jueves, marzo 20, 2014

La valla de Melilla, el mar de Lampedusa


El salto de la valla de Melilla del Martes ha sido el más numeroso y espectacular de los que se recuerdan. Cerca de quinientos inmigrantes lograron llegar hasta el otro lado de la verja, deambular por las calles de la ciudad y acabar en el hacinado centro donde temporalmente son acogidos, que diseñado para albergar unas quinientas personas, hacina ahora entre sus instalaciones a cerca de dos mil. Ni las concertinas sitas en lo alto de la valla ni el refuerzo policial ni nada de nada. Los asaltos a la verja se suceden, cada vez con mayor intensidad y frecuencia, y no está claro cómo pueden evitarse.

Ese mismo día era más de dos mil las personas rescatadas por las patrulleras de la armada italiana en el Mediterráneo, en su ciega travesía hacia Lampedusa, lugar en el que el verano pasado un naufragio mató a cientos de personas e hizo que todos nos escandalizáramos, avergonzáramos y proclamásemos propósitos de enmienda. Transcurridos los meses, qué sorpresa, nada se ha hecho, ni por parte de la legislación o dotación financiera por el lado europeo o por la estabilización de las fronteras exteriores por el lado de los países emisores de inmigrantes. Nada de nada. Cada cierto tiempo el Mediterráneo escupe cadáveres que se acumulan en nuestra conciencia y la valla de Melilla se lleva miembros de personas que tratan de cruzarlas, pero el problema sigue ahí. Y no es, me parece, un problema de inmigración en sentido estricto. África no nos invade, ni nada por el estilo. Recordemos que las puertas de la inmigración clandestina en Europa son las carreteras, los aeropuertos, y todos los lugares por los que se puede entrar con visado de turista por tres meses y no volver. No, el problema de Melilla, Ceuta, Lampedusa y otros puntos calientes es un problema de seguridad pública y de control de fronteras, y obviamente, no es agradable. Su gestión es oscura, fea, quita votos y recolecta insultos en las redes sociales, se haga lo que se haga. El racismo que existe en nuestra sociedad se disfraza de buenismo al ver a esas pobres gentes colgadas de la valla tratando de entrar, y reclama que se les permita el acceso, pero reniega de los inmigrantes que ocupan un puesto delante de los “auténticos nacionales” en las colas de los ambulatorios o a la hora de escoger plazas de colegio. Las autoridades comunitarias exigen un trato digno y sin violencia en el control de una frontera que, sita a miles de kilómetros del frío norte de Europa, no es sino un espejismo que en nada afecta al día a día. Y así pasa el tiempo y no se adopta ningún tipo de medida que permita aliviar el problema. ¿Y cuáles son esas posibles medidas? Con las vallas hay tres opciones. Una es tirar la valla y que entre todo el que quiera. En apenas unos días Ceuta y Melilla estarían desbordadas, más que duplicando su población actual, y el caos sería absoluto. Otra sería impedir todo paso, usando para ello la fuerza y medios necesarios. Entre esos extremos, que generarían situaciones muy indeseables, se sitúa nuestro vacilante gobierno, y el anterior, y el siguiente, que optan un día por ser muy duros y dos por hacer la vista gorda, y tratan de que el tiempo arregle algo la situación. Probablemente sea la táctica más cutre de las tres y, en el fondo, la más efectiva. Más allá de las vallas, el problema de fondo, que es la desastrosa situación de los países de origen de esta inmigración, no se va a resolver en un mes, año o década, por lo que apelar a esa alternativa queda muy bien en las tertulias pero es inútil. La otra vía de solución es la de contar con el país que está al otro lado de la valla, y en este caso España lo tiene más fácil con Marruecos que Italia con Libia, o lo que sea ahora ese territorio. Se pueden acordar las llamadas expulsiones en caliente, que por duras que suenen son lo más fácil de ejecutar, y sobre todo, pagar dinero, mucho mucho dinero, al gobierno marroquí para que controle el espacio aledaño e impida que esas miles de personas se agolpen al otro lado para tratar de dar el salto. Sí, dinero, y mucho, para que Marruecos haga de portero de discoteca y nos mantenga tranquilos. Ya se que todo esto suena muy duro, pero es así.

Hay otras dos opciones. Una indirecta, fea y sucia, es pagar y tratar con las mafias que trafican con esas personas, para otorgarles un negocio alternativo y que dejen el esclavismo, que es a lo que se dedican. También se les podría perseguir y detener sobre el terreno, pero eso exige que cuerpos policiales y militares españoles, en este caso, trabajen en Marruecos, pero eso lo veo realmente difícil. LA otra la mencionó un tertuliano en la tele a principios de semana, que es coger a esos cientos de inmigrantes, subirlos a un avión y llevarlos a la frontera francesa (mejor la belga, alemana o danesa, creo yo) y esperar a que la UE, ante un problema que vería por fin como propio, empiece a actuar, a cambiar las leyes y, sobre todo, a pagar dinero, mucho mucho dinero, para tratar este difícil asunto

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