No ha sido una sorpresa, dada su
avanzada edad y cada vez más precario estado de salud. Hace unos años se supo
que empezaba a padecer de Alzheimer, y quizás desde ese momento comenzó a
dejarnos. En todo caso, la
muerte de Gabriel García Márquez, a quien sus íntimos llamaban Gabo, ha
sido una conmoción a nivel mundial, ha supuesto un aldabonazo en el mundo de la
cultura en castellano y, en general, en todo el universo de la literatura. Su
marcha se llora en español, inglés, alemán, chino, coreano... muchas son las
palabras escritas en las más diversas lenguas que expresan pena por su muerte.
La figura de García Márquez es
indisoluble de “Cien Años de Soledad”, su novela cumbre, la que llevó a los
cielos de la literatura y al fondo de los corazones de los lectores, la que le
otorgó el Nobel y le convirtió en mito. Alguno se va a enfadar conmigo por lo
que voy a escribir ahora, pero mi recuerdo de la lectura de los “Cien Años” no
es demasiado gozoso. Me gustó, sí, pero tampoco demasiado. Me hice un lío entre
los familiares Buendía, y algunas páginas, bellas hasta decir basta, se me
hacían como islas en medio de un mar de aguas en las que no lograba navegar con
placer. No es mi novela preferida del autor. “El coronel no tiene quien le
escriba”, o “Crónica de una muerte anunciada” me gustaron mucho más. Pero el
éxito de “Cien Años” es incuestionable, no sólo por lo que supuso para su
creador, sino para el idioma en el que estaba escrito. Es la novela que ha
representado al castellano por todo el mundo a lo largo del siglo XX, la que
más ha influido en escritores y lectores de países tan distintos y remotos como
uno pueda imaginar, y ha permitido que la literatura latinoamericana se
coronase como una de las cimas de las letras mundiales. El realismo mágico, esa
mezcla entre ficción, fantasía y costumbrismo, que sólo podía surgir en
Latinoamérica, se narró por boca de García Márquez y gracias a él lo conoció
todo el mundo. Muchos otros han seguido su estela, pero en general la
literatura castellana está en deuda eterna con él por todo lo que supo y se
atrevió a plasmar sobre el papel. Además García Márquez aunó dos facetas que muchas
veces son difíciles de encontrar, como la maestría literaria, innegable, y el
aplauso del público. Sí, sí, era un autor rentable, vendía mucho y muy bien, y
era leído por quienes compraban sus libros, cosa que a veces, por paradójico
que parezca, no sucede. Sus lanzamientos eran notica en los medios, y pocas veces
se aupaban en las listas hasta los puntos más altos, no eran Best Sellers, pero
sí Long Seller, títulos que sostenían sus ventas en el tiempo, que demandaban
ediciones sucesivas y que no dejaban de sostenerse en puestos elevados en las clasificaciones
de ventas. En su muerte son muchos los testimonios de famosos y personalidades
que le han leído y conocido pero, sobre todo, es ingente la riada de lectores
de todo el mundo que han disfrutado con sus páginas, que han pasado una noche
desvelados, prefiriendo soñar con la imaginación narrada de sus escritos a
cerrar los ojos y dormir en soledad. Desde todo el mundo los mensajes de afecto
a su figura y pena por su marcha se suceden, y había quien, apurando el
realismo mágico hasta lo religioso, soñaba que su muerte un Jueves Santo terminaría
con su resurrección el Domingo de Pascua. Parece que no ha sido así, pero un
autor nunca muere, siempre vive en la memoria de quienes, días a día, disfrutan
de su creación.
Hoy, 23 de Abril, día del libro, con el
aliciente de un 10% de descuento en el
precio de venta, es un buen momento para volver a homenajear a la figura de
García Márquez, y a la del resto de autores y literatos. ¿Cómo? Sencillo.
Salgan a la calle, pasen por las librerías, tiendas, puestos callejeros, estantes,
casetas de ocasión, lo que quieran. Cojan algunos libros, uno o muchos, a su
elección, paguen por ellos. Y luego ábranlos y hagan una de las cosas más
placenteras que nos ofrece la vida. Lean, lean, lean, lean…..
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