Este frío y desapacible fin de
semana he pasado más de tres horas en el cine viendo “El Lobo de Wall Street”,
la última película del dúo formado Martin Scorsesse y Leonardo DiCaprio. Basada
en las memorias del operador de la bolsa de Nueva Yok Jordan Belfort, cuenta el
ascenso del personaje prácticamente desde la nada hasta el sumun de la riqueza
y la ostentación, todo ello envuelto en prácticas delictivas de distinto tipo
que, finalmente, acaban por hundir al protagonista, destrozar su carrera y arruinar
su vida. Una historia bastante típica pero con ciertas particularidades.
La verdad es que la película me
ha gustado, me ha parecido muy buena, pero requiere un estómago y una completa
falta de escrúpulos para verla en su plenitud. Como ha descrito algún crítico,
nos muestra escenas de una dureza difícil de describir, que si no fuera porque
está realizada con una total profesionalidad y relata las confidencias del tal
Belfort, podría decirse que roza el “torrentismo” para que nos entendamos.
Torrentes de imágenes crudas de sexo, violencia y droga en las que el término
orgía se queda a veces corta para describirlas. Para establecer un paralelismo,
la película que más se le parece es otra del mismo autor, la titulada “Casino”
una obra maestra en la que se relata la vida, obra y milagros de uno de los
capos del juego de la ciudad de Las Vegas, encarnado con toda la fuerza del
mundo por Robert de Niro (quién te ha visto y quién te ve Robert) que no dudaba
en matar, sobornar y hacer todo lo que fuera necesario (y todo es TODO) para
mantener su estatus y poder. Los personajes que interpretaban De Niro, Joe
Pesci y Sharon Stone conformaban un reparto de seres amorales, destructivos
consigo mismo y con los que les rodeaban, y que hacían lo que fuera por ganar,
sobrevivir, en la selva en la que se movían. De la misma manera, Belfort y sus
amigos luchan despiadadamente por ganar en la guerra que se libra cada día en
los mercados financieros, y para ello usarán todas las armas posibles. El
reparto, de actores no muy conocidos, al menos para mi, se luce en todo
momento, y logra hacer verosímiles comportamientos completamente enajenados. Tanto
ellos como ellas hacen que sus personajes cobren sus repelentes vidas y llenen
la pantalla. El peso fundamental de la actuación lo lleva DiCaprio, y lo cierto
es que lo borda. Sigue teniendo una cara demasiado juvenil para ciertas
escenas, pero aun así, cuando se pone salvaje, que es gran parte del metraje, se
desata como pocos actores son capaces. Su caracterización va más allá que la
del típico tiburón financiero, porque Belfort no es exactamente eso, sino que
compone un personaje oscuro, poliédrico, que vive para ganar dinero, que se
droga para ganar dinero, y que no tiene límites a la hora de conseguir el
dinero, pero frente a otras películas en las que las escenas de bolsa son las
fundamentales, en este caso asistimos a la vida fuera del negocio de Belfort, a
lo que el dinero es capaz de proporcionarle, de ofrecerle, y de quitarle.
Belfort no es el Gordon Gekko de Wall Street, aunque en el fondo se parezcan
mucho. No, es mucho más. Su papel es mucho más rico que el que ya elaboró
Michael Douglas. Aquí no hay monitores de ordenador ni pantallas de Bloomberg
escupiendo datos a cada minuto, y al adrenalina no la proporcionan las
operaciones en el parqué. La adrenalina, directamente, se esnifa, se inyecta en
vena, se disfruta corriéndose sobre los pechos de la striper de turno en medio
de una fiesta de relumbrón. El exceso absoluto de la vida de Belfort aparece
ante nosotros desnudo, sin eufemismos. De ahí que la cinta deba ser vista con
ciertas precauciones, y con la incredulidad controlada, a sabiendas de que lo
que nos están contando es… cierto!!!
Las tres horas pasan en un
suspiro, la acción es imparable y el desquiciamiento que alcanzan todos los
integrantes de la trama supera con creces lo que yo pueda contarles. Se nota que
Scorsesse ha dispuesto de todo el presupuesto que necesitaba para recrear esa
alocada vida, y el resultado es, simplemente, brutal, y deja al espectador
noqueado tras someterlo a un viaje alucinógeno por lo más profundo y oscuro del
alma humana. Pudiera decirse que, parafraseando a Tom Wolfe, esta película sí que
retrata la hoguera de las vanidades que se vive en ese mundo que llamamos Wall
Street, que está mucho más cerca de nosotros de lo que nos creemos.
Mañana, si el ordenador me deja (hoy casi no
puedo escribir, perdón por el retraso) las implicaciones económicas que
trasluce la película
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