miércoles, julio 30, 2014

Artur Mas es un español de pura cepa


Hoy se celebra la muy esperada reunión entre Rajoy y Mas en la Moncloa, de la que se espera tanto como se teme, en la que un acuerdo parece una quimera sólo el hecho de que tenga lugar ya es considerado como un éxito, tras meses de desencuentros y tensión creciente. Es casi seguro que las comparecencias tras la reunión sean separadas y distanciadas, recibiendo Artur Mas a la prensa en Blanquerna, la sede de la Generalitat de Cataluña en Madrid, en la calle Alcalá, justo al lado del Círculo de Bellas Artes. Pose separatista, independientemente de si la reunión resulta fructífera o no, que ojalá sí lo sea.

En el fondo Mas, aunque reniegue profundamente de ello, es tan español que actúa inconscientemente como tal. Lidera un partido asolado por la corrupción, cuya sede está embargada para avalar las responsabilidades que se puedan derivar del caso Palau, y alcanzó la cúspide del mismo a través de un proceso de cooptación y dedocracia típico de la policía española. Pero es que ayer, en el discurso que hizo en comparecencia pública para explicar las decisiones que el partido había tomado respecto a Jordi Pujol, quitándole toda una serie de privilegios que no los tenía ni la ínclita Maleni, mas hizo el discurso de apología de la corrupción, de defensa del delincuente, de exculpación del delito, que sólo se oye en la política española, y que es un reflejo de cómo la sociedad de este país, hasta cierto punto enferma, no ve en el corrupto a un delincuente que le roba, sino a un listo que es capaz de huir del destino “pringao” de los demás, y suscita por ello admiración y envidia. Sus palabras exactas fueron “siento pena, compasión y un dolor muy grande” y todo ello por una figura que días atrás había confesado que era un contumaz defraudador de impuestos, de alguien que se hacía llamar “honorable” y que tenía una conducta personal muy alejada de ese alto concepto. De alguien que enarbolaba la ejemplaridad como bandera, que acusaba a los demás de derrochar dinero y de no ser trabajadores (siempre con un tono de racista superioridad) y que luego lo que ganaba, de formas diversas y algunas muy oscuras, no lo declaraba. A riesgo de ser demagógico, ayer Mas no mostró pena por las camas de los hospitales o las aulas de colegios que se han detenido que cerrar en Cataluña y que, si Pujol hubiera pagado, a lo mejor no tenían por qué haberse clausurado. Mas no sintió lástima por las inversiones frenadas, las obras paradas o las asistencias sociales que, financiadas por los impuestos de los ciudadanos, están paradas o abandonadas, y que nunca recibieron las cantidades que Pujol debió haber abonado legalmente para su mantenimiento. Mas no mostró compasión alguna con los millones de catalanes que han visto cómo sus impuestos, de todo tipo y condición, subían a lo largo de estos años para sufragar inmensas deudas contraídas por su gobierno, mientras que uno de los ciudadanos más ricos de la región lo era aún más gracias a que defraudaba a Hacienda. No, nada de lo anterior. Más sintió pena por ver como el que le había ascendido al poder ahora caía porque no podía ocultar su delito, Mas sintió compasión por su mentor, y le produjo un inmenso dolor que lo que nunca debió conocerse ni investigarse ahora vaya a salir a la luz, destruyendo en parte la estructura de su partido y, con ello, las bases del poder que ahora ocupa, y ve cómo se escapa de sus manos como fina arena de playa. Eso es lo que le hizo sufrir ayer a Mas, no el delito, sino las consecuencias que para él se deriven de haberlo aireado.

Y esa respuesta de Mas ante la corrupción es la misma que la que muestra el PP ante Bárcenas, el PSOE ante los EREs, la UGT y CCOO ante esos mismos EREs, el PNV ante el caso Epsylon y otros muchos, y así indefinidamente. La total exculpación del delincuente porque es uno de los nuestros, la acusación sin fin al corrupto de enfrente, y el menosprecio, cuando no desprecio, ante el ciudadano, que tiene que pagar impuestos, al que no se le permite ni una, y que observa angustiado como ya no queda nadie que no haya robado delante de sus narices. Mas es, por lo tanto, español hasta la médula, y lo muestra en ese comportamiento enfermo, que es en parte lo que nos ha conducido hasta la crisis que ahora vivimos y que nos impedirá salir de la misma si no lo corregimos de una vez.

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