Si hay un país en el que se
cumple ese dicho de que todo es susceptible de empeorar, ese es Irak. Hace
tiempo que no salía en las noticias, y no porque la situación allí hubiera
mejorado, no, sino porque otros focos de violencia y guerra demandaban una
atención más urgente, y convertían el larvado conflicto iraquí en algo tedioso
y carente de atractivo para los medios. Sin embargo, las elecciones sirias de
hace un par de semanas y la salida de aquel país de milicianos yihadistas que
combatían frente al ejército de Asad ha generado una compleja carambola que ha
llevado a Irak a su mayor crisis desde la invasión de 2003 y pone en riesgo
todo oriente medio.
Esos yihadistas, se estima que
varios miles, no más de una docena, agrupados en torno a una organización
llamada el Ejército Islamico de Irak y el Levante, EIIL en sus siglas
españolas, se han hecho fuertes en el este de Siria y, desde allí, hace unas
semanas que han lanzado una ofensiva para controlar la zona fronteriza de Irak.
Frente a ellos, el ejército iraquí, mucho mejor dotado en material y
adiestramiento, teóricamente, ha sucumbido como si fuera un helado expuesto al
sol del verano. Rápidamente estas tropas irregulares se han hecho con el
control de numerosas localidades del norte y centro del país, y ahora mismo se
encuentran a unos sesenta kilómetros de la capital, Bagdad, en la que el
gobierno del primer ministro Al Maliki apenas es capaz de ejercer su control más
allá de la zona verde de seguridad extrema en la que residen las instituciones
del país. En su avance por el norte, los islamistas han sido contenidos por las
tropas pastunes de origen kurdo, que desde hace tiempo se rigen con una cierta
autonomía respecto al gobierno de Bagdad y pueden tener en esta guerra su
oportunidad de oro para hacerse con un territorio y fundar el estado kurdo con
el que llevan soñando desde hace décadas. A este enjambre de actores militares
debemos sumarle el componente religioso. Los combatientes del EIILson sunitas,
en su origen vinculados a Al Queda, pero ahora parece ser que autónomos de la
organización y con un
líder propio, Al Bagdadi, que es cruel y sanguinario como pocos. Frente a
ellos, el gobierno de Bagdad y parte de la población del país, chiita, vistos
como blasfemos por el EIIL, son los que rigen el país desde la conquista por
parte de las tropas americanas en 2003, tras la pérdida del poder de los
sunitas que apoyaban a Sadam Hussein. Cada vez que una de las facciones del
islam se ha hecho con el poder en Bagdad lo ha ejercido sin piedad alguna
frente a la otra, y por ello la guerra del EIIL ha hecho aflorar fatuas y
llamadas a las armas por parte de los líderes religiosos de ambas ramas,
deseosos de acabar con sus enemigos más íntimos. En Irak se sitúan los
santuarios chiitas más venerados, en Kerbala y Nayaf, y los miembros de esta
confesión reciben el apoyo del vecino Irán, el único país musulmán del mundo en
el que el chiismo es mayoritario, y que está empezando a mandar, de tapadillo,
tropas y armamento al sur de Irak para tratar de contener el avance sunita del
EIIL. Por el otro lado, las monarquías del Golfo, Arabia Saudí y Qatar
especialmente, integristas sunitas y acérrimos enemigos de Irán, ven al EIIL
como un ejército de aliados, al que han apoyado militar y financieramente
durante sus campañas en Siria, y no verían nada mal su victoria en Irak, lo que
les proporcionaría el control del país y una nueva amenaza al odiado Irán. Así,
desde múltiples perspectivas, Irak vive desde hace semanas una enconada guerra
civil entre musulmanes chiitas y sunitas, entre laicos y creyentes, entre
kurdos y árabes, y todas las combinaciones que uno se pueda imaginar. El
desastre total.
Y EEUU, implicado hasta las
trancas en aquel país hasta hace poco, y ya en claro proceso de retirada, observa
con asombro y temor cómo todos los años, muertos y millones de dólares
empeñados en controlar el país se acaban convirtiendo en granos de arena de un
infinito desierto en la nada. Obama, sin gana alguna de implicarse, contempla
como la pesadilla de Irak, que condicionó en parte su llegada a la Casa Blanca,
vuelve a apenas dos años de finalizar su mandato, y la implosión del país le
lleva a negociar una colaboración con el eterno enemigo de Irán y agria aún más
las relaciones con la monarquía saudí, que empieza a ser vista más como un
riesgo futuro que como el aliado fiable que siempre ha sido. Si esto no es un Juego
de Tronos en pleno desierto que venga George RR Martin y lo desmienta.
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