Si se fijan y siguen
habitualmente este blog, cosa que les agradezco muchísimo, alabando de paso su
santa paciencia, verán que, pese a dedicarme a comentar temas de la actualidad,
hay algunos de ellos a los que he prestado muy poca atención, casi ninguna,
pudiera ser. El asunto catalán, la consulta independentista y todo lo que gira
en torno a ella es uno de esos. No por falta de interés, que lo tengo, ni por
minusvalorar el problema que supone, importante, de fondo y extremadamente
complejo, sino por pura pereza y hastío ante el discurso nacionalista que, en
esta ocasión, enarbola una bandera de varias barras, a veces estelada, otras
no.
En
la sesión del Congreso que tuvo lugar ayer se rechazó, con los votos de PP,
PSOE y UPyD la proposición del Parlamento de Cataluña para que se le
cediera la competencia de organizar consultas, de tal manera que fuese legal
llevar a cabo el referéndum anunciado para el 9 de Noviembre. El debate fue
largo, intenso, educado y con discursos de fondo, que seguramente no decepcionó
a los que lo siguieron (yo lo hice cuando podía, en una tarde laboral larga) y
del mismo se puede sacar, como conclusión, que todo sigue igual. Los
nacionalistas catalanes siguen defendiendo la necesidad de la consulta y cada
vez que hablan, como lo hacen los nacionalistas vascos, lituanos, ucranianos y
e cualquier otra región, se arrogan la representación de la colectividad a la
que pertenecen. Un nacionalista habla siempre en nombre de la única e
indivisible figura de su nación soñada, sea esta la que sea, y le dan igual los
ciudadanos que residen en su territorio, que pueden querer a esa nación,
amarla, odiarla o serle absolutamente indiferente. Este es uno de los rasgos
distintivos del nacionalista, y en España lo sabemos bien, tras décadas de
sometimiento a un nacionalismo que, en nombre de una España soñada, se dedicó a
destruirla y con ella a sus ciudadanos. Pese a la derrota, la posterior
aparición televisiva de Artur Mas, que tenía que haber venido al Congreso a
defender su propuesta, como sí hizo Ibarretexe en 2005, y que no vino por
cobardía, tactismo o vaya usted a saber, vino
a decir que todo sigue igual, y que si ayer se cerró una puerta ya abrirá él
otra. Al discurso nacionalista se han sumado los grupos de izquierda
locales, en una nueva muestra de irracionalidad, porque uno puede suponer que el
nacionalismo, que se basa en presuntos agravios de escasa base y fundados egoísmos
fuera más propio de una postura, digamos, de derechas (y viendo por ejemplo la
ideología y base del PNV y CiU se comprueba que así es) mientras que la
izquierda, por definición, busca el progreso de los desfavorecidos, acabar con
los privilegios de clase y la internacionalización de sus ideas. Un
izquierdista nacionalista es un sinsentido, algo completamente absurdo, como un
conductor ciego o un mudo parlante. Sin embargo en España se da a menudo la
conjunción de ambos factores, cosa que sigue sombrándome. El propio PSOE vive
un desgarro interno, no sólo en Cataluña, entre una corriente abiertamente nacionalista,
allá donde se encuentre, y un espíritu federal pero de carácter nacional, y
esas dos almas tensionan mucho al partido y le obligan a veces a realizar
ejercicios de contorsionismo en los que muestra un absurdo similar a las indemnizaciones
diferidas de Cospedal. Ayer Rubalcaba expuso un discurso que, en el fondo, era
el mismo que Rajoy, pero que en la forma trataba de calmar a esa corriente con
la idea de la España federal, que tiene sus pros y sus contras, pero que nadie
ha sido aún capaz de articular en una propuesta en la que se recoja el diseño, estructura
y atribución de competencias de la misma. Y sin garantías de que los
nacionalistas fueran a conformarse con ella. Por abreviar, el debate fue interesante,
el resultado el previsto y, en general, la situación sigue donde ayer estaba.
Les he comentado antes que el nacionalismo,
sobre todo, me produce pereza. Y es verdad. Y Europa es una fábrica de perezas
en la que Cataluña, Euskadi, Bretaña, Padania, Escocia, Flandes, Lombardía, y
otros muchos territorios mantienen abiertas disputas nacionalistas en las
naciones en las que ahora se encuentran, volviendo a resucitar viejas historias
de división y enfrentamiento entre europeos, que es lo que se ha vivido en este
continente a lo largo de tantos y tantos siglos. En un mundo en el que las
barreras caen gracias a la tecnología, y en el que la integración política
crece para poder competir frente a actores de la talla de EEUU o China, la
emergencia nacionalista en los pequeños y cada vez más insignificantes países
de Europa me da pena pero sobre todo, sí, me genera una enorme sensación de
pereza.
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