Una de las reivindicaciones que
con más fuerza se oyeron en la plúmbea gala de los Goya del Domingo (el
numerito musical fue bochornoso) fue la de la bajada del llamado IVA cultural,
que ahora se sitúa en el 21% general, para paliar el mal momento que atraviesa
el sector. Esta es una de las peticiones que más se exige por parte de los
representantes del llamado mundo “de la cultura” y es lógico que en la
ceremonia de entrega de premios de cine, uno de los subsectores que se integran
en este mundo cultural, se aproveche el altavoz que otorgan los medios para
propagarlo. Razones tienen para pedirlo, y voz para que se les escuche.
Pero me imagino que el Lunes por la
mañana, el vendedor de chucherías de la esquina, sita por ejemplo junto al
auditorio donde se entregaron los premios, o en cualquier otra, abriría su
negocio con la misma sensación de cabreo que los actores porque el también paga
un 21% de IVA por los productos que vende, o malvende, en función de cómo vaya
el negocio. Amante del cine, pasota de las salas, descargador de internet o
ajeno al negocio de la gran pantalla, el vendedor de chuches es un buen ejemplo
de miles, millones de profesionales en España que pagan ese 21% de IVA por su
trabajo, y que muchos ya no lo hacen porque lo perdieron en un momento dado de
esta maldita crisis. Su exigencia de bajada de IVA para su negocio es igual de
legítima que la de los cineastas, porque ellos también defienden su trabajo, su
forma de vida, su pasión en muchos casos. La diferencia fundamental es que no
existe un gremio nacional de vendedores de chuches en España que pueda actuar
como grupo de presión, como lobby, que sea capaz de mandar un mensaje único que
pueda ser oído en toda España, que ponga presión al gobierno de turno y que,
por tanto, tenga el poder necesario como para doblar la mano del gobernante.
Todos los profesionales son iguales, pero no sucede lo mismo con todos los
sectores, y pensar que sí es uno de los mayores errores que podemos cometer.
Los que tienen capacidad de presión la ejercerán, es algo natural, biológico si
me apuran, y por eso profesionales que ocupan puestos de especial
responsabilidad (léase capacidad de decisión o influencia) cobran mucho más que
otros, o tienen privilegios especiales. El mundo del cine no es especialmente
poderoso en España, ni tiene grandes tentáculos multinacionales para ejercer
presión, como sí ocurre con otros sectores, como el automóvil o el farmacéutico,
pero tiene una palanca de presión, que es su relevancia pública, y es la que
usa. Son famosos, y utilizan esa fama como instrumento de presión. Y hacen
bien, porque como he señalado, cada uno usa el arma que posee, que será más o
menos visible, más o menos efectiva, pero es la que la sociedad le ha dotado
para poder utilizarla. Y creo que los cineastas acabarán saliéndose con la suya
y el gobierno bajará el IVA cultural, lo que les vendrá muy bien a ellos, y
personalmente a mi también, que gasto mucho dinero en libros y trato de ir al
cine de manera regular. Pero el día que se baje ese IVA el vendedor de chuches
levantará la persiana de su negocio con una cara de cabreo aún mayor que la que
tendrá hoy, porque a él no le habrán bajado el IVA, y verá como a otros sí, y seguro
que la envidia, biológica y natural como ella sola, aflora con fuerza por
muchos dulces que tenga a la venta sobre el estante. Y no le faltará razón.
¿Existe una fórmula para arreglar este
desaguisado y evitar estos tratos diferenciados? Sí, si el gobierno quisiera,
que es la de la aprobación de una ley de mecenazgo, como la que existe en otros
países, y de la que ya se hablaba en la campaña electoral, que otorgue
desgravaciones fiscales a las inversiones y donaciones que se produzcan en
sectores como, por ejemplo, el cultural. Seguro que eso supondría una vía para
que capitales privados, empresariales o personales, se lanzaran a financiar
museos, exposiciones, restauraciones, películas y demás obras culturales, como sucede
en gran parte del mundo. Se podría dejar el IVA quieto y financiar a la cultura
mediante esta vía alternativa, y todos estarían contentos, o al menos no tan
cabreados como hasta ahora. ¿Va a suceder algo de todo esto? Ojalá sí, pero me
temo que no.
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