrado, el culto, es despreciado como raro y altivo, y se le observa como un
extraño. Ya no es necesario que la policía queme los libros para combatirlos,
basta con que la sociedad no los valore y ponga la tele.
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