viernes, junio 27, 2014

El centenario de la I Guerra Mundial


El año 1914 es uno de esos en la historia en los que es más increíble la diferencia que existe entre sus inicios y su final, sino es el que más contraste presenta entre ambos puntos. Visto con perspectiva, asombra la felicidad, optimismo, orgullo desenfrenado con que empieza en medio mundo, regido todo él desde Europa, con un grado de confianza inusitado entre las clases dirigentes y el común de la población. Un estado de ánimo que, para que se hagan a la idea, era similar al que vivíamos en España antes del estallido de la burbuja, a mediados de la década de los ceros, cuando todo era posible, y nos creíamos felices y ricos para siempre.

Transcurridos algo más de año y medio desde el hundimiento del Titanic, su recuerdo permanece entre los familiares de las víctimas, pero poco más. Los viajes trasatlánticos siguen a un ritmo endiablado y los vapores cruzan todos los mares del mundo moviendo mercancías y personas como nunca antes lo habían hecho. Pequeños modelos de avión empiezan a surcar los cielos y, aunque todavía son vistos con incredulidad, anuncian un tiempo en el que ya no sólo los pájaros podrán levantarse en el aire, también los humanos volarán. En las ciudades empiezan a aparecer vehículos movidos a motor, ruidosos y con tendencia a estropearse, pero que no comen alfalfa ni cagan como los caballos, y que pueden correr más y cargar con muchos más bultos y personas. Los atascos, un nuevo invento de este tiempo, empiezan a darse en cruces concurridos en los que hasta entonces era un entretenimiento ver pasar a las damas en sus calesas o a los señores bien acompañados. Calles que, desde hace algo más de una década se iluminan con farolas eléctricas, alimentadas por algo que va en unos cables, que es limpio, no como las antiguas farolas de gas, y que proporciona luz intensa y constante. Ese extraño fluido eléctrico empieza a colarse en las casas de manera masiva, tras algunos experimentos de principios de siglo, proporcionando también en ellas luz que, por primera vez, rompe la noche de una manera definitiva. En medio de tanta luz surge el sol de un científico llamado Albert Einstein, que nueve años antes ha publicado algo llamado “teoría de la relatividad espacial” y que, según se comenta, está trabajando en una ampliación de esa teoría (general la denomina) que amenaza con poner patas arriba los pies de una física que año tras año, encumbrada a los hombros de genios como Ernest Rutherford, empieza a desentrañar la forma en que se compone la materia y encuentra partículas llamadas “subatómicas” que presentan comportamientos extraños y posibilidades infinitas. La globalización, que entonces no se llama así, es mucho más intensa que en nuestros días, la proporción de viajeros que se mueven y residen en otras partes del mundo alcanza cifras nunca vistas y la sensación de domino que el hombre tiende de la naturaleza y su destino es total. En las cancillerías europeas, dominadas la mayor parte de ellas por monarquías antiguas y emparentadas en un grado u otro, también crece esa sensación de dominio. Desde hace años se encuentran todas embarcadas en un proceso de modernización y ampliación de sus efectivos militares por si llega un enfrentamiento que, en el fondo, muchos desean, dado que esa sensación de optimismo y superioridad que se vive en la calle también se da en cada uno de los palacetes desde donde se gobierna una parte del mundo, parte que siempre aspira a ser ampliada por unos y por otros. Tensiones en las colonias de África y Asia y nacionalismos emergentes en la propia Europa empiezan a generar tensiones que pueden ser peligrosas en un futuro pero que, de momento, a nadie alarman.

Relata Stephan Zweig en sus memorias “El mundo de ayer” (léanlas, son maravillosas) cómo el verano de 1914 empieza con un calor intenso y una huida de las clases pudientes a los balnearios para buscar el refresco, en un ambiente generalizado de fiesta y desenfreno. Cuenta como a esos lugares de ocio llega la noticia de que en Sarajevo, un 28 de Junio por la mañana, un nacionalista serbio ha asesinado al archiduque Francisco Fernando de Austria, y que rumores de guerra se extienden entre los palacios y salones de Europa. Casi todos los testigos acogen la posibilidad de guerra con entusiasmo, como una diversión más de cara a un largo verano. Un enfrentamiento corto, rápido y sin muchos daños, que ofrezca emociones y algunas escenas heroicas. Sí, si hay guerra en 1914 será breve y limpia, piensan casi todos….

Subo a Elorrio el fin de semana y me cojo el Lunes festivo. Pásenlo bien y disfruten del sol.

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