Ayer se celebró la maratón de
Boston, una de las más importantes del calendario internacional. Esta noticia
sólo despertaría la atención de los forofos por correr, que ya son una legión,
si no fuera porque se cumplía el aniversario del atentado que, el año pasado,
dejó cuatro muertos tras la explosión de unas mochilas bomba puestas a traición
muy cerca de la meta. En esa jornada todos nos quedamos atónitos al ver las
imágenes de las explosiones, el pánico en la meta, los corredores, agotados,
que huían de lo que se presumía el fin de su carrera y se había convertido en
una pesadilla. En fin, del horror en el que se convirtió una prueba deportiva.
Los autores del atentado ya
fueron detenidos, o abatidos, y las causas y la metodología se siguen
estudiando, pero el dolor que allí se generó tardará mucho en remitir. Fueron
incontables los corredores y espectadores de la prueba que resultaron heridos,
muchos de manera leve, no pocos sufriendo crueles amputaciones, especialmente
de sus piernas, algo sumamente cruel y vengativo tratándose de una carrera. En
esa jornada pudimos ver claramente los dos extremos del alma humana, el más
despiadado y cruel, el que usa su inteligencia para causar el mayor mal
posible, y el lado desinteresado, noble y bondadoso, que se entrega a los demás
para aliviar su sufrimiento y tratar de salvar la vida de los otros. Fueron dos
los causantes del mal y miles los que ayudaron a las víctimas, lo que demuestra
lo sencillo, lo malditamente sencillo que es destruir, y lo costoso que es
reconstruir (maldita segunda ley de la termodinámica). En la prueba celebrada
ayer, mucho más que el resultado de la carrera y el evento deportivo, pesaba en
el ánimo de todos estos sucesos, y cómo los iban a afrontar. Y
Boston ha dado una lección de superación, de entrega y de ganas no ya de
correr, sino de vivir. Con una seguridad máxima, que siempre es más visual
que efectiva, se batió el record de participantes de la prueba y se sucedieron los
actos de homenaje a las víctimas, heridos y sus familiares. Desde las
declaraciones de autoridades, minutos de silencio y actos oficiales hasta los
testimonios de aquellos que ese maldito día socorrieron a sus semejantes,
Boston ha sido un desfile de voluntarios que han mostrado en todo momento su
solidaridad y entrega a los demás. Quizás la imagen más conmovedora haya sido
esa en la que miles de zapatillas, apiladas o sueltas, están dejadas a lo largo
del recorrido, recordando los muchos pies y piernas que ya no pueden portarlas.
Seguro que los que ayer corriendo por las calles de la ciudad norteamericana, o
los que salieron a correr en todas partes del mundo, como parte de su
entrenamiento personal o para darse un momento de ocio, pensaron en alguna de
sus pisadas en la jornada del atentado, y espolearon sus gemelos para acelerar,
para dar una zancada más fuerte que la otra, y rendir tributo a los caídos por
la barbarie terrorista de la única manera en la que un atleta puede hacerlo en
la distancia, sudando por otros, sufriendo por otros, corriendo, en este caso,
por aquellos que ya no pueden hacerlo. Millones de zancadas en todo el mundo
pisotearon ayer al terrorismo, le vencieron, en esa lucha cruel que se gana día
a día, que hace un año perdimos de la manera más absurda imaginable, pero que
ayer volvimos a ganar.
Hablando de pies, piernas y
zancadas, es imposible no mencionar aquí a esas personas que ayer corrieron con
prótesis, con piernas artificiales, que lo hicieron pedaleando con sus brazos
desde las sillas de ruedas a las que se han visto confinados, y que fueron, sin
duda, el mayor exponente de superación que se vio en las calles de Boston.
Seguramente muchos heridos siguen en rehabilitación, y ayer vieron las imágenes
de la carrera por la tele, o se negaron a verlas para no recordar lo sucedido,
pero esas personas que, amputadas, salieron a correr, son el mejor ejemplo que
podemos tener de que las tragedias se pueden superar, y de que en la lucha
diaria por la vida no nos queda más remedio que seguir corriendo para ganar, para
sobrevivir, para llegar a la meta soñada.
3 comentarios:
¿Y qué meta tienen que alcanzar los miles de muertos en Siria y otros lugares? Es terrible ver como cambia el valor que tiene una vida según el territorio en que te halles.
¿Y qué meta tienen que alcanzar los miles de muertos en Siria y otros lugares? Es terrible ver como cambia el valor que tiene una vida según el territorio en que te halles.
... y la proximidad emocional a la que te encuentres de la víctima, y la supuesta empatía que te genere, y tantos otros factores que hacen que juzguemos cada día las cosas con raseros tan cortos de vista e injustos. Tienes mucha razón. Gracias
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