martes, enero 21, 2014

El Lobo de Wall Street: La economía


Si ayer les comenté algunos aspectos de “El lobo de Wall Street” desde el plano cinematográfico, hoy quiero centrarme en la parte económica, que existe, pero de una manera, creo yo, más retorcida de lo que pudiera parecer. Pese a lo que indica su nombre, esta no es una película de bolsa, o de gestión financiera. Vemos algunos destellos sobre cómo funcionan los operadores y mercados, pero son componentes secundarios de la trama. El argumento económico sobre todo, se basa en la refutación de las teorías de los mercados eficientes y en el mal que anida en el exceso de codicia humana, que puede ser insaciable.

La crisis financiera que hemos vivido, y que no ha terminado, ha dejado para el arrastre algunos paradigmas de la teoría económica de finales del siglo XX que se erigieron como estandartes de la misma, especialmente todo lo relacionado con la existencia de la racionalidad en las expectativas, mercados y agentes. Bajo esta hipótesis, y cumpliéndose muchos supuestos, los mercados son eficientes, maximizan ganancias para todos sus participantes y logran satisfacer las preferencias de los diferentes agentes que en ellos participan. En aras de la racionalidad se derivan numerosas derivadas, como la autorregulación de los operadores, sin que por lo tanto sea necesaria la intervención de organismos externos de control, y la necesidad de la desregulación general de los mercados. Durante un tiempo estas teorías se llevaron a la práctica y, en apariencia, funcionaban. Sin embargo en los últimos años han surgido dos frentes intelectuales que atacan duramente este paradigma. Uno por la constatación de que los supuestos básicos para que la eficiencia funcione no se dan, especialmente por la asimetría de la información de los agentes, que genera enormes errores e incentivos perversos a la hora de la actuación en el mercado, y otro frente basado en lo que se denomina economía conductual, que afirma que los humanos estamos muy lejos del ansiado “homo economicus” racional. Profundos sesgos conductuales, biológicos y de muchos tipos nos incapacitan para discriminar ofertas y mantener una estabilidad en las preferencias que sea acorde con la teoría racionalista. Así, la perfecta construcción teórica puede derrumbarse en la práctica, que es lo que sucedió en la realidad a partir de 2008. El impagable monólogo inciial de Matthew McConaughey's es demoledor en este aspecto. En la película, sita en una época temporal anterior, observamos a agentes que juegan con la información y manipulan el mercado a su antojo, engañan a los clientes azuzando la codicia que se esconde en cada uno de nosotros, y mediante prácticas obscenas, que a muchos les recordarán a lo que ha sucedido en España con las preferentes, venden basura a incautos inversores para embolsarse ganancias a su costa. Además, y esto es lo fundamental, las sumas de dinero amasadas por los protagonistas, lejos de saciarles, les generan aún más deseo de poder y dinero. Nunca es suficiente. Los millones deben ser más, las drogas mejores, las chicas más guapas y neumáticas, las casas más grandes. Espoleados por una codicia sin fin que se retroalimenta hasta el absurdo, Belfort y su tropa se convierten no sólo en adictos a múltiples drogas y escarceos sexuales, sino al mismo poder del dinero. Así, ven el mundo desde una posición en la que las personas que lo poseen son superiores a las que no, en el que su patrón moral es el volumen de su cuenta corriente, y los que no son ricos son menos, no son ni personas llegado el caso. Son el fracaso, la escoria, la plebe. El discurso que muchas veces dirige el protagonista a sus acólitos no se diferencia en exceso del que pronunciaría un caballero medieval a otros nobles, recalcando su superioridad sobre los siervos que se pudren en el campo. Si entonces era la espada y la sangre, para Belfort, y muchos otros, es la cuenta nada corriente la que los separa del mundo.

Creo que la gran lección económica y moral de la película, aunque por lo que leo hay discusión sobre esto, es que la codicia sin límites destruye a las personas, y que los que en el film se presentan como héroes no son sino sujetos degenerados y patéticos. Pudiera parecer que todo es una película que, aunque basada en una biografía, exagera el tono y carga las tintas. Pero no. Artículos como este, publicado en el New York Times sobre un adicto al dinero desvelan comportamientos que en nuestra sociedad son más comunes de lo que parecen y que se ven exacerbados por una competencia y un afán de lucro, que, ausente de todo límite, puede llevar al desastre personal y colectivo.

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