El Sábado fue un día muy especial
para Kiev y toda Ucrania, un día espectacular. Mientras en Madrid se iniciaba
un relajado, soleado y tranquilo fin de semana en Kiev, tras los graves enfrentamientos
de los días pasados, amanecía una calma tensa, preludio quizás de nuevos
disturbios. La firma del pacto entre el presidente Víctor Yanukovich y la
oposición del día anterior parecía un presagio de entendimiento, o al menos una
forma de ganar tiempo para serenar los ánimos de los manifestantes de la plaza,
muy opuestos a todo lo que fuera entendimiento con el gobierno vigente. ¿Qué
iba a pasar?
A lo largo de la mañana del sábado
esta incertidumbre se fue despejando, primero de una forma tímida, para acabar
siendo una avalancha de noticias con un denominador común. La caída del régimen.
Las primeras informaciones que llegaban de Kiev hablaban de calles en las que
los manifestantes no veían a la policía, de edificios oficiales desguarnecidos,
de accesos a sedes del gobierno y partido en el poder sin vigilancia,
aparentemente desiertas. Algunos manifestantes empezaban a acercarse al
parlamento y la sede del gobierno y, con las puertas abiertas, penetraban en su
interior, comprobando que nadie se lo impedía. Huida, fuga, deserción, palabras
como estas empezaban a llegar de un Kiev asombrado y curioso, que veía como el
régimen que hasta el día anterior no había dudado en disparar contra la población
se había evaporado. Las noticias se sucedían, en medio de un aroma de revolución
triunfante que, poco a poco, iba tornando su gesto de sorpresa por el de
satisfacción, y la sensación de miedo por la de victoria. Sin rastro ni
noticias del presidente Yanukovich, su poder, los medios que lo sostenían y los
símbolos en los que se amparaba, se estaban derrumbando delante de la población
de Ucrania, y el acuerdo firmado con las potencias europeas el día anterior,
que parecía una maniobra del gobierno para ganar tiempo en el control del país
resultó ser una maniobra de distracción para ganar tiempo, sí, pero para
organizar la fuga de Kiev, para salvar la vida que Yanukovich temía perder a
manos de la masa enfurecida. Temeroso de acabar como Ceaucescu, o Gadaffi, el
presidente todopoderoso se evadía en medio de las sombras de la noche, oculto
en su cobardía, tras la vergüenza de no haber sabido gestionar la crisis del país,
dejando tras de sí casi toda la legitimidad que un día tuvo y los bienes que
atesoró desde su puesto de gobierno, destinado a regir un país, pero que como
en muchos otros casos sólo sirvió para enriquecer a un clan, el de los suyos. Ya
al mediodía las imágenes de Kiev eran las de la revolución triunfante, las de
la victoria de una calle compleja, dividida, enfrentada, amalgamada solamente
en la obsesión por derrocar al gobierno, pero que había conseguido su objetivo.
Las escenas de personas entrando libremente en los aposentos del gobierno
componían una imagen preciosa, de aires de libertad recuperada. Y no hay
revolución que no se precie de serlo si, como dice David Gistaum, no lleva al
pueblo a cagar en el baño de oro del dictador que le ha oprimido, y fue por la
tarde cuando vimos esas imágenes de multitudes entrando en la residencia privada
del ya expresidente Yanukovich, a las afueras de Kiev, en medio del lujo, con
sus bañeras y spas, e inodoros con patas doradas, y campos de golf, y zoológico
y museo del automóvil, y todas esas inútiles horteradas que vemos cada vez que
cae un dictador, que me llenan de asombro, al ver que siempre la maldad y la
codicia humana degenera en vulgar acaparamiento de objetos inútiles, que el
fruto del robo a la sociedad por parte de un dirigente siempre se traduce en
cientos de zapatos, de coches, de joyas, de pieles de animales... de los
objetos más absurdos y necios posibles, que sigo sin comprender cómo pueden ser
tan atractivos para el hombre como para preferirlos frente al deber de la
gobernanza.
Y los ucranianos vieron y cagaron en el baño de
su expresidente, y con esa escena la revolución se coronó. La
Rada, el Parlamento nacional, lleva desde entonces aprobando leyes que
desmontan el estado que Yanukovich creo para mantenerse en el poder, ordenó
la liberación de la líder opositora Julia Timoshenko y ha convocado elecciones
presidenciales para el 25 de mayo, en coincidencia, y obviamente no es
casualidad, con los comicios europeos. El país está económicamente quebrado, su
deuda está catalogada como CCC, pura basura, dividido entre prorusos y
proeuorpeos, con una extrema derecha nacionalista muy crecida y con Rusia mirándolo
muy de reojo. Un caos, pero de momento tienen motivos de celebración.
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