Es Suiza un país extraño.
Encajado entre montañas en medio de Europa, carente de costa, y casi en
ausencia de recursos naturales, su imagen roza lo paradisíaco, no en lo que
hace al clima, pero sí a la calidad de vida y al desarrollo económico. Pensar
en esa nación y a uno se le viene a la cabeza las montañas, vacas lecheras
lilas, chocolate, empresas de alta tecnología y dinero, cantidades infames
insultantes de dinero guardadas con celo en las cámaras de los bancos que, en
ese territorio, se convierten en la caja fuerte de medio mundo. En cierto modo,
Suiza funciona como un parásito financiero y político del resto de países, dado
que vive a expensas de ellos.
Pues bien, en el último de los referéndums
a los que los suizos han sido llamados a votar, acto que realizan muy a menudo,
como si fueran familiares de Artur Mas, ha
sido aprobada una proposición por la que se ponen límites y cuotas a la entrada
de ciudadanos europeos del territorio UE en el país. Sin pertenecer a la UE,
los acuerdos de Schengen de libre circulación intracomunitarios se aplicaban
también con Suiza, de tal manera que las fronteras entre, por ejemplo, Francia
y Suiza, son tan permeables para las ciudadanos UE de ambos territorios como la
española y la francesa. Esta decisión de imponer cuotas rompe de facto con
estos acuerdos e implica que el acceso, la residencia y el trabajo en
territorio suizo ya no serán automático para los ciudadanos de la Unión. ¿Qué
significa esto? Resumidamente, que el nacionalismo suizo ha ganado la batalla
al europeísmo. Cierto que por un margen muy estrecho, apenas por encima del 50%
de los votos emitidos, pero las consignas basadas en el miedo al otro, en el
temido abuso de los servicios sociales suizos por parte de los menesterosos
europeos, especialmente los del sur, pero no sólo ellos, la necesidad de
mantener intactas las tradiciones e idiosincrasias helvéticas por encima del marasmo
ruidoso de multitud de pueblos europeos… en fin, las consignas nacionalistas típicas
que estamos aburridos de oír todos los días, y que son tan falsas como crueles.
La diferencia fundamental frente a otros procesos similares es que, mientras
que en esos casos ese movimiento nacionalista se da en situaciones de crisis
económica, necesidad social y, por tanto, población más o menos desesperada (y
por ello más fácil de manipular) Suiza sigue exhibiendo unas cifras económicas
realmente mareantes, con tasas de paro del entorno del 3%, lo que se puede
considerar técnicamente como pleno empleo, y una riqueza social inmensa. Las
presiones a las que, tras el desastre de la crisis financiera, han sido
sometidos los bancos suizos, han permitido levantar algunas de las normativas
que amparaban su sacrosanto secreto bancario, pero es evidente que aún
persisten prácticas de banca en la sombra que se desenvuelven entre las montañas
alpinas que permiten a defraudadores de todo tipo, condición y origen,
depositar y operar allí con sus fortunas sin que la ley de los países afectados
o de origen de los sospechosos pueda actuar como es debido. Basta ver lo que
están costando las comisiones rogatorias que el juez Ruz ha lanzado para
investigar las cuentas suizas de Bárcenas como para hacerse una idea de lo que
puede suceder en el caso de investigar a organizaciones criminales de mucha
mayor entidad y complejidad. En fin, que Suiza cierra las puertas a los europeos
pero no a su dinero, a las personas pero no a sus riquezas. Otra muestra de que
los egoísmos y recelos vuelven a aflorar en el continente, como viejos
espectros que creíamos enterrados en antiguoss campos de batalla pero que, con
el paso del tiempo, quieren de nuevo aflorar. Mala cosa.
No quiero terminar sin soltar una pulla, por así
llamarla, sobre los referéndums, la democracia directa y las consecuencias de
la misma. En Suiza es muy habitual que cada pocos meses se voten numerosas cuestiones,
de importancia más o menos relevante, en las que debiera ser responsabilidad
del gobierno elegido tomar decisión, que para ello fue escogido y por ello
cobra. Delegar en continuas votaciones las decisiones no es democrático, es
dejadez de funciones. Y si encima el resultado resulta ser, como el caso que
estamos comentando, tan turbio que apesta, como mínimo la democracia se encuentra
ante un serio problema, ante un choque entre legitimidad y libertad, entre
formato de actuación y legalidad del resultado. Menudo problemón, verdad?
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