El año 1914 es uno de esos en la
historia en los que es más increíble la diferencia que existe entre sus inicios
y su final, sino es el que más contraste presenta entre ambos puntos. Visto con
perspectiva, asombra la felicidad, optimismo, orgullo desenfrenado con que
empieza en medio mundo, regido todo él desde Europa, con un grado de confianza
inusitado entre las clases dirigentes y el común de la población. Un estado de
ánimo que, para que se hagan a la idea, era similar al que vivíamos en España
antes del estallido de la burbuja, a mediados de la década de los ceros, cuando
todo era posible, y nos creíamos felices y ricos para siempre.
Transcurridos algo más de año y
medio desde el hundimiento del Titanic, su recuerdo permanece entre los
familiares de las víctimas, pero poco más. Los viajes trasatlánticos siguen a
un ritmo endiablado y los vapores cruzan todos los mares del mundo moviendo
mercancías y personas como nunca antes lo habían hecho. Pequeños modelos de
avión empiezan a surcar los cielos y, aunque todavía son vistos con
incredulidad, anuncian un tiempo en el que ya no sólo los pájaros podrán
levantarse en el aire, también los humanos volarán. En las ciudades empiezan a
aparecer vehículos movidos a motor, ruidosos y con tendencia a estropearse,
pero que no comen alfalfa ni cagan como los caballos, y que pueden correr más y
cargar con muchos más bultos y personas. Los atascos, un nuevo invento de este
tiempo, empiezan a darse en cruces concurridos en los que hasta entonces era un
entretenimiento ver pasar a las damas en sus calesas o a los señores bien
acompañados. Calles que, desde hace algo más de una década se iluminan con
farolas eléctricas, alimentadas por algo que va en unos cables, que es limpio,
no como las antiguas farolas de gas, y que proporciona luz intensa y constante.
Ese extraño fluido eléctrico empieza a colarse en las casas de manera masiva,
tras algunos experimentos de principios de siglo, proporcionando también en
ellas luz que, por primera vez, rompe la noche de una manera definitiva. En
medio de tanta luz surge el sol de un científico llamado Albert Einstein, que
nueve años antes ha publicado algo llamado “teoría de la relatividad espacial” y
que, según se comenta, está trabajando en una ampliación de esa teoría (general
la denomina) que amenaza con poner patas arriba los pies de una física que año
tras año, encumbrada a los hombros de genios como Ernest Rutherford, empieza a
desentrañar la forma en que se compone la materia y encuentra partículas
llamadas “subatómicas” que presentan comportamientos extraños y posibilidades
infinitas. La globalización, que entonces no se llama así, es mucho más intensa
que en nuestros días, la proporción de viajeros que se mueven y residen en
otras partes del mundo alcanza cifras nunca vistas y la sensación de domino que
el hombre tiende de la naturaleza y su destino es total. En las cancillerías
europeas, dominadas la mayor parte de ellas por monarquías antiguas y
emparentadas en un grado u otro, también crece esa sensación de dominio. Desde hace
años se encuentran todas embarcadas en un proceso de modernización y ampliación
de sus efectivos militares por si llega un enfrentamiento que, en el fondo,
muchos desean, dado que esa sensación de optimismo y superioridad que se vive
en la calle también se da en cada uno de los palacetes desde donde se gobierna
una parte del mundo, parte que siempre aspira a ser ampliada por unos y por
otros. Tensiones en las colonias de África y Asia y nacionalismos emergentes en
la propia Europa empiezan a generar tensiones que pueden ser peligrosas en un
futuro pero que, de momento, a nadie alarman.
Relata Stephan Zweig en sus memorias
“El mundo de ayer” (léanlas, son maravillosas) cómo el verano de 1914 empieza
con un calor intenso y una huida de las clases pudientes a los balnearios para
buscar el refresco, en un ambiente generalizado de fiesta y desenfreno. Cuenta
como a esos lugares de ocio llega la noticia de que en Sarajevo, un 28 de Junio
por la mañana, un nacionalista serbio ha asesinado al archiduque Francisco Fernando
de Austria, y que rumores de guerra se extienden entre los palacios y salones
de Europa. Casi todos los testigos acogen la posibilidad de guerra con
entusiasmo, como una diversión más de cara a un largo verano. Un enfrentamiento
corto, rápido y sin muchos daños, que ofrezca emociones y algunas escenas heroicas.
Sí, si hay guerra en 1914 será breve y limpia, piensan casi todos….
Subo a Elorrio el fin de semana y me cojo el
Lunes festivo. Pásenlo bien y disfruten del sol.