Saliendo de casa esta mañana de
camino al trabajo me he dado cuenta de que han caído algunas gotas de lluvia a
lo largo de la noche, apenas las suficientes para mojar el suelo, pero capaces
de humedecer el ambiente y darle un toque distinto tras más de dos semanas de
anticiclón perpetuo sobre España y el resto de Europa, que nos ha proporcionado
el sol y la tranquilidad que muchos ansiaban tras el carrusel de borrascas
atlánticas que no ha dejado de golpear el país a lo largo de un Enero y Febrero
no muy fríos pero sí lluviosos, ventosos y violentos.
Pero no todo es perfecto. El
anticiclón, el aire pesado quieto sobre las ciudades, las calefacciones aún en
marcha y los millones de coches que por ellas se mueven han disparado los
niveles de contaminación hasta límites peligrosos, que en China serían
considerados como aire limpísimo, pero que en el resto del mundo suponen una
alerta a tener en cuenta. La situación más complicada se ha vivido en
Centroeuropa, y París ha sido la capital más afectada. Muchas han sido las
imágenes en las que, desde el cielo, se veía una enorme extensión urbana
cubierta por una capa de contaminación, literalmente de mierda, que la
oscurecía por completo, y en medio de la escena la imaginación ayudaba a
completar la efigie de la Torre Eiffel, cuya base se distinguía con facilidad,
pero que se iba difuminando a medida que ascendía hacia la mugre que todo lo
tapaba. La imagen era inquietante, y daba que pensar, y volvía a hacerme fuerte
en mi argumento de que el cambio climático, del que tanto se discute, habla,
teme y tantas portadas ocupa, es aún un futurible de difícil gestión, mientras
que la contaminación urbana, que día a día mata a miles de personas y genera
cánceres sin fin es un problema de nuestro tiempo, que está aquí, que nos
perjudica ya, en este mismo instante en el que usted y yo respiramos, y contra
el que nada hacemos en serio, más allá de algunas medidas cosméticas. En el
caso de París el Ayuntamiento hizo lo que pudo, decretando inicialmente la
gratuidad de los transportes públicos y alentando a la población para que los
utilizara o recurriera a las bicicletas, que no contaminan. Como el anticiclón
no se movía y la capa de mierda no disminuía, recurrió a medidas más drásticas,
como la restricción del tráfico en la ciudad, permitiendo sólo el
uso de vehículos con matrículas pares o impares en días alternos. Mano dura
para llevar a cabo esta medida, y sobre todo un cierto movimiento en la atmósfera
que empezó a dispersar la contaminación han sido las causas de que la crisis
parisina haya pasado, pero que pueda volverse a repetir, allí y en cualquier
otra de nuestras ciudades, si las condiciones meteorológicas se vuelven a
repetir, cosa que es mucho más fácil de que suceda de lo que pudiera parecer. Así,
la crisis ha pasado pero el problema persiste, y las soluciones que se adoptan
son parches para salir del trago sin que solventen el problema de fondo. Piense
usted en que parte de nuestras ciudades se inundase cada vez que lloviera
cuatro horas seguidas. ¿Sería admisible que el ayuntamiento y gobierno no
emprendiera obras para evitarlo? Todo el mundo saldría indignado a la calle a
manifestarse reclamando desagües, colectores, alcantarillado, y todas las
infraestructuras que a usted se le puedan ocurrir, para evitar ese tipo de
desastres. Aquí, sin embargo, frente a la contaminación, ni hay presión
ciudadana ni concienciación social, en gran parte porque somos cada uno de los
usuarios del transporte privado los que emitimos nuestra cuota de
responsabilidad y nos negamos a reducirla, sacrificando comodidad personal (yo
no tengo coche en Madrid, pero da igual). Quizás si hubiera una chimenea muy
grande y oscura en cada ciudad la presión popular la acabaría cerrando, pero
hay millones de microchimeneas muy difíciles de taponar.
Así, París nos ha vuelto a poner sobre la mesa
este incómodo problema, que en las ciudades españolas ni siquiera se plantea. Con
Madrid a la cabeza, la gestión de la contaminación urbana en España pasa, al
parecer, por emitir rogativas a la virgen de los vientos para que sople y se
lleve las nubes. No se habla de peajes de acceso, de sustitución de vehículos
contaminantes por otros limpios, por un parque de alquiler de vehículos eléctricos
urbanos sin emisiones, por renovar la flota de autobuses eliminando las
emisiones públicas, por campañas de concienciación, por información del nivel
de emisiones, etc. El problema es complejo, difícil y de lenta solución, de
acuerdo, pero si hay voluntad algo se puede hacer. ¿Por qué no actuamos? ¿Por
qué no nos importa algo tan serio para nuestra salud?
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