Ayer tuve la oportunidad de darme
otra velada musical de esas que merecen ser recordadas. Acudí al Auditorio
Nacional al
concierto extraordinario de Ibermúsica, en el que jóvenes intérpretes ya
consagrados mostraban su talento, casi carente de límites. Andrés Salado al
frente de la orquesta Opus23 interpretó obras de Ginastera y Gershwin en la
segunda parte, mientras que en la primera, para el lucimiento de los solistas,
se acompañaba de Manuel Blanco a la trompeta en una pieza de Haydn, Judith
Jaúregui al pino con Chopin y Leticia Moreno al violín interpretando a Ravel.
Un programa de lo más variado y atractivo.
No me gusta hacer apuestas porque
casi siempre pierdo, pero estaría casi seguro que a ninguno de los que lean hoy
mi blog (gracias, siempre gracias por hacerlo) les sonará ninguno de los
intérpretes que he mencionado anteriormente. Una pena. La música clásica sigue
existiendo en nuestros días con un montón de prejuicios adosados a su espalda
que impiden que el gran público le preste atención. Aburrida, sosa, cosa de
mayores y carcas, soporífera… la clásica se ve por muchos como ese aburrido
desván lleno de polvo en el que habitan señores mayores con pelucas y que tocan
notas lentas, sosas y carentes de emoción. Nada más lejos de la realidad. La
música clásica es, sobre todo, y ante todo, música, en mi opinión la mejor
jamás compuesta, pero es un mundo sonoro inmenso en el que hay piezas
maravillosas, obras desconocidas, trabajos rutinarios y composiciones del
montón, como en todas las ramas. Es curioso ver que en un mundo como el actual,
en el que la tecnología ha matado al soporte físico de la música, en el que
miles y miles de horas de composición se acumulan en dispositivos cada vez más
pequeños, y en el que el poder de los medios de comunicación para crear
estrellas se ha visto muy reducido, con la clara agonía del imperio de “los
cuarenta” y la radiofórmula, sólo a la música clásica se le trata con mirada
despectiva. Los géneros musicales modernos se han diversificado de una manera
extraordinaria, los rockeros empiezan a ocupar más páginas en los libros de
historia que en los folletos de los conciertos, y el nombre de las distintas
tendencias de rock, rythm & blues, soul, funky, tecno, indie, latino, etc, se
disgregan en infinitas familias cada vez más especializadas y escuchadas por un
público menor. Nunca se ha escuchado más música que ahora, con estilos tan
diversos y, probablemente, de calidad tan discutible. Pero eso es lo de menos.
Lo importante es que cuando uno escucha un tema que le gusta se lo pasa bien,
le emociona, le transmite, como ustedes quieran decirlo. La música, que es el
más abstracto de los artes, logra que el oyente alcance un nivel de sensaciones
como ninguna otra forma de expresión consigue, sin que se sepa muy bien cómo se
produce ese milagro. Una congregación de apasionados de flamenco delante de un
cantaor, o un grupo de heavies enfervorizados con las melenas al viento frente
a su banda favorita no se distinguen demasiado de los incondicionales que ayer
llenábamos el auditorio, porque ambos estábamos haciendo lo mismo: disfrutar de
la música que nos gusta y viendo interpretar a quienes consideramos que son
maestros en lo suyo. Ambos disfrutamos, nos lo pasamos en grande y vivimos la
experiencia del concierto como algo único y especial. La principal diferencia
viene al día siguiente, cuando en la oficina o en cualquier otro entorno
cuentas que has ido a tal o cual concierto. Las caras de los que te rodean,
normalmente, suelen divergir bastante entre un caso y otro, y casi seguro que
la mayoría se decantaría por una sonrisa cómplice en caso de oír tus
experiencias heavies (muchos pensarán en las chicas del concierto, pero no es
este el caso que nos ocupa) y cuando empieces a hablar de música clásica no
pasarán muchos segundos hasta que alguien ponga cara de aburrimiento… ¿Por qué?
Dentro de unas horas, a tres manzanas de donde
les escribo estas líneas, estarán en concierto los Rolling Stones, un grupo de
setentaañeros que siguen rodando por ahí, quizás para poder pagarse sus caros
vicios, pero que tienen un montón de grandes canciones y miles de seguidores en
todo el mundo. Los críos de hoy en día empiezan a no saber quiénes son los
Rolling, o los Beatles, y casi seguro que dentro de un par de centurias esos
grupos sean parte de lo que entonces se denomine la “música clásica del siglo
XX”. El concierto de hoy será un presumible éxito, con todo vendido desde hace
muchísimo tiempo y la garantía de un público enfervorizado que acude a ver a
sus ídolos ya disfrutar de….. la música.
No hay comentarios:
Publicar un comentario