Quizás la noticia de la que más
se hable hoy en Cataluña, y el resto de España, sea la de la votación en el
parlamento catalán para pedir al gobierno central la competencia de organizar
referéndums, para así dar carta legal a la consulta soberanista de Noviembre. Las
divisiones en el PSC, la posible ruptura de la disciplina de voto, el
frente soberanista trabajando en común… cada gesto de la votación será
analizado con detalle y cientos de páginas y artículos escudriñarán hasta el
absurdo todo lo que allí pase, considerándolo como trascendente.
Gran error. La noticia más
relevante del día de ayer, de hoy y de mucho tiempo en Cataluña, y en el
conjunto de España, es la
marcha del científico Juan Carlos Izpisúa, hasta ayer mismo director del Centro
de Medicina Regenerativa de Barcelona, uno de los centros mundiales de
referencia en la materia, puntero en el uso de tecnologías y métodos
experimentales, y núcleo internacional de primer orden en todo lo que hace a la
investigación médica. Izpisúa se va porque no le dan ni la atención ni los recursos
ni los medios necesarios. Se va porque, supongo, está harto de comprobar como
en el día a día la ciencia y la investigación en España no son tratadas como se
merecen, siendo en muchas ocasiones directamente despreciadas por las
autoridades, que las ven como algo interesante si poseen un carácter “inaugurable”
pero se convierten en una rémora en el momento en el en esos centros se
investiga y no se obtienen titulares. Ante la marcha del científico, y para
acallar voces, las administraciones, tanto catalana como nacional, con un
acuerdo presto y completo que brilla por su ausencia en el resto de temas de
interés, acusan
a Ispizúa de haber dedicado más tiempo al centro de Salk, California, líder
mundial en la materia, y del que en cierto modo depende el centro barcelonés.
El argumentario público es débil, infantil y, sobre todo, revelador de lo
mucho, todo, que desconocen las administraciones españolas sobre la gestión de
la ciencia en un mundo interconectado, globalizado, donde los equipos tienen
unas sedes teóricas pero trabajan con personal de todo el mundo, donde el
conocimiento se busca allá donde surja, hable el idioma que hable, y se
traslada por todo el mundo. Pensar que contratar a un científico puntero para
un centro dado va a significar que el señor no se va a mover de su despacho y
que todo lo va a hacer en la ciudad en la que se encuentra dicho centro es
absurdo, y revela una mentalidad nacionalista, mejor dicho paleta, que anida en
el fondo del gobierno catalán, y de cualquier otro gobierno que exista en España,
que piensa que innovar y crear ciencia es fichar a algunas lumbreras para salir
en los medios y dejar que luego se pudran en organismos infradotados, que deben
luchar día a día para conseguir unos recursos que se les niegan por definición
y que ven como, frente a centros de otros países, no logran relevancia alguna
en la sociedad en la que se encuentran. Más bien lo contrario. Haga usted una
encuesta por la calle y pregunte a ver quién conoce a Izpisúa. Pongámoslo más fácil.
Vayamos a Barcelona y pregunte usted por el Centro de Medicina Regenerativa.
Sería interesante, probablemente descorazonador, descubrir el resultado de ese
estudio que, sin duda reflejaría datos muy similares si lo realizáramos en
otras ciudades españolas en las que se encuentren centros de investigación de
relevancia. Esa relevancia para nosotros, simplemente, no existe.
Porque creo que este es el problema de fondo de
la ciencia y la innovación en España. No lo es la incapacidad de las
administraciones al respecto, no, sino la indiferencia y el desprecio social
con el que el ciudadano observa estos temas. Los futbolistas son héroes para el
país y cada uno de sus miembros, los niños quieren ser futbolistas. La televisión
se llena de sujetos zafios y despreciables que, día tras día, cosechan inmensas
audiencias y obtienen enormes sumas de dinero con querellas, libros basura y
demás porquerías. E Ispizúa y los científicos viven en las sombras sin que a
nadie, sector público, privado o social, le importe mucho. Pocos llorarán al
marcha del científico. Esa es nuestra tragedia.
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