Ayer tuvo lugar en Roma un acto
muy especial, con verdadero rango de histórico, en el que el Papa vigente,
Francisco, y el dimisionario, Benedicto XVI (ya sólo por esto es memorable)
canonizaron a dos Papas que les precedieron, Juan XXII y Juan Pablo II. Se
le ha llamado la ceremonia de los cuatro Papas, y algo de verdad hay en esa
expresión. El Vaticano, el mayor experto en ceremonial y protocolo de
mundo, borda este tipo de actos y los desarrolla con una parsimonia no exenta
de espectacularidad, que atrae tanto a fieles devotos como a opositores y
curiosos de todo el mundo. El acto se desarrolló sin incidentes y entre la
algarabía y fervor de los miles de personas congregadas en Roma.
La verdad es que, fijándose un
poco, las figuras canonizadas ayer no pueden ser más distintas, opuestas
incluso en algunos aspectos, pero ambas tienen un valor que, si en lo religioso
es obvio, en lo social es incuestionable. Juan XXIII tuvo un pontificado muy
breve, de cinco años, y Juan Pablo II superó ampliamente las dos décadas. El
Papa italiano apenas salió del Vaticano, hizo un único viaje fuera de sus
fronteras y fue a una peregrinación en Italia, mientras que el Papa polaco fue
un viajero incansable que extendió su mensaje e imagen por todo el mundo.
Roncali era un hombre modesto, algo apocado, nada mediático y ajeno a los
medios de comunicación, mientras que Wojtyla era expansivo, abierto, locuaz,
amante de los medios, experto en su uso, telegénico y comunicador de masas como
pocos los ha habido. En el plano doctrinal también sus diferencias fueron
grandes. Juan XXIII pasará a la historia por la convocatoria del Concilio
Vaticano II, que fue la gran reforma de la iglesia del siglo XX, modificando la
liturgia, y el sentido de la misma, abriéndola a una sociedad nueva que
demandaba nuevas formas de actuar por parte de la iglesia, y que ya empezaba a
mostrarle un cierto rechazo formal y moral. Los años de Roncali, breves, fueron
en este sentido muy intensos, y en parte la iglesia aún vive de sus rentas. Juan
Pablo II, por el contrario, tuvo una idea mucho más clásica de la teología, de
la visión apostólica de la iglesia, y de su carácter combativo, quizás debido a
los años que tuvo que pasar en la clandestinidad en su Polonia, sometida al
yugo soviético, donde la religión era perseguida. Frente al mensaje renovador y
aperturista del Vaticano II, Wojtyla refuerza las esencias del cristianismo “duro”
y da alas a movimientos renovados caracterizados por una visión de la religión
muy pegada a la palabra, alejada en parte de la realidad social y poseedores de
un cierto aroma de exclusividad, pero que son la garantía de reemplazo a las
viejas generaciones cristianas y que, allí donde la religión está siendo
hostigada, perseguida u olvidada, trabajan sin descanso para reconstruir la
estructura de la iglesia y poblarla nuevamente de fieles. La distancia temporal
con Juan XXIII y la enorme duración del papado de Juan Pablo II han hecho que
nuestra percepción personal de la iglesia esté mucho más condicionada por la
figura del segundo que por la del primero aunque, paradojas de la vida, veamos
más en el día a día las consecuencias de las reformas que impulsó Roncali,
empezando por el hecho nada trivial de que las misas se ofician en el idioma
local y con el sacerdote dirigiéndose al público asistente. En fin, si uno
explora la vida y obra de ambos encontrará diferencias que se van agrandando y
visiones de una vida, fe e iglesia que pueden parecer incluso opuestas. En este
sentido la canonización es curiosa. Algunos han dicho que es una forma de
equilibrar las corrientes que anidan en la iglesia, contentando a ambas, como
una solución de compromiso diplomático. No se si es así, pero lo parece.
Sin embargo, pese a todas esas diferencias
señaladas, y a parte de su fe, que se le supone a todo Papa y en estos casos
era cierta, algo profundo une a estos dos hombres, y es que ambos lograron
conmover y emocionar a personas en el mundo entero. Todavía Juan XXIII es
conocido como el “Papa bueno” lo que dice mucho de él y de los otros Papas, y
Juan Pablo II aleccionó con su obra a millones en todo el mundo, que vieron en él
la guía y referencia moral que faltaba en sus vidas y en la sociedad. Ambos
fueron personas ejemplares que, más allá de la religión supusieron un asidero
moral para creyentes y no creyentes. Hicieron historia, forman parte de ella, y
canonizados o no, su recuerdo y enseñanzas permanecerán por mucho tiempo.
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