lunes, febrero 10, 2014

La infanta en rampa


Sospecho que el sábado por la mañana sólo se hablaba o del tiempo o de la infanta. Que si viene otro temporal, que si vaya rachas de viento que llevamos, cuánta agua, si bajará la rampa andando o en coche, si el viento le afectará en el vestido, de cómo será dicho vestido, etc. Tremendo, sí. Afortunadamente para los curiosos y apostadores antes bajó la infanta la rampa que llegó la tormenta, la meteorológica, claro está. Tras el descenso y comparecencia en los juzgados, el debate se ha trasladado a lo que allí dijo y a lo que no, a si hubo evasivas, medias verdades o sinceridades. Todo sea por hablar mucho durante mucho tiempo.

La verdad es que el asunto de la Infanta, su marido y demás no me interesa en exceso, salvo por la derivada que genera en forma de deslegitimación monárquica y, por ello, más inestabilidad política en medio de nuestra fenomenal crisis. Soy de los pocos que quedamos en España que opinamos que será el juez el que dictamine si Cristina es culpable de lo que se le acusa o no, el que diga si Urdangarín cometió todos esos delitos de los que se le acusa y, por tanto, deban cumplir penas civiles o penales. El problema para ellos es que la sociedad ya les ha juzgado y condenado, y en el caso de la monarquía y aledaños, el juicio social es más importantes que el judicial. Cuando el Rey visita un lugar y miles de personas le esperan y aplauden no acuden allí por la llamada de la ley o por un imperativo normativo, no, sino por curiosidad ante una figura pública y, obviamente, cierto aprecio por ella. Esa figura tiene una legitimidad legal, sí, soportada en la constitución, pero dado que no es electiva, ni se presenta a refrendos de ningún tipo, sustenta su presencia en el apoyo popular que la respalda. Los votos que cosecha el Rey son los aplausos que recibe allí donde va. Si hay mucho aplauso, bien. Si hay poco, mal. Cuando Cristina se casó en Barcelona, hace ya bastantes años, hubo cientos de miles de personas en la calle celebrándolo, asistiendo a los eventos señalados y vitoreando a la pareja. Eso es aprobación. El Sábado, junto a la rampa, no hubo muchos manifestantes, porque por seguridad y logística la cosa no daba para mucho, pero la sensación no era precisamente de apoyo popular y aclamación. En este caso la monarquía ha perdido el voto popular, Cristina y su marido son considerados culpables por la inmensa mayoría de los españoles, que ven en ellos un símbolo del poder que se ha comportado de manera innoble y, por tanto, es el blanco perfecto para descargar la ira que se acumula en gran parte de la ciudadanía tras años de crisis y depresión social. Urdangarín, que parece cumplir con todas las condiciones que se asocian a los arribistas y trepas, tiene un futuro judicial complicado y, sospecho, acabará entre rejas, pero la mala gestión de este asunto por parte del Rey y su entorno ha propiciado que el sacrificio del balonmanista no sea suficiente. Hubo un momento en el que era posible “salvar” mediáticamente a Cristina, obligándola a aparecer en público, compungida, arrepentida por lo sucedido, renunciando a sus derechos dinásticos, que son sobre todo simbólicos, y mostrando ser una víctima del comportamiento de su marido, cosa que en parte sí es. Pero se perdió la ventana de oportunidad para hacer eso, creyendo que las aguas se tranquilizarían y el caso no iría a más. Nuevamente el error de cálculo ha resultado ser devastador.

La imagen de Cristina de Borbón es ya irrecuperable, pase lo que pase, sea condenada o absuelta. Es un personaje “quemado” y el Rey y su entorno lo saben. Ella quizás no, será difícil asumir para alguien nacido y criado en una especie de paraíso (en mi opinión en una cárcel muy bien vestida) que su vida ha cambiado para siempre, y que ya nunca disfrutará del aprecio y respeto que, desde pequeña, el país entero le ha ido brindando. La rampa de los juzgados de Palma es la cuesta abajo por la que Cristina se despeña hacia su ostracismo social. Ahora los esfuerzos se centran en que su caída no arrastre a nadie más. En el fondo, todo esto es una historia bastante triste.

No hay comentarios: