miércoles, marzo 05, 2014

¿El Anschluss de Putin?


En 1938, con Hitler completamente asentado en su poder absoluto, y con una Alemania que ya no ocultaba su afán expansionista, se produjo lo que se llamó el Anschluss, o la anexión de Austria al Reich germánico. Desde hacía tiempo Hitler y sus secuaces conspiraban para crear un clima anexionista en Alemania y peticionario de la misma en Austria, con movilizaciones populares y manifestaciones en las que los alemanes residentes en Austria denunciaban la opresión a la que se veían sometidos por parte del gobierno de Viena. Doblegar la voluntad del canciller Kurt Schuschnigg fue sencillo, y anda ni nadie paró la maquinaria militar y de propaganda de Berlín.

¿Es similar este episodio histórico, tan estudiado, al que estamos viviendo ahora en Crimea, y en general, el este de Ucrania, con Rusia? ¿Está Putin realizando una labor de ocupación de igual manera a la que la ejercieron las milicias nazis que acabaron por hacerse con el poder en Viena? Es innegable que existen paralelismos inquietantes entre ambos procesos. Tanto Hitler como Putin juegan a ocultar sus verdaderas intenciones mientras que, sobre el terreno, la labor de desestabilización que realizan los partidarios del imperio de turno socaban la legitimidad de unas débiles instituciones a las que el poder central, antes Viena, ahora Kiev, se muestra incapaz de defender. El nacionalismo, la defensa de la integridad del “Volk”, alemán entonces, ruso ahora, también está muy presente y supone un argumento irracional que soflama a las masas para que se levanten y actúen, ofreciendo así a los ejércitos invasores un territorio fácil de anexionar, dado que gran parte de la población ya es colaboracionista con las nuevas fuerzas militares. También se da, en ambos casos, un afán imperialista que, naciendo de Berlín o de Moscú, pretende reverdecer viejas glorias de poder en las que esas capitales regentaban imperios temidos en el mundo entero, y no hay mejor manera de satisfacer esa ansia de conquista que la de crecer a costa de los vecinos débiles que se muestran a merced y que no parece que vayan a defenderse. Por último, curioso, también se da un idéntico contexto de impotencia internacional, en el que los países vecinos de los agredidos, y los supuestos aliados de los mismos, occidente en los dos casos, se muestran pusilánimes, temerosos e incapaces de organizar una estrategia común para afrontar el reto que, antes Alemania, hoy Rusia, pretenden llevar a cabo. La estrategia apaciguadora por parte de los aliados en los años treinta sólo sirvió para engrandecer la capacidad del régimen de Hitler y darle una ventaja estratégica, ocupando territorios y permitiéndole mejorar sus fábricas de munición y armamento, otorgándole una posibilidad de ganar una guerra, que cerca estuvo de conseguirlo, que de haberse desarrollado un par de años antes es muy probable que hubiera perdido con mucha mayor rapidez (que no contundencia, la derrota alemana de 1945 fue insuperable). Hechos estos paralelismos, también hay diferencias sustanciales. Rusia puede alegar que está respondiendo ante la revuelta que ha tomado el poder en Kiev, de un carácter eminentemente anti ruso, y que por tanto no hace otra cosa que defender un status quo que le garantizaba el acceso al Mediterráneo a través de su flota en Sebastopol y la relación con la provincia de Crimea, de ascendencia rusa. Así mismo también el punto de partida es muy diferente, dado que durante medio siglo XX Ucrania ha sido una provincia del imperio soviético (léase ruso) y las relaciones han sido muy estrechas entre ambos países, tanto como para asfixiar a más de uno. Las relaciones internacionales también han cambiado bastante y, pese a que la indolencia y el temor occidental se mantienen, los daños que una acción coordinada de varios países e instituciones pueden infringir a la ya maltrecha economía rusa pueden ser tan intensos como para disuadir a Putin de planear nuevas aventuras de conquista o usurpación.

Pero más allá de los paralelismos y diferencias, resulta evidente que Putin ha mandado una señal al mundo diciendo que sus intereses, como gobernante y país que rige con mano de hierro, no se van a frenar ante lo que la comunidad internacional diga o haga. Amparado en lo que en los setenta se llamó la doctrina Berzniev, de la soberanía limitada que Rusia otorgaba a los países satélite que estaban bajo su control en la URSS, Putin se ha erigido en juez y parte de lo que vaya a suceder no sólo en Crimea, sino en toda Ucrania, dejando muy claro que, para él, las antiguas repúblicas exsoviéticas siguen estando, en cierto modo, bajo su tutela. De ahí que, lejos de calmarse, tengo la sensación de que la crisis ucraniana no ha hecho nada más que empezar.

No hay comentarios: