Ayer, mientras la solemnidad, el
respeto y la emoción acompañaban en Madrid y Ávila a los últimos pasos del
féretro de Adolfo Suárez sobre la superficie de la tierra, en
Holanda tenía lugar una reunión de la cumbre de seguridad nuclear, a la que
debía asistir Rajoy, que no lo hizo por los actos funerarios de Suárez, en el
marco de la cual Obama pronunció un buen discurso (siempre son buenos, casi
siempre carecen de consecuencias) en el que dijo cosas muy ciertas respecto a
la posición de Rusia en Ucrania pero dejó claro que nada va a cambiar una vez
asumida la anexión de Crimea por parte de Moscú.
Lo más acertado de sus palabras
fue la comparación que estableció entre el poder duro y blando de ambas
naciones y el uso que hacen de él. Así, señaló que EEUU tiene una gran
capacidad de influencia (cada vez menos) en todo el mundo sin necesidad de
invadid países, mientras que Rusia, con su movimiento militar anexionista, ha
mostrado su debilidad más que su fortaleza, y ha aumentado el resquemor de sus
vecinos, que desean cualquier cosa menos estar cerca del imperio que surge en
Moscú. Todo esto es verdad, es una verdad muy profunda, y tienen razón los que
señalan que el poder blando, que genera atracción, del que EEUU y la UE son
grandes poseedores, es el que puede al final decantar la mayor parte de los
conflictos, pero no es menos cierto que el poder duro (las armas, las
sanciones, el miedo) juega un papel muy relevante, y que menospreciarlo puede
ser un fatídico y terrible error. Quizás Putin, desde uno de sus zaristas
salones del Kremlin, estuviera oyendo el discurso, y asintiendo con la cabeza,
pensado para sus adentros que sí, que esas palabras son ciertas, pero los
hechos son que Crimea es mía, la inmensa mayoría de los rusos me apoyan y la
aventura militar me ha salido muy barata, con cero bajas y una reprimenda
internacional que haría reír a unos pandilleros de colegio. Del discurso de ayer
se puede sacar la conclusión de que todas las partes aceptan el cambio de status
quo de la península de Crimea, consideran que Rusia se ha pasado pero qué se le
va a hacer, apoyarán al gobierno de Ucrania mediante palmadas en la espalda
pero sin ningún tipo de armamento ni soporte militar (duro) y sólo, quizás, y
puede, que si Rusia vuelva a las andadas y reclame nuevos territorios las
sanciones se endurezcan, hasta el punto de que algún McDonald’s sito en Rusia
se cierre. En el tablero de ajedrez del mundo la partida ucraniana vuelve a una
posición de tablas tras la ganancia de Rusia del peón crimeano, y todos los
jugadores paran el reloj para estudiar la configuración de las piezas y
determinar sus estrategias. En medio, el solitario, débil y vacilante gobierno de
Kiev, que no está muy claro ni a quién representa ni que gobierna, que trata de
pedir socorro a gritos ante una Europa y EEUU que no piensan mover ninguna
pieza de momento, asustados como se han quedado con la celeridad y determinación
de Rusia a la hora de buscar sus objetivos. En Kiev se saben solos, se sienten
débiles, y notan que el reloj corre en su contra, con la fecha marcada de las
elecciones de Mayo, en las que el futuro del país se juega el todo por el todo,
con la necesidad perentoria de que surja un gobierno de unidad que represente
tanto a proeuropeos como prorusos, que establezca unas relaciones fluidas con
ambos lados de sus fronteras y que, en la medida de lo posible, sirva de puente
entre los dos mundos, occidente y la estepa eslava, convirtiéndose en un punto
de atracción y no de fricción, haciendo de Ucrania no el territorio donde se
enfrenten ambas ideas, sino el lugar donde se encuentren.
Esto es muy idílico, ya lo se, pero es que el
resto de alternativas son de pesadilla. Empezando por la enorme inestabilidad
de este gobierno de Kiev y del país en su conjunto. Ayer
murió tiroteado uno de los líderes de la extrema derecha ucraniana, representante
de una de las fuerzas que, como no, se han hecho fuertes en la plaza Maidan y
cada vez ocupan mayo espacio en la gobernanza del país. Todos vimos como paramilitares
fascistas echaron a golpes al director de la televisión ucraniana por no
gustarles cómo se llevaba a cabo la cobertura de la crisis de Crimea. En esta
coyuntura confiar en el proceso electoral ucraniano es un acto de fe digno de
un apóstol galileo, pero no nos queda otro asidero al que agarrarnos. Crucen
los dedos de aquí a Mayo.
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