Todos los que escribimos tenemos
una ideología y una opinión dada sobre las cosas que suceden. Esto es una
obviedad, pero siempre hay que tenerla presente. El opinador, si se me permite
ese palabro, posee un bagaje, una experiencia y un conocimiento aprendido que,
más o menos, condicionará sus afirmaciones sobre el tema de que se trate. Si
uno es un profesional, debe tratar de leer y estudiar lo más posible para
conocer lo más posible todos matices de las cosas, pero un sesgo existirá
siempre. Pretender alcanzar la neutralidad absoluta es tan iluso como lograr la
felicidad perpetua. Sólo conduce a la frustración.
Pero todo opinador que trabaja
para un medio tiene el dilema de hacer compatible su postura con la del medio
en el que trabaja. Se supone que existe una concordancia previa entre ambos
para limitar los roces y discrepancias, pero a veces se dan, y cuando la realidad
es cambiante la situación puede volverse muy tensa. Esta
reflexión viene a cuento del viraje que han tenido que dar varios medios tras
el anuncio de la Infanta Cristina de renunciar al recurso para comparecer (no
voluntariamente, sino como se lo exigía el juez) en relación al cao Noos. Hasta
el Sábado la Infanta no quería colaborar y los medios que la defendían a
ultranza, y que atacaron con fuerza el escrito de alegaciones del juez que la
imputaba, consideraban que esa era la postura correcta. Y hete aquí que el Sábado
por la mañana Cristina, en una decisión acertada, aunque muy tardía, decide no
recurrir al auto de imputación y comparecencia, solicitándola incluso, aunque
la inclusión del término “voluntaria” haya sido más una fuente de chistes y
despendole que un acierto jurídico. La cuestión es que los citados medios se
encontraron a la hora de los postres del sábado con un grave dilema. Si todo lo
que hemos defendido hasta ahora resulta que ya no es válido, ¿qué hacemos? Solución:
Hacemos como que no hemos defendido nada hasta ahora y la nueva decisión de
Cristina es la correcta, aunque sea exactamente la contraria a la que mantenía,
y apoyábamos, hasta ayer. Así, me imagino al editorialista de, por ejemplo, el
ABC, recibiendo la orden de que escribiera para el Domingo un texto en el que tenía
que desdecirse de todo lo argumentado durante los últimos meses, en los que la
línea editorial se basaba, además de en el obvio respeto a la figura de la Infanta,
en desacreditar las acusaciones e indicios que, de forma cada vez más sólida,
hacían inevitable la imputación. Y me imagino a ese editorialista en su
particular noche de sábado, no se si en casa con su familia, o apoyado en la
barra de un bar con un Gin-tonic muy cargado, maldiciéndose a sí mismo por ser,
en el fondo, un instrumento del medio en el que trabaja, como lo son todos. A
veces esa sensación es más liviana y soportable, pero otras, como esta, puede
ser agobiante e insufrible. El problema de fondo es que una línea editorial no
puede ser dogmática nunca, aunque exista como tal (ya he dicho que siempre habrá
una) y debe tener cintura para adaptarse a las circunstancias, capacidad crítica
para separarse de los dictados de esa citada ideología si las realidad va por
otro camino, y propósito de enmienda y contrición, aunque esto suene a
catolicismo trasnochado, para admitir una equivocación y pedir excusas por
ello. Sin embargo, al menos en España, las líneas de los medios suelen
mantenerse mucho más allá de lo razonable, aunque la realidad se empeñe en
llevarlos al borde del ridículo. Basta recordar como El Mundo casi se inmola
con el asunto de las mochilas del 11M cuando ya todo estaba sabido o El País seguía
creyendo en la palabra de ZP a la vez que la EPA y el resto de indicadores
macro señalaban, todos los días, el catastrófico derrumbe de la economía.
¿Es por ello que el columnista más honesto es el
que es fiel sólo a sí mismo y no depende de nadie? Pues no tiene porqué ser así,
porque también tiene sus sesgos personales, que a veces pueden ser más difíciles
de detectar y de evitar. Mi consejo es que lean, y lean a muchos. Cómprense
varios periódicos, lean a articulistas de medios dispares, nacionales y
extranjeros, contrasten sus opiniones con las de todos ellos y constrúyanse un
juicio personal que también tendrá sesgos, pero pulidos por la información y
opinión que les llegará de varias fuentes. Aun así, se equivocarán, como nos
pasa a todos, pero al menos en menor cuantía y frecuencia de los que sólo viajan
por el único carril que conocen y desean transitar.
1 comentario:
Te recomiendo sobre el tema la columna de Manuel Vicent, titulada "Mascotas" del pasado domingo.
Buen día¡¡
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