Da para muchos juegos de
palabras, pero tiene muy poca gracia todo lo
que está pasando desde el 1 de Enero en Panamá en relación a las obras de ampliación
del canal, uno de los proyectos de ingeniería más complejos de los que se
están llevando a cabo ahora mismo en todo el mundo y, quizás, el de mayor
relevancia comercial y económica, siendo el canal uno de los pasos fundamentales
que permiten que las rutas navales, sobre las que se asienta la logística que
nos permite vivir como lo hacemos, funcione correctamente. Desde principios de
este año está claro, es lo único, que la ampliación no se terminará en este
201, como estaba previsto.
Sacyr, empresa española líder del
consorcio internacional que ganó el concurso, denunció que los costes se habían
disparado al ejecutar la obra debido a que habían surgido problemas que no habían
sido advertidos por los adjudicatarios, el canal, el gobierno de Panamá. Estos
costes, cifrados en unos 1.300 millones de dólares, no estaban cubiertos por el presupuesto con el
que se adjudicó la obra, bastante más de dos mil millones, y anunció que de no
abonársele esta cantidad paralizaría las obras a partir del 20 de este mes de
enero. Bombazo. El nerviosismo surge en las empresas y el gobierno, y a ello
contribuye notablemente la destemplada, y en cierto modo lógica, intervención
del presidente de Panamá., que tacha de ridículas esas alegaciones de Sacyr y
convierte de facto el problema económico en una crisis diplomática de primer
orden. Moncloa ordena que Ana Pastor, ministra de Fomento acuda rauda a Panamá
para negociar con el gobierno local y las empresas, y tras el viaje de estos días
se ha anunciado que se está en camino para llegar a un acuerdo sobre las
compensaciones de los sobrecostestes, lo que traducido viene a querer decir que
las empresas y el canal siguen enfrentadas y que las pujas están en todo lo
alto. ¿Qué es lo que está pasando aquí? Es difícil saberlo, porque aunque de
repente los tertulianos de los medios de comunicación se han convertido en
expertos en contratación internacional y en ingeniería de gran escala yo,
modestamente, tengo poca información para saber quién tiene razón en este
asunto, si las empresas o el adjudicatario. Sí se, por el trabajo que
desempeño, que es una vieja tradición de la contrata pública en España acudir a
lo que se denominan los modificados. El gobierno central, o el de una Comunidad
Autónoma, saca a contrato la construcción de una carretera por X euros, y se
presentan varias ofertas, en general por un importe menor a la cifra de
referencia. Se adjudica a una de ellas, quizás a la más barata, o no, y mediada
la obra el contratista alega que han surgido problemas y que hay que aumentar
el presupuesto. Las partes acuerdan realizar una modificación del contrato
original y, al final, la obra licitada por X que se adjudicó por menos de X
acaba costando fácilmente 2X o más, todo ello con dinero público, y
habitualmente con retrasos en los pagos de entrega. LA UE, que financia todas y
controla muchas de las obras que se ejecutan con el FEDER, los fondos
estructurales, con los que yo trabajo, está harta de este tipo de
procedimiento, y ha penalizado muchas veces a España por esta causa, alegando
que en el fondo los modificados suponen violar la ley de contratos, dado que lo
que finalmente se ha financiado difiere tanto de lo estipulado en un principio
que resulta ser una cosa muy distinta. Ligeras desviaciones son comprensibles,
y las obras pueden complicarse por motivos variados, muchos de ellos ajenos a
las partes implicadas, pero recurrir sistemáticamente al modificado para elevar
los costes es una práctica muy típica en nuestro país, y me queda la duda sobre
si no la estaremos exportando, en nuestro afán por internacionalizarnos.
De hecho, esta
es la tesis que defendía la semana pasada McCoy en el confidencial, con el
aval de que él emitió esa opinión en 2009, cuando la adjudicación se produjo, y
mientras muchos brindaban con champán este analista compraba nolotiles por el
dolor que iba a producir este contrato en el futuro. Sumen a ello que Sacyr es
una empresa de trayectoria oscura, cuanto menos, en todo lo relativo a las
relaciones con el poder político, que vivió su momento de gloria con aquella
burda operación orquestada para hacerse con el BBVA para satisfacer las
venganzas personales de quien llegó a ser Ministro de Industria, y que en estos
días apenas ha dicho una palabra, dejando que sean unos ingenieros los que
expongan sus argumentos. Los ejecutivos de Sacyr, tan bien pagados, deben comparecer,
explicarse y defenderse. Cosas como estas son las que empañan y deslucen la
marca España.
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