Últimamente los famosos se van de
manera sorpresiva, brusca, sin que a uno le de tiempo a prepararse ni mental ni
emocionalmente. El Jueves de la semana pasada fallecía, de un infarto, por la
noche, en su casa, David Taguas, economista conocido en el mundillo de las cifras
y los balances, que acababa de presentar un libro y estaba de promoción por los
medios, adquiriendo aún más relevancia social. Fue una gran sorpresa, muy
desagradable. Y ayer por la mañana, a primerísima hora, las webs empezaron a
mostrar ese cintillo rojo de urgente que, muchas veces, anuncia sangre y
muerte. Y
esta vez era el nombre de Paco de Lucía el que figuraba remarcado en rojo.
Quedaría muy bien si ahora
glosase la figura flamenca de Paco de Lucía y su arte en ese mundo, rememorando
actuaciones y momentos inolvidables, pero no puedo hacerlo, porque no me gusta
el flamenco, no me llama, no me llega. Admito su dificultad, comprendo el
trance en el que entran los que a él se dedican, pero el quejio no me produce
ese mismo temblor de emoción. Por eso no puedo glosar su figura en relación a
su magna obra flamenca, sino haciendo referencia a su papel como guitarrista en
general, como intérprete de un instrumento modesto, muchas veces minusvalorado,
pero que encierra en sí mismo poder, pasión y complejidad en grado sumo. Y Paco
de Lucía era un inmenso guitarrista, un profesional como la copa de un pino, un
virtuoso que había llegado a fundir sus manos con las cuerdas, que podía hacer
con ellas lo que quisiera, atreverse a sacra sonidos y ritmos que ni imaginarse
uno pueda que sean capaces de existir en el interior de una guitarra. Y lo hacía.
La fusión que alcanzaba con el instrumento es la de los grandes profesionales,
los que muchas veces vemos en auditorios y salas de conciertos, como los que
homenajeé hace unas semanas en relación al concierto de la ORCAM y Judith Jaúregui.
El intérprete debe lograr esa fusión total con el instrumento, así como lo
logra el cantante con su voz. Y Paco de Lucía lo consiguió. Su capacidad explotó
y le llevó mucho más allá del flamenco, a donde el quiso. Con una valentía
impropia, una gran curiosidad, y dejando que la música fuera la que le guiase,
exploró nuevos territorios para la guitarra flamenca, como el jazz o el blues,
y en todos ellos brilló a enorme altura. Sus colaboraciones con maestros de
esos géneros se convertían en vibrantes espectáculos que congregaban a
aficionados de uno y otro estilo, que se saldaban con éxitos rotundos y con la
admiración de público y de solistas, que le requerían una y otra vez. Vinieran
de donde viniesen, instrumentistas de todo el mundo quedaban asombrados por el
prodigio que emanaba de sus manos, y por el inmenso músico que era. Un músico
total, que como he comentado al principio, era capaz de hacer lo que quisiera,
y tuvo valor para ello. Muchos no le comprendieron, puristas de todo tipo,
obcecados en su pequeñez, que le acusaban de haberse dejado llevar por influencias
ajenas, poco recomendables. A todos callaba cuando ponía sus manos y corazón en
marcha. Y todo ello se daba en una persona noble y sencilla, muy sencilla, que
nunca quiso ser tratada como una estrella. Que huyó del divismo que arrasa muchas
de las mentes de los que reciben aplausos. Pudo crear una inmensa fortuna con
su marca, pudo hacerse de oro, vivir como un Rey y, como otros que no lo son, dárselas
de ser el mejor, él que sí lo era, pero eligió el camino poco transitado de la
humildad, de la seriedad y la discreción. Ni una palabra más alta que otra,
ningún aspaviento, ningún espectáculo deshonroso ni acto del que pudiera
arrepentirse. Él hablaba a través de la guitarra, de la música, era su lenguaje
verdadero, el sonido que le llenaba y transmitía, y tras eso poco había que
añadir de su boca.
La muerte le ha sorprendido en una
playa del Yucatán mejicano, donde pasaba largas temporadas con su actual esposa
e hijos pequeños. Con ellos estaba jugando cuando se sintió indispuesto y acudió
a un centro hospitalario, donde ya nada se pudo hacer por su vida. Se va el
maestro de las seis cuerdas, pero deja una obra enorme, un ejemplo a seguir y
muchos discípulos que, ayer, hoy y siempre, se enfrentarán al mástil, clavijero
y trastes sabiendo que los caminos que van a recorrer fueron descubiertos un día
por Paco de Lucía.
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