Si hay algo de lo que hoy va a hablar la gente, por encima
incluso de la prima de riesgo, los eurobonos y la recapitalización de los
bancos (de qué cosas se habla ahora en los cafés, verdad???) es del calor.
Quitando el extremo norte del país, la azotea de España, que hoy superará los
treinta grados como hecho excepcional, el resto
del país se está asando a fuego intenso, nada lento, y sus habitantes, como
trocitos de carne en una barbacoa, saltamos sin cesar buscando un respiro entre
las olas de aire caliente que surgen por todos lados. La cara más dura del
verano ya está aquí.
Para los que hemos nacido y criado en el norte, el calor es
como ese familiar lejano, al que conoces de oídas, y que no ves salvo en
ocasiones singulares, y que al poco desaparece nuevamente sin saber cuándo
volverá. Hace calor en el norte, sería estúpido negarlo, y además es húmedo,
por lo que la sensación de bochorno e incomodidad puede ser incluso superior a
la que se vive en el centro y sur de España a igualdad de (altas) temperaturas,
pero hay dos diferencias sustanciales con respecto a cómo funciona el verano
que, hasta que no vienes a vivir a Madrid o cualquier otro sitio caluroso no te
das cuenta. Una es que aquí, a un día de calor le sigue otro, luego va otro, y
otro, y así sucesivamente… y es lo normal!!! Arriba puede haber uno o dos días
muy calurosos, pero luego la secuencia se rompe, cambia el tiempo, entra un
viento de no se donde, aparecen las nubes y en media tarde cambias de estación.
Raro es que haya tres días seguidos de mucho calor, tanto como que aquí sólo
sean tres los días calurosos. Por ello el ver que cada mañana es igual de
despejada que la anterior, y que los termómetros siguen la misma pauta día tras
día resulta asombroso y, hasta cierto punto, desesperante. La otra gran
diferencia, y quizás la más relevante, es cómo funciona el calor por la noche,
y es que en Madrid la principal diferencia en verano entre el día y la noche es
la luz, que si antes venía del sol luego proviene de las farolas, porque en
ambos momentos puedes estar en bañador por la calle. Las llamadas noches
tropicales, que son aquellas en las que la temperatura no baja de veinte
grados, son muy habituales desde mediados de Junio a mediados de Septiembre, y
suponen para el recién llegado toda una experiencia. Es sabido que, por muy
caluroso que sea el día en el norte, la noche implica una bajada sustancial de
las temperaturas, y no hay terraza en la que se pueda estar agusto a partir de
cierta hora, porque el frío o el rocío hacen acto de aparición. Sólo el viento
sur, típico de septiembre y octubre, ofrece noches calurosas y de terraza, pero
no los limpios días de verano. Aquí la noche es una tregua falsa, un periodo sin
luz pero con menos calor, en el que la ciudad, tras haber sido sometida al
bombardeo solar del día, parece irradiar de noche una luz fosforita derivada
del calor de sus calles, aceras y edificios. Las paredes de las casas se
retuercen de calor tras haber estado todo el día horneándose, y uno se lanza a
la cama pertrechado de paciencia, temor y cierta angustia, pensando en si será
capaz de conciliar el sueño en medio de una noche estancada, sin que una hoja
se mueva, y con los veinte grados en la calle, sabiendo que si la mínima del
día son veinte se alcanzará normalmente justo a la salida del sol, por lo que
uno se habrá ido a la cama a las doce de la noche a muchos más grados. En esos
casos lo de “irse a la cama” es más una convención para hablar que el reflejo
de lo que se hace en el cuarto.
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