Me temo que, si nada lo impide, y
parece complicado que así sea, hoy se inaugurará en Brasil el Mundial de
fútbol, apoteosis de la pesadez balompédica que nunca cesa, que todo lo inunda
y que mantiene una férrea dictadura sobre los medios de comunicación y las
conversaciones humanas del día a día. Como no me gusta nada el fútbol no pienso
hablar aquí de lo que suceda en el país carioca, salvo que se produzcan hechos
desafortunados que nadie desea pero lo cierto es que en la inauguración de hoy
se va a producir un acto que tiene su relevancia científica y tecnológica, y
que va a dejar a mucha gente sorprendida. Un tetrapléjico va a realizar el
saque de honor.
Antes que nada quiero destacar
que hay mucha polémica entre los especialistas sobre lo que realmente se va a
producir hoy, y hasta qué punto es un avance, espectáculo, estafa o promesa
cumplida a medias. Con
rigor y claridad lo cuenta el bueno de Antonio Martínez Ron en su artículo de
hoy (léanlo, merece mucho la pena) pero simplificándolo mucho se trata de
que un exoesqueleto movido por el control de las ondas cerebrales del paciente
será capaz de levantarlo, hacerlo caminar y llevarle hasta el balón, dado una patada
al mismo. El tetrapléjico se levantará de la silla, como si de un milagro se
tratase, y andará, movido por una estructura metálica con la estructura de unas
piernas, que llevará adosada a sí mismo, un casco con electrodos, que serán
capaces de captar el pensamiento que señale el deseo de caminar, y un ordenador
que procese toda la información y mueva las piernas artificiales, y con ellas
al cuerpo, para generar un movimiento de caminar. Más allá de hasta si
realmente el caminar será inducido o no, de que el exoesqueleto no está
integrado en el tejido medular del paciente, como se había previsto, y que todo
se puede quedar en un ejercicio más cercano al ilusionismo que a la ciencia, lo
cierto es que la tecnología de los exoesqueletos ha pasado de estar confinada a
las películas de ciencia ficción a ser algo que, siendo aún muy novedoso,
empieza a aparecer como real. La teoría es muy sencilla, pero la práctica es de
lo más complejo. Se trata de crear una estructura que replique la parte del
cuerpo que ha dejado de funcionar, especialmente las piernas, adaptarla al
cuerpo del paciente mediante correajes y anclajes, y dotarla de un sistema de
control que “ande” a voluntad del paciente y que le permita a éste moverse de
manera autónoma, abandonando la silla de ruedas. ¿Fácil, verdad? Pues no. Las complicaciones
son enormes y han supuesto, principalmente, y simplificándolo todo de manera
aberrante, tres retos. Uno, el mecánico, diseñar unas piernas robóticas que
repliquen el movimiento natural de caminar, aspecto que está ya bastante
resuelto, pero que aún tiene que pulirse y que ha resultado ser más difícil de
lo esperado (nos parecerá fácil, pero andar requiere una coordinación muscular
en las piernas y unas articulaciones complejísimas). El segundo problema, casi
resuelto, es el de la capacidad informática que permita procesar las piezas del
exoesqueleto para dotarle de movimiento, equilibrio, estabilidad y dinamismo.
Antes era necesario un supercomputador para eso y ahora (la ley de Moore de la
que hablaba el martes) lo puede hacer un chip muy pequeño. Y el tercer paso, el
más complejo, es el lograr que la máquina actúe a la “voluntad” del paciente. Se
puede hacer (cutre) que el artilugio tenga unos mandos y el usuario los maneje
con las manos (poco operativo) o conectar el artilugio al cerebro de tal manera
que éste lo interprete como nuevas piernas, y las maneje como si fueran las
originales. Este es el ideal, que se pretendía mostrar en la inauguración, pero
la ciencia neuronal no parece haber avanzado lo suficiente para lograrlo, de ahí
el uso del casco que lee el pensamiento neuronal y lo transforma en órdenes,
que es un paso intermedio.
Lo significativo, por tanto, del espectáculo de
hoy, es la presentación en sociedad de una tecnología a la que aún le falta
mucho por recorrer (y abaratarse de precio, claro está) pero que tiene por
delante unas enormes posibilidades. Pensemos no sólo en enfermos confinados en
sillas de ruedas, sino en personas mayores, de movilidad reducida, o cualquier
otra situación en la que los miembros del cuerpo ya no responden y son capaces
de actuar como es debido. Las posibilidades de autonomía para los usuarios de
estas prótesis, por llamarlas de una manera, son inmensas, y supondrían, como mínimo,
el fin de las sillas de ruedas. Aún queda mucho para eso, no hay que hacerse
falsas ilusiones, pero por ese camino vamos, pasito a pasito.
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