lunes, abril 07, 2014

20 años del genocidio de Ruanda


Genocidio es uno de esos términos que banalizamos con el uso casi diario, al aplicarlo a situaciones que nada tienen que ver con el espanto y dimensión que conlleva esa palabra. Cuatro muertos no son genocidio, mil muertes no son genocidio… ¿cuántas tienen que ser? Muchas, demasiadas para poder imaginarlas. Hace hoy veinte años, no doscientos ni tres mil, sólo veinte, un auténtico genocidio empezó a montarse en Ruanda, África, y su dimensión mortuoria y su feroz y vertiginosa ejecución aún causan asombro y espanto.

El 6 de abril de 1994 el avión en el que viajaba el presidente ruandés, Juvénal Habyarimana, de etnia hutu, facción moderada, fue abatido con un misil cuanto trataba de aterrizar, y esa fue la señal para que los radicales hutus se hicieran con el poder, asesinasen a otras muchas autoridades políticas, y pusieran en marcha su programa de gobierno, que se podía resumir en tres palabras. Muerte al tutsi. Los tutsis formaban una minoría étnica en el país, de mayoría hutu. Armados con machetes, sin pistolas, fusiles o rifles, los hutus salieron de sus casas tal día como hoy de hace veinte años con el único objetivo de cazar tutsis y matarlos. Espoleados por las nuevas autoridades, jaleados por medios de comunicación que vomitaban odio y mentiras, alentados por historias amañadas en las que los tutsis eran la fuente de todo mal, la carnicería de los hutus fue rápida, concienzuda y devastadora. En los tres meses que duró la ola de violencia murieron asesinados unos 800.000 tutsis, sí, sí, casi un millón de personas en apenas tres meses. Pueden realizar ustedes los cálculos sobre cuántas muertes suponen al día, a la hora, y obtendrán unas cifras pasmosas a la par que terroríficas, y todo ello con el simple y único uso de machetes. Fue un genocidio artesanal, sin recurrir a infraestructuras de muerte o a alta tecnología, como hicieron los nazis en los años cuarenta. Sólo fue necesario el uso de miles, cientos de miles de afiladas hojas de acero y, eso sí, fuertes brazos movidos por el odio, el absoluto odio al diferente. En eso este genocidio fue igual a todos los que han existido y los que vendrán. Odio, mentiras, basura que corroe los corazones y envenena las mentes, y convierte a las personas en odiadores, en sujetos que buscan venganza a través de la muerte del otro, que no es visto como un igual sino como alguien inferior. Las dimensiones y la crudeza de lo que sucedió en Ruanda hace veinte años son, realmente, inimaginables. Hay decenas de memoriales erigidos en todo el país para recordar lo que allí pasó, tratando de que ese recuerdo se convierta en anestésico que impida que el odio resucite, y son incontables los testimonios de supervivientes, que cuentan su pesadilla, que de horrorosa parece un relato de ficción, pero que cuando se nos muestran y enseñan en su cuerpo las mutilaciones y heridas sufridas nos hacen recordar que esos relatos son verdad, que cuentan lo que han vivido e, increíblemente, pueden recordarlo sin sentirse aplastados por una memoria de tanto dolor y sufrimiento. Resulta descorazonador comprobar que, los mismos seres humanos que padecieron tanto dolor pudieron ser los causantes del mismo, que en nuestro interior anida todo el bien y el mal que podamos imaginar, y que si la bondad es inmensa cuando la practicamos, también lo puede ser el odio. En Ruanda volvió a fracasar el ser humano, como especie, como inteligencia, como proyecto.

Verán en la prensa muchos artículos donde se recuerda lo que allí sucedió hace dos décadas, y donde también se critica la pasividad del resto del mundo, que no hizo, que no hicimos, nada para evitarlo, porque estaba lejos, eran pobres, negros, y a nadie le interesaba. Les recomiendo el fantástico programa de En Portada “El diablo anduvo suelto” en el que ese maestro del reportaje que es Jose Antonio Guardiola vuelve a Ruanda, a los escenarios de la barbarie. Y nos los pone delante de nuestros ojos, y nos hace ver lo que allí pasó de la mano de los que aún pueden contarlo. Recordar para homenajear a los caídos, no olvidar para no repetir algo así nunca más. Esa es la única esperanza que allí queda.

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