miércoles, febrero 05, 2014

La fuerza desatada del mar


He estado estos cuatro días en el pueblo, disfrutando de un invierno tan suave que por momentos asemejaba primaveral, con un solo día, el sábado, de frío e intensa precipitación, y con viento más o menos fuerte, que no ha dejado de azotar todo el cantábrico. Han sido las borrascas del Atlántico Norte, las generadoras de esos fuertes vientos, las que en el océano han generado la enorme mar de fondo que estos días ha golpeado con saña toda la costa, desde Galicia hasta Guipúzcoa, así como el resto de la fachada atlántica europea, dejando tras de si un rastro de destrucción y pérdidas económicas que aún son muy difíciles de evaluar.

Suena a frase hecha, a tópico barato, pero es cierto que nada se puede hacer ante la furia del mar. Barcos de dimensiones estrafalarias, gigantes que en medio de nuestros pueblos o ciudades se convertirían en majestuosos edificios que causarían admiración pueden ser retorcidos como un muñeco de trapo por unas olas poseedoras de una fuerza descomunal, hasta convertir esos prodigios de la técnica en auténticas chatarras. Ante temporales como estos lo mejor es huir, refugiarse en puerto seguro, amarrarse fuerte y esperar a que pase la tormenta. Esa es la alternativa de los barcos pero, y la de los puertos? Sencilla, contra la fuerza bruta del mar, la fuerza bruta de la roca. Miles de toneladas de enormes rocas son las que conforman los espigones de los puertos, esas estructuras que a veces parecen naturales de lo bastas y romas que resultan a la vista, pero que son el fruto de años de trabajo, esfuerzo y planificación de miles de hombres, que primero imaginaron esas formas para ganarle espacio al mar y luego se esforzaron para lograrlo. Normalmente nos parecen fortalezas, lugares imposibles de ser derribados, adquieren cierto aire de eternidad cuando paseamos por ellos en un tranquilo día de verano, con olas suaves rompiendo sobre ellos sin que se inmuten, y uno se imagina esa lucha infinita entre el mar y el espigón, que va a durar siglos, milenios, en la que la construcción tiene como aliados a la fortaleza y el diseño, y el mar cuenta con el tiempo, sin límite, como principal socio. Sin embargo, esta visión edulcorada y poética se rompe en mil pedazos cuando contemplamos escenas como las de este fin de semana, con olas enormes, de casi diez metros de altura, muy organizadas, poseedoras de una cadencia precisa, que unidas a la pleamar pueden ser devastadoras. Enormes masas de agua, de miles de toneladas de peso, que se estrellan contra la costa con la fuerza de un inmenso puño, de un tren que descarrila una y otra vez, que bate toda su potencia sobre los bloques de hormigón, antaño poderosos, pero que nada pueden hacer frente a la furia desatada de un mar enloquecido, poseído, que no se frena ante nada. El efecto del impacto del mar contra los muelles es aterrador. Ver como esas columnas de agua se elevan decenas de metros al aire tras impactar contra una pared que apenas las contiene, contemplar cómo, en un momento dado, el muro se resquebraja e, incapaz de aguantar otro envite, se vence y deja pasar el mar, desprotegiendo lo que, hasta ese momento, era un puerto seguro, la sensación de que el mar recobra su espacio, y de venganza exige más terreno, y que otra ola vuelve a golpear, y detrás viene otra, y otra, y así sucesivamente… Nada hay que pueda frenar ese ímpetu, que transforma el placentero mar en uno de los mayores infiernos que imaginarse uno pueda.

Ante un panorama así sólo se puede huir, correr, escaparse tierra adentro. Dejar de sacar fotos o vídeos, renunciar a la instantánea de nuestra vida para resguardar precisamente la vida tan preciada, salir corriendo y no acercarse a acantilados, promontorios o demás atalayas que, en condiciones habituales son seguras, pero que con estos enormes temporales pueden convertirse en trampas mortales. Hay que tenerle mucho respeto al mar, porque no perdona un solo error. Llevamos demasiados muertos y desaparecidos este invierno por golpes de mar. Imagínenselo bravo, enfurecido, desatado, pero no hagan nada por acercarse a él, por favor.

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