Toda esta semana está marcada por
la crisis ucraniana, y sospecho que los pocos lectores que queden de este blog
estarán algo cansados de que día tras día me esté refiriendo a ello. Créanme
que lo siento, pero es que es un asunto de la máxima importancia, y de consecuencias
imprevisibles para esta nuestra Europa, región especializada en fabricar ideas
maravillosas y locas, y problemas de una complejidad difícilmente superables.
El ruido de la guerra ha ido cesando a lo largo de los días, pero más que nada
porque Rusia se ha afianzado en Crimea como una lapa a la que nadie parece
poder, y sobre todo querer, despegar.
La decisión tomada ayer por el
parlamento regional de Crimea, declarado en rebeldía de Kiev, asaltado por
milicias rusas no uniformadas y sometido al dictado del Kremlin, de adelantar
al 16 de marzo la fecha del referéndum para anexionarse a Rusia es un punto
de no retorno que, unido a la reacción que se dio en las cancillerías
occidentales, garantiza que Crimea va a dejar de ser parte de Ucrania dentro de
un mes y se unirá a Rusia. Por un lado la península, de mayoría social rusa,
está militarmente tomada, el estado ucraniano ha desaparecido de las
instituciones y organismos públicos locales, y cuenta tanto en la práctica como
el indonesio. El resultado del referéndum, amañado o no, será mayoritario a la
hora de declarar la suelta de amarras de Ucrania, y es muy difícil que el gobierno
de Kiev pueda hacer algo más que alzar la voz, protestar muy fuerte y emitir
quejas a diestro y siniestro. La reunión que ayer se celebró en Bruselas entre
los jefes de estado y gobierno de la UE y el nuevo primer ministro ucraniano
dejó bien clara la voluntad de la UE de respaldar moralmente las aspiraciones
ucranianas pero, en la práctica, no hacer absolutamente nada para impedir que
Rusia se salga con la suya. ¿Miedo? ¿Cobardía? ¿Intereses económicos? ¿La
factura del gas? De todo un poco. Nadie quiere empezar una guerra con Rusia y
menos una UE carente de fuerzas militares, capacidad de respuesta y ardor
guerrero. La respuesta diplomática es contundente, dura y enérgica, pero sobre
todo servirá para que sea escuchada en Escocia, Padanai, Flandes, Cataluña y
otras regiones de la propia UE, que coquetean con consultas separatistas. Nada de
lo que ayer se dijo en Bruselas afecta en lo más mínimo a los planes de Putin,
que ve como se hace con el control de Crimea sin pegar un solo tiro, con una
operación no muy costosa desde el punto de vista logístico (no desde otros,
recuerden lo que comentábamos ayer) y que, en un primer asalto o intento de
reconquista del este europeo observa que, pataletas al margen, no hay una
oposición real por parte de ninguno de los actores interesados. El papel de
EEUU no es muy distinto del de la UE. Acobardado, ensimismado o carente de una
estrategia a largo plazo, Washington realiza duras declaraciones que, en el
fondo, sabe que no sirven para nada, quizás esperando que el suflé se desinfle
por sí solo y dando por perdida una Crimea que, en el fondo, siempre consideró
rusa. Los habitantes no rusos de esa península tienen por delante un futuro
complicado, con un cambio de tornas en el poder que, muy probablemente, les
haga la vida mucho más difícil. El régimen autoritario de Moscú no se va a
andar con remilgos a la hora de meter en vereda a los posibles opositores que
residan en Sebastopol o en sus aledaños, que en breve comprobarán como impone
Putin la paz y el orden. Así, la península está perdida, y ahora la gran
pregunta es saber si sólo Crimea será desgajada de una Ucrania débil,
descontrolada y con un gobierno inestable y que no se sabe muy bien a quién
representa.
La
portada del The Economist de esta semana lo dice todo, con los ojos de Putin
puestos sobre una Ucrania que ve al alcance de la mano. Tras el ensayo
crimeano y la falta real de oposición, ¿qué impide al sátrapa de Moscú volver a
usar la misma táctica en Karjov, Donetsk y otras ciudades y regiones del este
del país, de alta presencia rusófona? ¿Por qué conformarse con Crimea cuando
puedo tener el control de medio país por el mismo precio? ¿Hasta dónde puedo
tensar la cuerda en mi ambición hacia el oeste sin que salte la chispa de la
guerra? ¿Hasta dónde puedo extender mi frontera, y amenazar a la UE? Los ojos
de Putin están puestos en esa marca, y es muy probable que nunca se retiren del
todo de allí. Ese es el escenario al que nos enfrentamos.
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