Es fascinante la capacidad que
tenemos los españoles de abrir, de golpe, debates trascendentes sobre asuntos
de la máxima importancia, enconarnos muchísimo mientras discutimos y, casi a la
misma velocidad, olvidarlos sin conclusión alguna para pasar a toda prisa a
otra discusión, igualmente apasionada, sobre otro tema de la máxima
importancia. Diríase que usamos esto como si fuera un pasatiempo, un
entretenimiento con el que alternar las conversaciones para darles algo de
vidilla, como si el tiempo no nos bastase como tema común de discusión. Ahora
mismo el debate, intenso, es entre monarquía y república.
En cierto modo es normal que este
asunto surja tras la abdicación de Juan Carlos, porque si los republicanos no
aparecen cuando se marcha un Rey, cuándo lo van a hacer? La monarquía, como
institución, está hoy en día desfasada. Tiene difícil justificación que en
estados democráticos donde impera la ley haya una familia, un linaje de
apellidos, que mantenga una posición de privilegio sobre el resto, aunque ese
privilegio se mucho menor del que parece. En general la monarquías han ido
evolucionando hasta convertirse en una especie de representación institucional
del país, en un gran edificio decorativo que luce y que da la imagen de la
nación, pero que no poseen prebendas ni poder alguno. Sólo el Reino Unido en nuestro
entorno posee una monarquía que aún detenta poder real, tanto económico como
político. A efectos prácticos, no hay diferencias significativas en, por
ejemplo, Europa, entre monarquías o repúblicas, dado que todas se desarrollan
en sistemas democráticos, que es lo realmente importante. Si usted quiere
meterse en un embrollo plantéese un par de preguntas. Qué prefiere, ¿una
monarquía como la sueca o una república como la centroafricana? Todos
querríamos la fría monarquía de Ikea. Ahora piense, qué prefiere, ¿Una
república como la francesa o una monarquía como la de Arabia Saudí? Y nada más
terminar la pregunta todos nos ponemos una escarapela tricolor y cantamos
orgullosos la marsellesa. Por tanto, los términos justos del debate son
dictadura versus democracia (la elección es sencilla, si ya residimos en un
país libre, claro) y luego cada nación se organiza a su modo. Igual que no hay
dos monarquías exactamente iguales, como señalaba antes, casi todas pintan poco
menos la británica, sí hay muchos tipos de repúblicas, de tono más o menos
presidencialista. La norteamericana y la francesa son de las que más poder
otorgan al presidente, elegido por voto popular, pudiendo hacer y deshacer su
gobierno cuándo y cómo desee, y teniendo prerrogativas muy importantes en el
plano legislativo e, incluso, judicial. A partir de ahí las repúblicas van
derivando a regímenes en los que es el Primer Ministro ( el Rajoy de turno) el
que acapara más poder y el Presidente de la República se va convirtiendo poco a
poco en una figura institucional, con un simbolismo y poder (nulo) muy similar
al de nuestra monarquía. Alemania es un ejemplo de este tipo, en la que el
Presidente de la República es elegido por el Parlamento y apenas es conocido
por los no germanos (y tampoco mucho por ellos mismos) siendo el Canciller,
ahora la señora Merkel, la que realmente detenta el poder. Por ello, cuando se
discute sobre este asunto, hecho mucho en falta en las propuestas republicanas
qué tipo de república se quiere, qué tipo de presidente y qué competencias se
le otorgan para ejercer el cargo, porque hay presidentes de muchos muchos
tipos.
En la práctica, y en España, yo soy como creo
que lo son la mayor parte de los ciudadanos, monárquicos utilitaristas. Sin
estar muy convencido de la figura, es lo que de momento mejor ha funcionado, y
dada la tendencia que tienen los políticos patrios de gobernar sólo para
quienes les han votado, careciendo del necesario sentido de estado, permite que
el cargo que representa a la nación no sea usurpado por ideologías o siglas. La
supervivencia de la monarquía no dependerá tanto de los republicanos como del
comportamiento de quien ostente esa figura, y la ejemplaridad que transmita. Si
lo hace bien, permanecerá. Si la monarquía empieza a ser vista como un problema
por la sociedad, caerá, como cayó en el pasado. Así de simple.
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