miércoles, marzo 19, 2014

La contaminación que ahoga París


Saliendo de casa esta mañana de camino al trabajo me he dado cuenta de que han caído algunas gotas de lluvia a lo largo de la noche, apenas las suficientes para mojar el suelo, pero capaces de humedecer el ambiente y darle un toque distinto tras más de dos semanas de anticiclón perpetuo sobre España y el resto de Europa, que nos ha proporcionado el sol y la tranquilidad que muchos ansiaban tras el carrusel de borrascas atlánticas que no ha dejado de golpear el país a lo largo de un Enero y Febrero no muy fríos pero sí lluviosos, ventosos y violentos.

Pero no todo es perfecto. El anticiclón, el aire pesado quieto sobre las ciudades, las calefacciones aún en marcha y los millones de coches que por ellas se mueven han disparado los niveles de contaminación hasta límites peligrosos, que en China serían considerados como aire limpísimo, pero que en el resto del mundo suponen una alerta a tener en cuenta. La situación más complicada se ha vivido en Centroeuropa, y París ha sido la capital más afectada. Muchas han sido las imágenes en las que, desde el cielo, se veía una enorme extensión urbana cubierta por una capa de contaminación, literalmente de mierda, que la oscurecía por completo, y en medio de la escena la imaginación ayudaba a completar la efigie de la Torre Eiffel, cuya base se distinguía con facilidad, pero que se iba difuminando a medida que ascendía hacia la mugre que todo lo tapaba. La imagen era inquietante, y daba que pensar, y volvía a hacerme fuerte en mi argumento de que el cambio climático, del que tanto se discute, habla, teme y tantas portadas ocupa, es aún un futurible de difícil gestión, mientras que la contaminación urbana, que día a día mata a miles de personas y genera cánceres sin fin es un problema de nuestro tiempo, que está aquí, que nos perjudica ya, en este mismo instante en el que usted y yo respiramos, y contra el que nada hacemos en serio, más allá de algunas medidas cosméticas. En el caso de París el Ayuntamiento hizo lo que pudo, decretando inicialmente la gratuidad de los transportes públicos y alentando a la población para que los utilizara o recurriera a las bicicletas, que no contaminan. Como el anticiclón no se movía y la capa de mierda no disminuía, recurrió a medidas más drásticas, como la restricción del tráfico en la ciudad, permitiendo sólo el uso de vehículos con matrículas pares o impares en días alternos. Mano dura para llevar a cabo esta medida, y sobre todo un cierto movimiento en la atmósfera que empezó a dispersar la contaminación han sido las causas de que la crisis parisina haya pasado, pero que pueda volverse a repetir, allí y en cualquier otra de nuestras ciudades, si las condiciones meteorológicas se vuelven a repetir, cosa que es mucho más fácil de que suceda de lo que pudiera parecer. Así, la crisis ha pasado pero el problema persiste, y las soluciones que se adoptan son parches para salir del trago sin que solventen el problema de fondo. Piense usted en que parte de nuestras ciudades se inundase cada vez que lloviera cuatro horas seguidas. ¿Sería admisible que el ayuntamiento y gobierno no emprendiera obras para evitarlo? Todo el mundo saldría indignado a la calle a manifestarse reclamando desagües, colectores, alcantarillado, y todas las infraestructuras que a usted se le puedan ocurrir, para evitar ese tipo de desastres. Aquí, sin embargo, frente a la contaminación, ni hay presión ciudadana ni concienciación social, en gran parte porque somos cada uno de los usuarios del transporte privado los que emitimos nuestra cuota de responsabilidad y nos negamos a reducirla, sacrificando comodidad personal (yo no tengo coche en Madrid, pero da igual). Quizás si hubiera una chimenea muy grande y oscura en cada ciudad la presión popular la acabaría cerrando, pero hay millones de microchimeneas muy difíciles de taponar.

Así, París nos ha vuelto a poner sobre la mesa este incómodo problema, que en las ciudades españolas ni siquiera se plantea. Con Madrid a la cabeza, la gestión de la contaminación urbana en España pasa, al parecer, por emitir rogativas a la virgen de los vientos para que sople y se lleve las nubes. No se habla de peajes de acceso, de sustitución de vehículos contaminantes por otros limpios, por un parque de alquiler de vehículos eléctricos urbanos sin emisiones, por renovar la flota de autobuses eliminando las emisiones públicas, por campañas de concienciación, por información del nivel de emisiones, etc. El problema es complejo, difícil y de lenta solución, de acuerdo, pero si hay voluntad algo se puede hacer. ¿Por qué no actuamos? ¿Por qué no nos importa algo tan serio para nuestra salud?

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