Libros y parques siempre han
combinado bien. La imagen de alguien sentado a la sombra de un árbol sobre un
suave césped verde, en una tarde de verano, absorto en la lectura que sostiene entre
sus manos es un arquetipo de lo que podríamos definir como tranquilidad, sosiego,
esparcimiento, tiempo libre. Ir a leer al parque suena muy buen, tal como se
dice, y la sensación que se obtiene de ejercitar esa práctica es aún mejor. Es
justo esta época, cuando empiezan a apretar los calores pero a la sombra todavía
corre aire fresco, el momento ideal para practicarla, con unas tardes que son
infinitas, en las que el sol se pone pero parece no querer ocultarse nunca, y
su luz ilumina páginas sin fin.
La apoteosis de los libros y los
parques es la feria del libro de Madrid. La idea de juntar un montón de casetas
en el Retiro y, durante una semana, vender libros y poder encontrarse con sus
autores me pareció magnífica desde un principio, y con el paso de los años se
ha convertido en el acontecimiento al que asisto con mayor fidelidad de todos
los que suceden en esta ciudad. El ambiente es buenísimo, la variedad de
estilos, casetas y oferta literaria es inmensa y la cantidad y diversidad de
gente que por allí se pasa contribuye a que las tardes se evaporen en un paseo
entre casetas y salga uno del recinto con la sensación de que hay futuro para
el mundo de las letras. En una época en la que se dice que no se lee, y las
encuestas y los índices de así parecen ratificarlo, encontrarse con miles de
personas que, como yo, acuden a la llamada de los libros parece algo mágico, y
sin duda puede que lo sea en estos tiempos de pantallas infinitas que todo lo
llenan. Padres con niños, familias completas, cuadrillas de adolescentes,
personas mayores, solitarios.. gentes de todo tipo de condición, de gustos y
opiniones muy diversas, y probablemente incompatibles, coincidimos en un mismo
espacio, bajo la misma sombra, en busca de ese libro que teníamos apuntado en
casa, o esa referencias que una vez nos dijeron y que ya no recordamos bien,
pero que tras preguntar al señor de la caseta vamos perfilando hasta que la
encontramos del todo. Los libros nos unen a todos los que allí acudimos, y
pueden ser tan distintos como imaginarse uno pueda. Desde los de brillantes
colores e ilustraciones que adornan las casetas infantiles, que logran llamar
la atención de unos niños para los que todo es estímulo, hasta los volúmenes
escritos (se supone) por famosos televisivos, que llenan las avenidas de la
feria de colas de penitentes en busca de la firma de una celebridad que conocen
de verla todos los días, seguramente mucho más tiempo que a algunos de sus
seres queridos, o los fenómenos adolescentes, quizás incomprensibles, pero que logran
que quinceañeros de ambos sexos lean unas páginas en un mundo en el que si no
pones el dedo encima de una pantalla no eres nadie, pasando por esos escritores
solitarios, que acuden a firmar sus obras, poco conocidas, y que pasan la tarde
viendo como pocos, a veces ninguno, se detienen frente a ellos, que saben que su
bolígrafo no se va a quedar sin tinta de formar autógrafos ni van a salir de
allí con dolor de muñeca ni de garganta, pero que han visto editada su obra y
se sienten felices por el mero hecho de verse en el templo, en el interior de
la caseta, desde donde se ve al lector. Muchos de los ahora consagrados
vivieron ferias como desconocidos, como personas anónimas a las que apenas unos
familiares visitaban y pocos más les hacían caso. Esa esperanza anida en los
nuevos creadores que, en un mundo radicalmente diferente al del pasado, siguen
con el mismo nervio en el cuerpo ante el proceso de la creación literaria y el
temor de si gustará, o no, lo que han escrito.
Es cierto que en este panorama idílico que he
pintado hay muchas sombras. Las ventas de obras comerciales de escaso valor
sigue acaparando tiradas y éxitos, el libro electrónico está aquí para quedarse
y ha abierto la puerta al pirateo de las obras, como ya le pasó a la música,
las ventas se concentran en grandes operadores y la pequeña librería agoniza en
casi todo el mundo, las pantallas de los móviles restan tiempo y ocupan horas
que ya no serán de lectura.. sí, los problemas son muchos, y complejos, pero la
feria es el momento de no pensar en ellos, de comprar nuevos títulos, de arruinarse
(como es mi caso) pensando que es para bien, y acumular una buena selección con
la que, en los momentos de ocio, ponerse bajo el árbol que más sombra
proporcione… y leer.
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