Ayer fue un día de muchas elecciones en todo el mundo. Todos
nuestros ojos estuvieron posados en Grecia, donde el
resultado parece que, esta vez sí, permite formar un gobierno, además proeuro,
por lo que sea del signo que sea estamos mejor que hace unas semanas. También
las hubo en Egipto, donde los rumores dan como ganador al candidato islamista, pero
como allí siempre gana el ejército, si no le gusta el resultado cambiará las
normas y santas pascuas, por lo que interesa más cómo serán los próximos
días en el Cairo que el proceso electoral en sí.
Las terceras elecciones, las más aburridas por lo previsible
del resultado, eran la segunda vuelta de las legislativas francesas, donde la
duda estaba en si los socialistas de Hollande, una vez lograda la presidencia,
también alcanzarían el control de la cámara de diputados por mayoría absoluta,
porque nadie discutía su prevista victoria. Al final ha sido así, y Hollande
tendrá incluso más poder, teórico, que el que disfrutaba Miterrand en los
ochenta, aunque cuando vea como su prima de riesgo empieza a subir descubrirá
que ese poder es más bien ficticio. Pero donde se ha demostrado que Hollande no
tiene poder es, paradojas de la vida, en su propia casa, y ya recién elegido ha
protagonizado un espectáculo de faldas en un sentido algo distinto al habitual.
Padre de cuatro hijos, todos ellos son fruto de su anterior matrimonio con
Segolene Royal, antigua rival por la presidencia frente a Sarkozy (quizás se
acuerden de cuando ZP fue a hacer campaña a su favor y aquello de “Segolene,
Segolene”). Hace ya algunos años que Hollande se divorció y desde no tantos
vive con otra mujer, una
madura y muy guapa periodista del Paris Match llamada Valérie Trierweiler,
que ha pasado por dos matrimonios con anterioridad. Digamos que desde que ganó
las presidenciales Trierweiler es la primera dama y “compite” con Segole Royal,
exmujer y madre de los hijos del presidente, por los focos, la relevancia y el
prestigio social. El continuo desempeño político de Segolene no deja de hacer
que aparezca día sí y día también en los medios, y ha tratado de jugar un papel
más relevante desde que su exmarido está en la presidencia. Ya tenemos las
piezas del triángulo, y como pueden suponer, en esta relación de pareja teórica
con adosada sobra una. ¿Quién? La campaña de estas legislativas volvía a
mostrar a Segolene con ambición de poder, posibilidades de revalidar su escaño
y volver a jugar un papel en la política francesa, y de paso tirar de los hilos
del Elíseo, la Moncloa local para entendernos, aprovechando su papel familiar.
Las cosas se le empezaron a torcer cuando un candidato disidente del Partido
Socialista francés se presentó para arrebatarle su escaño, y se le pusieron
completamente de cara cuando Trierweiler le mandó por twitter un mensaje de
apoyo… a ese candidato disidente. A partir de ahí las encuestas giraron,
poniendo a Segolene en segundo puesto, y destapando el odio y la batalla que
ambas mujeres mantenía, hasta entonces de manera soterrada, por el, en teoría,
amor de un hombre y, en la práctica, acceso al poder. Una historia de celos,
pasiones, poder y traición digna de los mejores guiones, aderezado todo ello
del gusto francés para vestir y ostentar en base a la imagen personal.
Como se supo ayer tras el recuento de votos, la
perdedora de esta intriga palaciega ha sido Segolene, que no ha revalidado su
escaño en la Rochelle, norte del país, y se enfrenta al ocaso de su carrera
política sin alcanzar ninguno de los objetivos previstos. En las últimas
semanas Segolene no ha cesado en proclamar su inocencia moral y el que se
siente víctima de una conspiración que trata de acabar con ella. Tiene razón, y
la conspiración ha triunfado. Y todo esto en las primeras semanas de mandato
del pobre François, que parece la antítesis de Sarkozy en todo, ya que si aquel
consiguió que Carla Bruni se bajara de sus tacones éste no logra que sus
mujeres dejen de pegarse delante de las cámaras….oh, la gauche divine…..
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