Finalmente fue este Sábado. Como colofón a los múltiples
rumores de la semana, en la
tarde del Sábado España fue intervenida formalmente. Hasta entonces se
podía decir que estábamos tutelados, nos miraban y vigilaban, pero manteníamos
nuestra soberanía para hacer frente a nuestros pagos y responsabilidades. Ya
no. Se acabó la ilusión. Entramos en un mundo nuevo y desconocido, cuya única
certeza es que, en materia de procedimientos, se ha actuado como en las
antiguas devaluaciones. Se niega en redondo hasta que, en un fin de semana, se
hace.
El gobierno canta alabanzas de este hecho, porque le ha
tocado a él sufrirlo, y la oposición maldades, porque no ha sucedido de
mientras gobernaba, y de las reacciones oficiales habidas pocas se han salido
de este manido y previsible guión. La sensación personal es que el Sábado no
sólo se hizo historia, que también, sino que fue un día triste. Triste para la
economía y para el país, porque asumimos públicamente ante el mundo que el desmadre
que hemos organizado en nuestro sistema financiero no lo podemos arreglar
solos. Triste porque supone el fracaso de los últimos cuatro años de la
política económica ante la crisis, suicidamente negacionista en un principio,
desnortada y errática después, y atropellada, voluntariosa pero sin
consistencia en estos últimos meses. Tanto PSOE como PP han encarnado en los
últimos años el fracaso de la dirigencia política española, que ni supo ni
quiso ver a lo que se enfrentaba, trató de eludirlo y finalmente se ha tenido
que rendir ante la evidencia. También es triste porque supone el fracaso de la
gestión privada. Las entidades nacionalizadas, en las que, es cierto, había
presencia de políticos en su gestión, han usado criterios privados de gestión
que se han traducido en enormes pérdidas, que aún no somos capaces de estimar,
pero no son sólo ellas las únicas involucradas en ese problema. El resto de
entidades del sistema financiero poseen vergüenzas que tratan de cubrir de una
manera más o menos descara, y son miles las empresas del sector no financiero
las que están endeudadas hasta límites insoportables, producto todo ello de una
gestión cortoplacista, irresponsable y necia, que soñaba con que las vacas
gordas nunca se iban a terminar, y que el mundo de jauja en el que nos habíamos
embarcado seguiría indefinidamente, porque sino eran unos ya vendrían otros a
pagárnoslo. Es cierto, en otras épocas también hubo crisis, y comportamientos
similares, que entran dentro del rango esperable de la estupidez humana, pero
una de las diferencias fundamentales de esta con respecto a las anteriores es
que nos ha superado. Solos somos incapaces arreglar nuestro propio desastre, es
tan inmenso que no tenemos recursos para ello. Esto no es la estafa de Banesto,
en la que unos pillos se lo llevaron limpio, o lo de Afinsa, u otros casos por
el estilo, no. Esto es el caso de España, que como país se declara incapaz de
hacer frente a las deudas de su banca, y que necesita la ayuda del resto del
mundo, empezando por Europa, para sobrevivir a su deuda. Tremendo. Más allá de
lo que se venda como rescate “blando” o ausente de condicionalidad,
que no duden que la habrá, el mundo financiero de este país ha cambiado por
completo, las reglas ya no serán las mismas y las decisiones no se adoptarán en
España, sino que vendrán impuestas desde fuera, por parte de quienes paguen la
fiesta que nos hemos corrido. Pueden verlo de todas las maneras posibles, pero
no soy capaz de evitar el sentimiento de tristeza en el fondo.
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