Hoy
se celebra la muy esperada reunión entre Rajoy y Mas en la Moncloa, de la
que se espera tanto como se teme, en la que un acuerdo parece una quimera sólo
el hecho de que tenga lugar ya es considerado como un éxito, tras meses de
desencuentros y tensión creciente. Es casi seguro que las comparecencias tras
la reunión sean separadas y distanciadas, recibiendo Artur Mas a la prensa en
Blanquerna, la sede de la Generalitat de Cataluña en Madrid, en la calle
Alcalá, justo al lado del Círculo de Bellas Artes. Pose separatista,
independientemente de si la reunión resulta fructífera o no, que ojalá sí lo
sea.
En el fondo Mas, aunque reniegue
profundamente de ello, es tan español que actúa inconscientemente como tal.
Lidera un partido asolado por la corrupción, cuya sede está embargada para
avalar las responsabilidades que se puedan derivar del caso Palau, y alcanzó la
cúspide del mismo a través de un proceso de cooptación y dedocracia típico de
la policía española. Pero es que ayer, en el discurso que hizo en comparecencia
pública para explicar las decisiones que el partido había tomado respecto a
Jordi Pujol, quitándole toda una serie de privilegios que no los tenía ni la
ínclita Maleni, mas hizo el discurso de apología de la corrupción, de defensa
del delincuente, de exculpación del delito, que sólo se oye en la política
española, y que es un reflejo de cómo la sociedad de este país, hasta cierto
punto enferma, no ve en el corrupto a un delincuente que le roba, sino a un
listo que es capaz de huir del destino “pringao” de los demás, y suscita por
ello admiración y envidia. Sus palabras exactas fueron “siento
pena, compasión y un dolor muy grande” y todo ello por una figura que días
atrás había confesado que era un contumaz defraudador de impuestos, de alguien
que se hacía llamar “honorable” y que tenía una conducta personal muy alejada
de ese alto concepto. De alguien que enarbolaba la ejemplaridad como bandera,
que acusaba a los demás de derrochar dinero y de no ser trabajadores (siempre
con un tono de racista superioridad) y que luego lo que ganaba, de formas diversas
y algunas muy oscuras, no lo declaraba. A riesgo de ser demagógico, ayer Mas no
mostró pena por las camas de los hospitales o las aulas de colegios que se han
detenido que cerrar en Cataluña y que, si Pujol hubiera pagado, a lo mejor no
tenían por qué haberse clausurado. Mas no sintió lástima por las inversiones
frenadas, las obras paradas o las asistencias sociales que, financiadas por los
impuestos de los ciudadanos, están paradas o abandonadas, y que nunca
recibieron las cantidades que Pujol debió haber abonado legalmente para su
mantenimiento. Mas no mostró compasión alguna con los millones de catalanes que
han visto cómo sus impuestos, de todo tipo y condición, subían a lo largo de
estos años para sufragar inmensas deudas contraídas por su gobierno, mientras
que uno de los ciudadanos más ricos de la región lo era aún más gracias a que
defraudaba a Hacienda. No, nada de lo anterior. Más sintió pena por ver como el
que le había ascendido al poder ahora caía porque no podía ocultar su delito,
Mas sintió compasión por su mentor, y le produjo un inmenso dolor que lo que
nunca debió conocerse ni investigarse ahora vaya a salir a la luz, destruyendo
en parte la estructura de su partido y, con ello, las bases del poder que ahora
ocupa, y ve cómo se escapa de sus manos como fina arena de playa. Eso es lo que
le hizo sufrir ayer a Mas, no el delito, sino las consecuencias que para él se
deriven de haberlo aireado.
Y esa respuesta de Mas ante la corrupción es la
misma que la que muestra el PP ante Bárcenas, el PSOE ante los EREs, la UGT y
CCOO ante esos mismos EREs, el PNV ante el caso Epsylon y otros muchos, y así
indefinidamente. La total exculpación del delincuente porque es uno de los
nuestros, la acusación sin fin al corrupto de enfrente, y el menosprecio,
cuando no desprecio, ante el ciudadano, que tiene que pagar impuestos, al que
no se le permite ni una, y que observa angustiado como ya no queda nadie que no
haya robado delante de sus narices. Mas es, por lo tanto, español hasta la médula,
y lo muestra en ese comportamiento enfermo, que es en parte lo que nos ha
conducido hasta la crisis que ahora vivimos y que nos impedirá salir de la
misma si no lo corregimos de una vez.
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