Hoy se celebra el día del centro
comercial rosa, también llamado San Valentín, en el que el almíbar se derrama
por las estanterías rumbo a las cajas registradoras y la necesidad de amar y
querer a la pareja se convierte en negocio y rito obligado. Los que nunca lo
hemos celebrado quizás ansiemos en nuestro interior el día en el que, con
pareja, llegue este día, y podamos criticarlo mirándole a los ojos a la chica
que nos hace olvidar el sonido de la tarjeta al pasar por el lector de bandas
magnéticas, confiando en eso de que el amor verdadero es eterno, irresistible y
ajeno a los vaivenes de la vida y las necesidades materiales.
Desengáñense, eso no es así. La
idealización de la pareja, el arquetipo del ideal romántico, que tan locos
vuelve a algunos, puede convertirse en una pesadilla, al confrontar la realidad
con los sueños que anidan en nosotros. Tarde o temprano la vida del día a día
actúa como el despertador que rompe nuestra plácida noche y nos hace
enfrentarnos al día laboral. Pero como en ese caso, esa ruptura no puede
llevarnos a la depresión, sino a ser capaces de cumplir con las obligaciones laborales
y saber que el sueño, el amor, está ahí, a la espera. Esa capacidad de control,
de gestionar las emociones y las realidades está en cada uno de nosotros, más o
menos presente, pero en general funciona bien. Sin embargo, cuando se
desequilibra, puede dar lugar a situaciones peligrosas, llenas de
irracionalidad y que acaban frecuentemente en el mayor y más absurdo de los
desastres. Suicidios por pena, amores imposibles que se traducen en desgarros,
sufrimientos y dolores sin fin, o celos posesivos que, en nombre de un supuesto
amor, acaban con la vida de la persona querida, en el más absurdo de los crímenes
imaginables. La semana pasada tuvo lugar una historia de este tipo, impactante,
propia de película de tarde de fin de semana de Antena 3, en
la que la mujer e hija de un famoso periodista deportivo sufrieron un asalto
por parte de una pareja que quería matarles. En principio se sospechó que
era un robo o algo por el estilo, convencional, pero poco a poco se desentrañó
una historia de amor infinito que había llevado a la locura a la autora
femenina del asalto. Lorena, que así se llama la chica, es una veinteañera
vallisoletana de aspecto agradable, higienista dental, de familia de clase
media, estudiante, responsable, con trabajo y vida asentada, aficionada al fútbol,
y que desde hace mucho tiempo seguía la carrera profesional de Paco González,
el periodista en cuestión. En un momento dado Lorena se enamoró de Paco, como
nos ha pasado a muchos, no con Paco, sino con chicos o chicas famosas que en
cierto momento poblaban nuestra imaginación y sueños, los más puros y los más
oscuros. Sin embargo la fijación de Lorena por Paco traspasó los límites de la
idealización romántica y, fuera del control al que antes me refería, empezó a
transformar la vida y personalidad de Lorena, haciéndola creer que Paco era
suyo, sólo suyo. Era su “tesoro” y como en el caso de Gollum, le devoró, le
consumió y le llevó a la locura. Viajaba a Madrid para verle en el estudio, se
sacaba fotos con él, le seguía por media España, lo consideraba propio, y
veía como rivales a la familia del locutor, hasta el punto de desear su muerte.
Y dio el terrible paso de convertir esos sueños macabros en realidad. Contrató
a sicarios de países del Este para que mataran a la mujer e hija, que
finalmente se limitaron a cobrar el dinero prometido, hacer algunas llamadas
intimidatorias y huir con el dinero pactado como pago. Pero nada podía detener
a Lorena. En compañía de su actual pareja, un sujeto de treinta años sin
pasado, beneficio y probablemente abducido, planeó personalmente el asalto a la
mujer e hija de Paco, porque si nadie eliminaba los obstáculos que le separaban
de su amado, ella misma lo haría. Y se lanzó, y las pilló, y trató de matarlas,
y las hirió con un cuchillo y, afortunadamente, sólo les causó heridas, algunas
de consideración, pero nada graves. La pesadilla llevada a su último extremo.
Ahora la familia de Paco González se recupera
poco a poco de las heridas físicas y del miedo atroz ante lo que ha sucedido, y
Lorena y su novio se enfrentan a una más que segura pena de prisión por intento
de asesinato, pero ella ya está en la cárcel, encerrada en la prisión mental
que ella misma ha construido con su paranoia obsesiva. Triste, inaudito, pero
el amor ha sido el que ha acabado virtualmente con la vida de Lorena y casi físicamente
con la de otras dos personas. Es este un buen ejemplo para entender lo que no
es el amor, y la fuerza irresistible que puede tener, que mal encauzada nos
lleva a la locura, pero que bien encaminada conduce a la felicidad. En nuestras
manos (y en los de la pareja) está poner las vías para que ese amor nos inunde
con su gracia pero no nos ahogue en la locura.
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