Una de las maneras más cutres,
pero sin duda efectivas, de consolarse de la desgracia propia es regodearse en
la ajena. Se sabe uno deshecho, acabado y mal, pero ve como su vecino sufre o
maldice y automáticamente una sonrisilla malévola se asoma por el rictus, con
un pensamiento que empieza a minusvalorar el drama personal, y se cachondea del
atribulado compañero. Lo hacemos todos, no lo neguemos, una o muchas veces, y
sabemos que no soluciona nada, pero es una vía de escape socorrida. También los
países pueden llegar a tener estas tentaciones. “Sí, estamos mal, pero mira
como están en Xlandia” como si eso arreglase los problemas locales, y pese a
ello se es una frase que se repite muy a menudo.
Usando esta artimaña tan barata,
para encontrar consuelo de la desastrosa situación política en España basta con
cruzar la frontera y asomarse a Francia, para encontrarse con un panorama aún
más endiablado si cabe. Preside la republica el socialista Hollande, uno de los
políticos más decepcionantes, grises y vacíos que se han visto en mucho tiempo,
que ganó las elecciones con amplia mayoría enarbolando la bandera del ciudadano
normal y corriente, y que ahora apenas aprueban en su gestión una quinta parte
del electorado. Frente a él la derecha clásica, fundada en torno al partido
UMP, el equivalente a nuestro PP, se desangra en luchas partidistas entre
distintos candidatos que se presentan a elecciones que no hacen sino perder una
tras otra. En este panorama surge una duda obvia. Si al PS no le vota mucha
gente y la derecha pierde, quién gana las elecciones? Pues nada más y nada
menos que Marine Le Pen, dueña y señora de un Frente Nacional de extrema
derecha, que ha dulcificado en parte y modernizado tanto en planteamientos como
en estrategia, pero que es lo que ha sido siempre, un partido ultra, xenófobo y
antisistema. Ese es el deprimente panorama que reina en la política francesa,
comparado con el cual España es un bálsamo de estabilidad y sentido común.
Algunos analistas veían en Sarkozy, el expresidente que fue derrotado por el
hombre normal Hollande, como la esperanza de un centro derecha moderado, que
unificase las familias ahora enfrentadas, y que pudiera robar votos a Le Pen y
a algunos socialistas descontentos para así auparse nuevamente al Eliseo y
aportar estabilidad a Francia. Esa teoría no es descabellada, pese a que
personalmente la figura de “Sarko” no es de mis preferidas. Debo reconocerle el
papel que jugó durante su presidencia en el hostigamiento a ETA y en la
colaboración en este asunto con los gobiernos españoles, pero en conjunto me
pareció una figura decepcionante como Presidente, en un sentido muy distinto al
de Hollande, pero también un bluf. Obsesionado por la imagen, hiperactivo con
tal de conseguir salir en la foto, aunque fuera haciendo tonterías, con un tono
de prepotencia ridícula, Sarkozy dilapidó gran parte de su capital político en
turbios escándalos y actuaciones de cara a Europa y resto del mundo en las que
se creía un nuevo Napoleón, mientras que todos le miraban con sorna y, con
disimulo, se reían a sus espaldas. Su divorcio con Cecilia y posterior
matrimonio con Carla Bruni dio mucho que hablar, aunque no tanto como el uso de
alzas para levantarse del suelo y la prohibición de los tacones a su esbelta y nueva
esposa. En este sentido, quién lo diría, Sarkozy ha resultado ser un pipiolo en
comparación a la fogosidad del “normal” Hollande, que debe transformarse en la
cama en una fiera insaciable, visto su éxito entre el público femenino.
Desde ayer, esas teorías que insistían en la
posible, incluso necesaria, vuelta de Sarkozy, se han topado con un grave
problema, y es que el turbio pasado vuelve con intención de cobrarse facturas
atrasadas en la persona de Nicolás. Tras
una detención e interrogatorio que llevó todo el día de ayer, Sarkozy está
imputado por un montón de delitos relacionados con prácticas corruptas de
financiación de su partido y las campañas electorales (vamos, lo de siempre) y
su carrera política podría terminarse del todo si alguna de esas acusaciones se
sustancia en una condena. Me queda el morbillo de pensar, si llegara el caso, cómo
serían los “bis a bis” de Bruni y Sarko, y hasta qué punto llegarían en la
escala Hollande de la pasión…. Sí, sí, siempre nos quedará París.
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