Comentábamos el viernes pasado
que era imposible saber lo que iba a suceder en el conflicto ucraniano, y la
realidad se ha encargado de mostrarnos que, en efecto, cualquier cosa podía pasar.
De todos los escenarios a los que nos podíamos enfrentar, estamos ahora mismo
frente al más complejo y peligroso de ellos. Putin, que sigue sin decir nada,
habla mediante las órdenes que dicta a su ejército, y ante la pasividad, miedo
y asombro de todos los demás actores, no ha tardado ni un par de días en
invadir, de manera encubierta, la península de Crimea, de mayoría rusa. donde
se encuentra la sede de la flota rusa, en Sebastopol.
La jugada ha sido interesante,
digna de un juego de estrategia, y poseedora de grandes paralelismos con la que
ya se llevó a cabo en Georgia en 2008. Militares de marca blanca rusa, en
expresión muy acertada que he oído este fin de semana, penetraron en Crimea y,
tras el asalto que se produjo a las instituciones del poder civil (parlamento,
tribunales, etc) tomaron posiciones en carreteras, puestos fronterizos y
acuartelamientos militares. Todo sin pegar un tiro y sin mostrar enseña ni
bandera alguna. Tras ello, esas fuerzas, en nombre de la población rusa que
vive en la península, proclaman el sufrimiento al que se ven sometidos por
parte de las nuevas autoridades ucranianas, antirusas sobre todo, y solicitan a
Moscú ayuda y apoyo militar. La Duma, el parlamento ruso, escucha esta llamada
de socorro por parte de sus sufridos amigos eslavos de Crimea y vota conceder a
Putin el permiso para que disponga de las tropas y el ejército en su conjunto
para actuar como desee, con el fin de preservar la supervivencia y bienestar
del hermano pueblo eslavo. Y ya con toda la península de Crimea conquistada,
sometida en la práctica al control de Moscú, y sin que el ejército o gobierno
de Kiev pueda hacer otra cosa que no sea mirar al tendido y proclamar su
indignación e impotencia, Putin empieza a mandar tropas regulares a la península,
estas sí con banderitas e identificadores, que acuden al auxilio de la población
civil. La
invasión se completa con el asedio a los restos del ejército ucraniano, los
que aún no se han pasado al bando ruso, pidiendo su rendición y entrega a las
nuevas autoridades. Y así Putin se hace con el control de la península, sus
bases y todo lo que hay en ella. Y ante este gesto de fuerza el mundo mira,
asombrado y sin saber muy bien qué hacer. Confía Putin en la proverbial cobardía
occidental, mostrada sin tapujos durante los últimos años, en que los europeos
son incapaces de ir a la guerra, carentes de medios, tropas, armamento, dirección
y voluntad, y que los norteamericanos no quieren enfangarse en un conflicto en
la Europa del Este tras sus últimas y frustrantes aventuras militares en las
arenas de los desiertos. Ante una comunidad internacional pasiva, y que en el
fondo tiene miedo de que Rusia desencadene una guerra “de verdad” que supondría
un enfrentamiento muy peligroso en todos los sentidos imaginables, se suceden
los llamamientos a la calma por un lado y la amenaza de sanciones diplomáticas,
como la expulsión de Rusia del G8 o la ausencia de representación oficial en
los Juegos Paraolímpicos de Sochi, amenazas que me da la impresión de que a
Putin le producen una risa sólo comparable al miedo que les está entrando a
todos los que viven en Ucrania y demás países del Este europeo, que observan
como nuevamente el oso ruso vuelve a mostrar su garra y empieza a rasgar zonas que
ya destruyó con saña durante su ocupación del siglo XX.
Y es que, amparado en la idea de que lo que se
produjo en Kiev hace unas semanas fue un golpe de estado y la toma del poder
por parte de unos extremistas proeuropeos, asociados con la extrema derecha,¿
qué le impide pensar a Putin que su deber de defender a los rusos en Ucrania va
mucho más allá de Crimea y, por tanto, debe también penetrar en la zona
continental del país? Media Ucrania es prorusa, y si de ahí surge una “llamada
de auxilio” como pasó en Crimea, ¿qué pasará? Y si en la península los restos del
ejército ucraniano no se rinden y se lían a tiros ¿Qué puede suceder? Y la
población civil no rusa de Crimea, ¿se va a dejar someter por Moscú por las
buenas? Menudo lío que se ha organizado. De los muy feos.
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