lunes, junio 09, 2014

El debate entre monarquía y república


Es fascinante la capacidad que tenemos los españoles de abrir, de golpe, debates trascendentes sobre asuntos de la máxima importancia, enconarnos muchísimo mientras discutimos y, casi a la misma velocidad, olvidarlos sin conclusión alguna para pasar a toda prisa a otra discusión, igualmente apasionada, sobre otro tema de la máxima importancia. Diríase que usamos esto como si fuera un pasatiempo, un entretenimiento con el que alternar las conversaciones para darles algo de vidilla, como si el tiempo no nos bastase como tema común de discusión. Ahora mismo el debate, intenso, es entre monarquía y república.

En cierto modo es normal que este asunto surja tras la abdicación de Juan Carlos, porque si los republicanos no aparecen cuando se marcha un Rey, cuándo lo van a hacer? La monarquía, como institución, está hoy en día desfasada. Tiene difícil justificación que en estados democráticos donde impera la ley haya una familia, un linaje de apellidos, que mantenga una posición de privilegio sobre el resto, aunque ese privilegio se mucho menor del que parece. En general la monarquías han ido evolucionando hasta convertirse en una especie de representación institucional del país, en un gran edificio decorativo que luce y que da la imagen de la nación, pero que no poseen prebendas ni poder alguno. Sólo el Reino Unido en nuestro entorno posee una monarquía que aún detenta poder real, tanto económico como político. A efectos prácticos, no hay diferencias significativas en, por ejemplo, Europa, entre monarquías o repúblicas, dado que todas se desarrollan en sistemas democráticos, que es lo realmente importante. Si usted quiere meterse en un embrollo plantéese un par de preguntas. Qué prefiere, ¿una monarquía como la sueca o una república como la centroafricana? Todos querríamos la fría monarquía de Ikea. Ahora piense, qué prefiere, ¿Una república como la francesa o una monarquía como la de Arabia Saudí? Y nada más terminar la pregunta todos nos ponemos una escarapela tricolor y cantamos orgullosos la marsellesa. Por tanto, los términos justos del debate son dictadura versus democracia (la elección es sencilla, si ya residimos en un país libre, claro) y luego cada nación se organiza a su modo. Igual que no hay dos monarquías exactamente iguales, como señalaba antes, casi todas pintan poco menos la británica, sí hay muchos tipos de repúblicas, de tono más o menos presidencialista. La norteamericana y la francesa son de las que más poder otorgan al presidente, elegido por voto popular, pudiendo hacer y deshacer su gobierno cuándo y cómo desee, y teniendo prerrogativas muy importantes en el plano legislativo e, incluso, judicial. A partir de ahí las repúblicas van derivando a regímenes en los que es el Primer Ministro ( el Rajoy de turno) el que acapara más poder y el Presidente de la República se va convirtiendo poco a poco en una figura institucional, con un simbolismo y poder (nulo) muy similar al de nuestra monarquía. Alemania es un ejemplo de este tipo, en la que el Presidente de la República es elegido por el Parlamento y apenas es conocido por los no germanos (y tampoco mucho por ellos mismos) siendo el Canciller, ahora la señora Merkel, la que realmente detenta el poder. Por ello, cuando se discute sobre este asunto, hecho mucho en falta en las propuestas republicanas qué tipo de república se quiere, qué tipo de presidente y qué competencias se le otorgan para ejercer el cargo, porque hay presidentes de muchos muchos tipos.

En la práctica, y en España, yo soy como creo que lo son la mayor parte de los ciudadanos, monárquicos utilitaristas. Sin estar muy convencido de la figura, es lo que de momento mejor ha funcionado, y dada la tendencia que tienen los políticos patrios de gobernar sólo para quienes les han votado, careciendo del necesario sentido de estado, permite que el cargo que representa a la nación no sea usurpado por ideologías o siglas. La supervivencia de la monarquía no dependerá tanto de los republicanos como del comportamiento de quien ostente esa figura, y la ejemplaridad que transmita. Si lo hace bien, permanecerá. Si la monarquía empieza a ser vista como un problema por la sociedad, caerá, como cayó en el pasado. Así de simple.

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