lunes, abril 21, 2014

Vivir la Semana Santa sin tópicos


Nos recibe Madrid a los que hemos vuelto de vacaciones con su cara más fría y oscura. Completamente cubierta de nubes, empapada tras una noche de chubascos intensos y con la sensación de que hoy será un día ideal para despojarse de los recuerdos soleados de los días pasados, santos o veraneantes, ociosos en todo caso, y disfrutados bajo un sol casi generalizado, que ha hecho que el tópico que señala que por Semana Santa siempre llueve este año no se cumpla. Sí será cierto para los que hoy, Lunes de Pascua, tengan fiesta, pero estarán de acuerdo conmigo que este año ha hecho muy buen tiempo.

Pasar la Semana Santa en, por ejemplo, Elorrio, mi pueblo, es como irse al extranjero. Viendo por televisión las interminables procesiones, alardes y desfiles que se dan en cada uno de los pueblos que son de interés turístico y cultural, demasiados, mirar por la ventana de mi casa ofrece una imagen completamente distinta. Una localidad que, como cada vez que hay festivos, se vacía, en la que la gente huye hacia destinos vacacionales, pueblos de origen o, simplemente, buscando el reposo que no encuentra en su residencia habitual, y deja las calles vacías, silenciosas, con huecos para aparcar donde habitualmente no hay manera de poner el coche, y silencio, mucho silencio. Con las fábricas paradas, los coches aparcados y los pisos vacíos estos días son de silencio sepulcral. Pudiera usted pensar que roto por el tañer de las procesiones, pero no. En ese silencio no se mueve casi nada. En mi pueblo no hay procesiones ni demás eventos típicos de estas fechas, y las misas de los días santos no son sino celebraciones que se producen a una hora algo distinta a la habitual, pero poco más. Acompañando a mi madre he asistido a casi todas ellas, y en algunas creo que he sido el más joven de todos los presentes, lo que a cada año que pasa dice menos dada mi menor lozanía. Media entrada, edad elevada, silencio y comentarios a la salida sobre achaques, dolores, vistas hospitalarias, tratamientos y otras dolencias. Y luego el vacío. Acompañados este año por un sol casi de verano, inusual, y unas temperaturas cálidas, la entrada y la salida de misa era un ritual en el que los viejos del pueblo aprovechan para saludarse, dado que en pocas ocasiones más se ven, y en algunos casos para despedirse, no vaya a ser que la próxima cita tenga lugar ya en el otro mundo. Miradas algo perdidas, deambulantes, piernas inestables, y todo el muestrario imaginable de cachavas, muletas, palos, apoyos y demás ayudantes para el camino, que para muchos es el del calvario, que separa su portal de la iglesia. Si uno tiene que buscar las raíces o la revitalización de su fe en estos escenarios, no la va a encontrar, sospecho. Más bien descubrirá la cara decrépita, el ocaso de una tradición, la lenta agonía de una fe que quizá fue viva en el pasado pero que se marchita poco a poco a medida que el relevo generacional se apaga. Sin turistas que jaleen, hagan fotos o se emocionen, el cortejo de penitentes que soportan bajo sus pies el peso de su edad sale de la iglesia y, a ritmo de paso, se encamina hacia su casa, dispersándose poco a poco en silencio, ni roto por palmas ni por trompetas ni por flashes. El silencio más absoluto.

Y luego, poniendo la tele, ve uno los despliegues de Semana Santa del sur, del norte y de otras partes, en los que me da la impresión de que la fe cada vez cuenta menos, frente al espectáculo, el costumbrismo, el turismo y el negocio. Procesiones en las que hay codazos por participar, quizás para penitenciar, seguro que para figurar. Y en compañía de miles de personas que no quitan sus ojos de las imágenes, los pasos avanzan lentos, solemnes, por las calles atestadas, mientras que, a la misma velocidad, los últimos viejos llegan a sus casas en mi pueblo, en medio del silencio y la soledad. Porque no todas las Pasiones son iguales.

2 comentarios:

peich dijo...

Emocionante crónica. Gracias, David.

David Azcárate dijo...

Muchas más gracias a ti