Si en la vida diaria muchas veces
nos tenemos que morder la lengua para no decir lo que realmente pensamos y
disimulamos para mantener las formas, las relaciones internacionales son el
campo perfecto para las actitudes hipócritas, falsas y reprobables, dado que en
ese campo no existe amistad ni aprecio. Sólo interés. Creo que esta es la regla
básica para entender cómo funciona el mundo internacional. Sólo las personas
tienen amigos, los países, que no son personas, tienen intereses, y si no son
capaces de satisfacerlos, pierden, y otro vendrá que se lleve el premio por el
que han luchado. Puede sonar muy cínico y crudo, pero creo que es así.
Viene esto en relación a la
visita que estos días lleva a cabo el Rey Juan Carlos, junto con varios
ministros del gobierno y una amplia y selecta representación de empresarios a
las monarquías del Golfo Pérsico, concretamente a Emiratos Árabes Unidos y
Kuwait. Si uno se da una vuelta por las redes sociales leerá comentarios de
todo tipo, que van desde la indignación hasta más allá de la revolución contra
los viajantes y sus receptores. Denuncian los que por escrito proclaman su ira
que esos países del Golfo son monarquías absolutas, teocracias feudales,
dictaduras crueles en las que los derechos humanos sólo figuran en las
emisiones de los canales de TDT de ciencia ficción, en los que la mujer es
tratada como un animal sumiso, y que basan gran parte de su prosperidad en la
explotación de miles de trabajadores llegados especialmente del sureste
asiático, que son tratados como esclavos en la antigua Roma, que fallecen en
grandes y desconocidas cantidades en las faraónicas obras que allí se desarrollan
y cuya suerte no importa a nadie. ¿Están estos indignados en lo cierto? Sí,
desde luego, todo eso que denuncian es verdad. Incluso
puede que se queden cortos, dadas algunas prácticas repugnantes que hemos
conocido que se dan en la familia real saudí, que hacen pensar qué no
tendrá lugar con las mujeres y los parias de esas naciones. Pero una vez dicho
esto, resulta que esos indignados, los medio pensionistas que apenas saben
dónde está Croacia y los ejecutivos de cuentas de las empresas farmacéuticas,
vamos, casi todo el mundo, saldrán de su casa, se subirán a su coche y girarán
la llave para ir al trabajo, a una manifestación, a hacer la compra o a dar un
paseo al campo. Y en ese acto de girar la llave y arrancar el motor del coche
está la fuente del poder de esas naciones. Mientras los coches no funcionen con
zumo de naranja (poco probable) y no tengamos suministros propios de petróleo,
a los que por lo visto renunciaríamos en caso de existir, tenemos que comprar
el crudo y el gas que proviene de esos países. Y eso nos hace depender de
ellos, y eso genera que esas dictaduras teocráticas sean uno de los regímenes
más ricos del mundo, ociosos a más no poder, que parecen no tener fin en el
absurdo propósito de dilapidar los ingresos fabulosos que obtienen a través de
la exportación de hidrocarburos, y que dado que les tenemos que pagar por ello,
la única posibilidad de recuperar parte de ese dinero es que nos contraten para
construirles infraestructuras, para gestionarlas, para diseñarlas, para explotarlas…
para lo que sea, pero que nos contraten. Por eso la visita del Rey y su séquito
no es sino una enorme (y muy necesaria) campaña de promoción comercial, ni más
ni menos, para vender nuestros productos allí. A escala, es lo mismo que el
tenderete que el vendedor de móviles pone en las galerías del metro o el
mantero en Preciados. Se acerca a su cliente, rico y poderoso (sí, en este caso
el poderoso es usted o yo) y le ofrece la mercancía para que soltemos nuestros
cuartos y él se los lleve. Comercio. Simple y sencillo, viejo como el mundo.
¿Qué el Rey se va a llevar una
comisión de muchos euros en caso de que se consigan algunos contratos? Pues
bienvenida sea la comisión, millonaria o más, a cambio de la firma de los
proyectos para empresas españolas. Porque si es el Rey, la comisión se la
llevará Obama y los contratos las empresas americanas, o Xi JinpIng y las
empresas chinas, u Hollande (y la novia que tenga en ese momento) y las
empresas francesas. En el juego de tronos de las relaciones internacionales no
jugar equivale a perder, y hacerlo, siendo inevitable mancharse, es la única
forma de optar a ganar. Y si sigue indignado, piense en silencio a ver qué tal
se siente en la próxima comida familiar delante de su suegra, cuando le sirva
todos los platos que ella ha cocinado para usted.
Me cojo mañana Miércoles como festivo. Pasen una
buena Semana Santa, descansen y, si todo va normal, nos vemos nuevamente el
Lunes 21
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