viernes, marzo 21, 2014

Iñaki Azkuna y el Gran Bilbao


Nací hace casi 42 años en Elorrio, un pequeño pueblo de Vizcaya situado a casi cuarenta kilómetros de Bilbao, en una época en la que esa distancia era mucho mayor que la de ahora. Para nosotros, de pequeños, Bilbao era casi más un mito que una realidad. Pasaban pocos autobuses por el pueblo que allí viajaban, pero sabíamos que existía una realidad diferente, de señores elegantes, trajeados, de grandes tiendas, de comercios, edificios imponentes, fábricas inmensas… Una o dos veces al año iba con mis padres a Bilbao, y esa era una de las excursiones más importantes del año.

El mito de Bilbao lo ha hecho su entorno, su clima y, sobre todo, su gente. Seria, industriosa, afable, responsable, trabajadora, abierta, bruta, liberal y franca, la esencia del bilbaíno es mucha, y la empecé a conocer cuando llegué a la universidad, en 1990, en una ciudad que todavía era gris y oscura, con ruinas industriales por doquier, un aire denso y una ría fétida que no era exactamente líquida, sino más bien pastosa. Algunos de mis compañeros de facultad eran lo que se puede definir por bilbaíno, algo chulescos y grandilocuentes, sí, pero nobles de corazón y entregados con pasión a sus deseos y apetencias. Formaban parte de una ciudad, sí, Bilbao es una ciudad, que desde siglos pasados se ha levantado orgullosa y fuerte frente a todos los que, muchos, han deseado humillarla, al verla como símbolo de un progreso y tradición que chocaba contra sus ideas. Los carlistas la bombardearon con saña en el siglo XIX, porque ese bocho liberal que era Bilbao se oponía con toda la fuerza de sus ideas a la retrógrada farsa que representaban los requetés y las boinas rojas. Posteriormente los nacionalistas, que han erigido al caserío y al ambiente rural como la arcadia feliz del mundo vasco, trataron con desprecio a Bilbao, lugar industrioso, abarrotado, lleno de gente venida en aluvión de toda España y resto del mundo, que atestaban sus calles y plazas, y rompían con la monocordia verde y silenciosa de las campas rurales. En los mismos pueblos, en el mío, los mayores miraban con recelo a Bilbao y a todo lo que sonase a ciudad, como fuente de todo mal, como origen de perversiones, modas falsas, costumbres pecaminosas y corrupciones de todo tipo. Pero a todos a podido Bilbao, a todos ha conquistado, porque posee un espíritu que va mucho más allá de los límites y esquemas que una mente rígida y simple pueda desarrollar. Bilbao es todo eso y mucho más. Y quizás sea Unamuno, ese personaje del siglo XIX, contradictorio, genial, brillante, caótico y esquizofrénico, quien mejor pueda definir la idiosincrasia de una ciudad indefinible. Fue Iñaki Azkuna quien hace años, en medio de las críticas de los nacionalistas y los batasunos, reivindicó la figura de Unamuno para sí y para la ciudad que regía, como símbolo del vasco universal, del pensador que se enfrenta a todos y a sí mismo en la búsqueda de la verdad, esquiva, que parece jugar con él entre las siete calles del Casco Viejo. Ordenó recuperar la cabeza del filósofo que, clavada en lo alto de una columna, como su fuera una pica medieval, se yergue en la plaza del mismo nombre, y que había sido sustraída por unos delincuentes días semanas antes. En ese acto de reposición de la cabeza de Unamuno, Azkuna demostró que se había presentado a la alcaldía por las siglas del PNV, pero que era alcalde de todo Bilbao, que sentía como propias todas las ideas que bullían en una ciudad a la que, como tantos, amaba hasta en lo más profundo, y que su altura de miras y grandeza de ideales no los iban a cercenar cuatro cafres y su banda de acólitos, que no eran capaces ni de admirar la grandeza del lugar en el que se encontraban protestando.

Ayer, a los 71 años, Iñaki Azkuna falleció en su casa rodeado de su familia, y de medio Bilbao, y de muchas personas del resto de España y del mundo, que sintieron su muerte como propia. Su figura ha ido creciendo a lo largo de estos años hasta suscitar el aplauso y admiración de todos, y también los votos, elegido por una mayoría absoluta de ciudadanos creyentes de ideas políticas muy diversas, pero que veían en Azkuna a SU alcalde. El valor y entereza al afrontar el final, en público, mostrando su deterioro a la vista de todos, el haber dejado a la ciudad renovada y sin un euro de deuda, la adhesión popular…. Son muchos los méritos de Azkuna, que nación en Durango, cabeza de la comarca de Elorrio, demostrando que los de Bilbao nacen donde se les pone en la punta de los coj…..

Subo este fin de semana a Elorrio, a cuarenta kilómetros de Bilbao, y me cojo el Lunes. Abríguense y hasta el Martes si no pasa nada raro.

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