Parece que esta ha sido una noche
tranquila en Kiev, plácida si me apuran al compararla con las vividas a lo
largo de la semana. Los manifestantes que siguen en la plaza de la independencia
han aprovechado las horas de calma para reforzar las barricadas que los
protegen del probable asalto que sufrirán por parte de la policía y los grupos
extremistas parecen haberse tomado un descanso, quien sabe si para volver a la
carga con fuerza o para cambiar de estrategia. La situación es tensa, volátil,
y las
conversaciones mantenidas entre los opositores y el gobierno de Yanukovich no
parecen estar sirviendo para nada.
Ucrania se vuelve a enfrentar a
los demonios de su pasado que tanta riqueza y tragedia le han proporcionado a
lo largo de su historia. Enorme país sito en Centroeuropa, fronterizo con
Polonia y Rusia, posee las dos almas que, ahora en las calles de Kiev, se enfrentan
a cara de perro para tratar de inclinar la balanza a su favor. Su idioma es cirílico,
gran parte de su cultura es eslava y posee afinidades innegables con Rusia,
reforzadas a sangre y fuego tras décadas de dominio soviético, en los que Ucrania
era una de las repúblicas que conformaban la URSS, aunque ese título era
decorativo, porque ninguna de esas supuestas repúblicas tenia poder alguno en
una federación virtual que servía para enmascarar el poder implacable de una
Rusia encabezada por Moscú. Granero del continente, las relaciones entre Kiev y
las capitales de centro Europa y los países del norte han sido siempre fluidas
y constantes, favorecido todo ello por una orografía sencilla que ha
posibilitado relaciones comerciales a bajo coste durante siglos, y también
pasillos naturales para que los invasores occidentales lo tuvieran más fácil.
Desde su independencia como país, tras la caída de la URSS, Ucrania ha tratado
de encontrar su sitio, pero de momento no lo ha logrado. Escapando del modelo
dictatorial que rige en Bielorrusia, su vecino del norte, la revolución ucraniana
de 2004, conocida internacionalmente como revolución naranja, logró evitar que Víktor
Yanukóvich, candidato oficialista pro ruso, se hiciera con el poder tras unas
elecciones en las que las denuncias de fraude fueron constantes. Los
protagonistas de aquellas revueltas, encabezados por el candidato proeuropeo Víktor
Yúshchenko y la líder opositora Julia Tymoshenko, lograron hacerse con el
poder, pero poco duro el impulso reformista. Grietas entre los opositores, el
presunto envenenamiento que sufrió Yúshchenko, que le dejó marcas en la cara de
por vida, y la dimisión de Tymoshenko y su marcha del gobierno precipitaron la
derrota del movimiento, y la vuelta al poder del pro ruso Yanukóvich, que es
quien gobierna ahora mismo el país. Por tanto, se ve que esto de la tensión
entre Europa y Rusia sobre Kiev viene de lejos y es, con mucho, el mayor
problema que afronta el país. El vecino ruso ofrece gas y otros recursos
naturales a bajo precio a cambio de asociarse con un Putin autoritario y
crecido, poco amigo de elecciones libres y de todo lo que suene a democracia. La
Unión Europea, occidente, ofrece promesas y palabras, poca cosa concreta, pero
sobre todo da esperanzas de democracia y libertad, de elecciones libres y
respeto a los derechos humanos. Simplificándolo mucho, el puño eslavo y la
paloma occidental. Ucrania lleva varios meses negociando con la UE un Acuerdo
de Asociación, un tratado para reforzar sus relaciones comerciales y acordar
una serie de compromisos en materia de reformas económicas y de libertades públicas,
pero el gobierno de Yanukóvich decidió romper estas negociaciones de manera
brusca, probablemente porque Moscú tenía celos de ese acuerdo y así se lo ordenó.
Y esa fue la chispa que desencadenó las protestas de estos últimos meses.
Estas protestas han entrado en una espiral de
violencia y descontrol muy peligrosa. Grupos muy violentos, nacionalismos
extremos, venganzas… la aparición de cadáveres de opositores a lo largo de esta
semana ha hecho que el conflicto de Ucrania adquiera tintes siniestros muy
alarmantes. De hecho está por ver que la oposición proeuropea sea la que, ahora
mismo, esté en condiciones de liderar las protestas callejeras, que muy
probablemente han escapado a su control, sirviendo de excusa al gobierno de Yanukóvich
para imponer una mano dura aún más rígida. Debemos tener puesto un ojo en Kiev.
Lo que allí está pasando es muy importante y su futuro, ahora mismo, es oscuro.
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