Lo que se vivió ayer en Kiev no
fueron unos altercados, o disturbios, o enfrentamientos, no, nada de eso. Ayer
tuvo lugar una auténtica batalla de guerra, de las de verdad, entre fuerzas
policiales y opositores al régimen que, armados ambos bandos hasta los dientes
con objetos contundentes y armas de fuego, se dispararon de manera indiscriminada
en unos casos y muy certera en otros, causando un balance de bajas que sigue
siendo muy difícil de precisar, que se estima entre un mínimo de veinte y un máximo
de setenta fallecidos, pero que deja muy claro que la situación en Ucrania ha
cruzado todas las líneas rojas imaginables, y la guerra civil está ahí, a las
puertas, esperando.
Hoy la prensa de todo el mundo
abre sus ediciones con fotos impactantes de lo que ayer pasó en Kiev, fotos de
incendios, destrucción, sangre, cadáveres… escenas crueles y muy duras en las
que la muerte campa a sus anchas por la plaza de la independencia y aledaños.
Lo que no traen en portada, porque aún no se sabe hasta qué punto existe ni si
servirá para algo, son los esfuerzos diplomáticos que están surgiendo para
tratar de parar esta espiral de violencia que, evidentemente, se ha
descontrolado. La UE y EEUU tratan de presionar al gobierno del presidente Yanukovich
para que ordene el cese de los disparos y trate de controlar la situación de
una manera civilizada, pero tampoco está claro si el gobierno ya tiene en su
poder todos los resortes necesarios para establecer un alto el fuego en
condiciones. Así mismo, tratan de ponerse en contacto con los representantes de
la oposición para que transmitan mensajes de calma a sus bases, pero esto es
casi seguro que sí va a resultar inútil, porque desde hace varias semanas la
lucha opositora contra el gobierno ya no es comandada por las fuerzas proeuropeas,
pacíficas y tranquilas, por así llamarlos, sino por los exaltados, especialmente
por los nacionalistas ucranianos, enemigos de la libertad occidental y que
odian el yugo ruso que atenazó a Ucrania durante gran parte del siglo XX. Muy
radicalizados en lo ideológico, les hemos podido ver en los reportajes de
televisión de estas semanas organizando patrullas en torno a la plaza de Kiev,
con un aire marcial impostado, una estética entre neonazi y macarra y con aires
de matonismo exacerbado. Esos grupos son los que ahora mismo se enfrentan a
tiros contra el gobierno, y es muy difícil saber cuál es el apoyo que tienen
entre la población, pero a buen seguro que no es escaso. Pretender que los
opositores pro occidente sean capaces de mantenerlos a raya se me antoja iluso.
Si se fijan, en todo lo que he escrito aún no he hecho referencia a Rusia, y
eso que Rusia es el actor más importante en toda esta condenada película bélica.
Rusia es el soporte político, económico, estratégico y mediático del gobierno
de Yanukovich, lo respalda y sostiene frente a viento y marea, y una renuncia de
Yanukovich, un adelanto electoral, concesiones en la Constitución o cualquier
otra medida de gran alcance político no tendrá lugar si Rusia no lo consiente.
Por ello se supone que los contactos puntuales que la UE y EEUU mantienen con
representantes de la política ucraniana se convierte en intensos cruces de llamadas
y delegaciones entre Bruselas, Washington y Moscú, tratando de saber qué opina
Putin de lo que ayer sucedió en Kiev, cómo se ha tomado que la recta final de
sus queridos juegos olímpicos de invierno en Sochi desaparezcan de las portadas
de los medios de comunicación, ocultas tras la sangre y el fuego de Kiev, y si
estará dispuesto a dejar caer, en parte o por completo, el gobierno de su
aliado (o títere, como prefieran) para lograr un acuerdo al menos entre las
facciones políticas ucranianas enfrentadas, para luego poder meter en vereda a
los ultranacionalistas desatados. Sinceramente no tengo nada claro de si este
escenario puede ser posible o no.
Analizando todo esto con perspectiva histórica,
y remontándonos unos años, empiezan a ser lugar común en los medios las referencias
al surgimiento de una nueva “guerra fría” entre occidente y Rusia, entre los aliados
y Putin, que lleva unos años larvándose en silencio y que se ha calentado en el
escenario ucraniano. Las acusaciones mutua, provenientes de Bruselas y Moscú,
de ser los instigadores y financiadores de la oposición y el gobierno,
respectivamente, recuerdan en efecto a los años sesenta y setenta, donde poco
se movía sin el control, permiso e instigación de las grandes potencias, y las
apariencias eran unas pero la realidad era otra, siempre la misma, el eterno
enfrentamiento este oeste. Algo de esto vuelve a aflorar en Kiev, haciendo que
todo se vuelva más confuso y complejo. ¿Retroceso en la historia? ¿Vuelta al
pasado? El tiempo nos lo dirá. De momento espero que no haya que contar más cadáveres.
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