He estado estos cuatro días en el
pueblo, disfrutando de un invierno tan suave que por momentos asemejaba
primaveral, con un solo día, el sábado, de frío e intensa precipitación, y con
viento más o menos fuerte, que no ha dejado de azotar todo el cantábrico. Han
sido las borrascas del Atlántico Norte, las generadoras de esos fuertes
vientos, las que en el océano han generado la enorme mar de fondo que estos días
ha golpeado con saña toda la costa, desde Galicia hasta Guipúzcoa, así como el
resto de la fachada atlántica europea, dejando
tras de si un rastro de destrucción y pérdidas económicas que aún son muy difíciles
de evaluar.
Suena a frase hecha, a tópico
barato, pero es cierto que nada se puede hacer ante la furia del mar. Barcos de
dimensiones estrafalarias, gigantes que en medio de nuestros pueblos o ciudades
se convertirían en majestuosos edificios que causarían admiración pueden ser
retorcidos como un muñeco de trapo por unas olas poseedoras de una fuerza descomunal,
hasta convertir esos prodigios de la técnica en auténticas chatarras. Ante
temporales como estos lo mejor es huir, refugiarse en puerto seguro, amarrarse
fuerte y esperar a que pase la tormenta. Esa es la alternativa de los barcos
pero, y la de los puertos? Sencilla, contra la fuerza bruta del mar, la fuerza
bruta de la roca. Miles de toneladas de enormes rocas son las que conforman los
espigones de los puertos, esas estructuras que a veces parecen naturales de lo
bastas y romas que resultan a la vista, pero que son el fruto de años de
trabajo, esfuerzo y planificación de miles de hombres, que primero imaginaron
esas formas para ganarle espacio al mar y luego se esforzaron para lograrlo. Normalmente
nos parecen fortalezas, lugares imposibles de ser derribados, adquieren cierto
aire de eternidad cuando paseamos por ellos en un tranquilo día de verano, con
olas suaves rompiendo sobre ellos sin que se inmuten, y uno se imagina esa
lucha infinita entre el mar y el espigón, que va a durar siglos, milenios, en
la que la construcción tiene como aliados a la fortaleza y el diseño, y el mar
cuenta con el tiempo, sin límite, como principal socio. Sin embargo, esta visión
edulcorada y poética se rompe en mil pedazos cuando contemplamos escenas como
las de este fin de semana, con olas enormes, de casi diez metros de altura, muy
organizadas, poseedoras de una cadencia precisa, que unidas a la pleamar pueden
ser devastadoras. Enormes masas de agua, de miles de toneladas de peso, que se
estrellan contra la costa con la fuerza de un inmenso puño, de un tren que
descarrila una y otra vez, que bate toda su potencia sobre los bloques de
hormigón, antaño poderosos, pero que nada pueden hacer frente a la furia
desatada de un mar enloquecido, poseído, que no se frena ante nada. El efecto
del impacto del mar contra los muelles es aterrador. Ver como esas columnas de
agua se elevan decenas de metros al aire tras impactar contra una pared que
apenas las contiene, contemplar cómo, en un momento dado, el muro se
resquebraja e, incapaz de aguantar otro envite, se vence y deja pasar el mar,
desprotegiendo lo que, hasta ese momento, era un puerto seguro, la sensación de
que el mar recobra su espacio, y de venganza exige más terreno, y que otra ola
vuelve a golpear, y detrás viene otra, y otra, y así sucesivamente… Nada hay
que pueda frenar ese ímpetu, que transforma el placentero mar en uno de los
mayores infiernos que imaginarse uno pueda.
Ante un panorama así sólo se puede huir, correr,
escaparse tierra adentro. Dejar de sacar fotos o vídeos, renunciar a la instantánea
de nuestra vida para resguardar precisamente la vida tan preciada, salir
corriendo y no acercarse a acantilados, promontorios o demás atalayas que, en
condiciones habituales son seguras, pero que con estos enormes temporales
pueden convertirse en trampas mortales. Hay que tenerle mucho respeto al mar,
porque no perdona un solo error. Llevamos demasiados muertos y desaparecidos
este invierno por golpes de mar. Imagínenselo bravo, enfurecido, desatado, pero
no hagan nada por acercarse a él, por favor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario