Lo más comentado del Domingo y
del inicio de semana, por encima de lo sucedido en Kiev o de lo que sucede en
Venezuela, está siendo el programa de “Salvados” de el pasado Domingo noche en
el que, bajo el título de “Operación Palace” Jordi Évole y su equipo
compusieron un documental en el que, aprovechando que era 23F, desvelaban una
atrevida teoría que sostenía que el golpe en realidad fue una filmación rodada por
Garci, en la que todos sus participantes habían sido, en el fondo, actores de
una comedia representada ante el pueblo español para conseguir legitimar el régimen
democrático. Una doble pirueta con tirabuzón que extrañó desde el principio a
muchos y que, finalmente, dejó a todos impactados.
Porque lo que hizo Évole el
Domingo es lo que se llama falso documental, una estructura en la que se
defiende una tesis alternativa a la realidad, que se sabe falsa, y en la que
los participantes realmente ejercen de actores, y no de entendidos o expertos
en la materia. Al terminar el programa se desvela que todo es un truco, una
farsa, una comedia, y los que en ella han participado se ríen mucho y desvelan
ante el mosqueado espectador que lo que ha visto ha sido una engañufla, un
trampantojo, una ilusión. Más allá de reconocer la valentía de Évole y su
equipo para afrontar un reto de esta dimensión, que no vi pero doy por sentado
que se ha elaborado con la misma calidad técnica que el resto de sus programas,
muy buena, debo decir que este tipo de bromas no me hacen mucha gracia, y que a
mi entender Évole se ha equivocado completamente al llevar a cabo esta
iniciativa. Él, antes que nada, es periodista, o ejerce como tal, como
profesional que busca la noticia, que trata de contrastarla, y presentar a los
espectadores de su programa una realidad, que siempre estará sesgada hacia determinado
punto, como lo están todos los reportajes del mundo, pero que no deja de tener
un sustrato de verdad. Y es precisamente el haber desvelado ciertas verdades
sobre aspectos muy polémicos de la realidad económica española lo que ha
permitido que Évole triunfe. Muchos no sabrían lo que pasó con el accidente del
metro de Valencia si su programa no lo hubiera estudiado, o no habríamos visto
las prácticas corruptas de una manera tan descarada como él nos las ha
enseñado, o nos hubiéramos perdido ese debate entre Felipe González y Artur
Mas, que puede haber supuesto el inicio del fin de la aventura soberanista del
empecinado presidente de la Generalitat. Así, poco a poco, Évole ha logrado
transformar su imagen de “follonero” de showman gracioso, por la de periodista,
por la de reportero, y ha ido ganando credibilidad y audiencia en cada emisión.
El que te llamase para que te entrevistara era síntoma de que el entrevistado
era un personaje relevante, y que en general se encontraba metido en turbios
asuntos. El prestigio de Évole ha crecido como la espuma en estos años, porque
se ha labrado una imagen de honestidad, credibilidad y cercanía que es muy difícil
de lograr. Y este Domingo usó esa imagen para pervertir el documental, su
herramienta de trabajo, y aun pretendiendo hacer una broma, engañar al
espectador sobre un tema muy serio, el 23F, en un país en el que cada día surgen
decenas de absurdas e iluminadas teorías conspiratorias sobre este y cualquier
otro tema. Utilizando el ejemplo de los bancos, que a Ëvole y muchos de ustedes
les sonará más, el programa ha logrado usar su imagen de marca, conseguida con
mucho esfuerzo y paciencia, para vender unas “preferentes” a la audiencia que
han resultado ser falsas. Y el consumidor que las adquirió, o ve ese falso
documental, se siente estafado, y ya no sabe si la próxima vez que el banco o Évole
le llame le hará caso. En todo caso, desconfiará muchísimo.
Y es que, la próxima vez que veamos a Évole denunciando
cualquier trama o actividad deshonesta, ¿qué credibilidad otorgaremos a los que
delante de él denuncian o acusan? ¿Cuántos pensarán que esos testigos no son
sino actores que, nuevamente, sonreirán tras apagarse las cámaras, tras haber
efectuado una interpretación redonda y creíble?. De
acuerdo, el programa arrasó, más de cinco millones de espectadores, y fue un
negocio redondo para Ëvole y su cadena, pero quien tiene la honestidad por
bandera y se proclama independiente de audiencias y poderes económicos no puede
vender su crédito y profesionalidad por unos puntos de cuota. Eso ya lo vemos
todos los días a todas horas, y sabemos cómo acaba.
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