Parece que se abre una puerta a
la esperanza en la guerra de Gaza de este verano. Tras ocho días de bombardeos
de Hamas sobre territorio israelí y de ataques del ejército hebreo sobre la
franja, todos ellos con un desastroso balance de varios israelís heridos y casi
dos centenares de palestinos muertos, Egipto
trata de lograr un alto el fuego entre las partes, volviendo a ser el mediador
en el que, al parecer, unos y otros confían. Parece ser que el cambio de
dictador al frente del gobierno de El Cairo no ha afectado a esta relación de
confianza mutua, lo que debe ser visto como algo curioso pero, desde luego,
positivo. Ojalá la mediación tenga éxito.
Por de pronto, ayer se produjo un
hecho curioso e importante, que marca un nuevo peldaño en la escalada hacia la
guerra total que se vive en la zona. Inoperantes, detectados por el ejército
israelí, y sin que parece que hayan causado daño alguno, Hamas
enseñó a los medios de comunicación de todo el mundo los drones que posee, y
que ya han sido empleados en ataques, de momento frustrados. Hasta ayer el único
que utilizaba drones en la guerra local era Israel, dado que el otro bando ni
siquiera los poseía, pero esto ha dejado de ser así, en medio de la sorpresa más
o menos disimulada de todo el mundo, por lo que, si no me equivoco, esta guerra
de 2014 es la primera en la que ambos contendientes usan drones como arma de
ataque mutuo. Los drones son tecnología avanzada, que en el caso de Hamas es
evidente que no ha sido desarrollada en la franja, sino suministrada por alguna
potencia extranjera (¿Siria? ¿Irán? ¿Países del Golfo?) y que requiere no sólo
la posesión del elemento volador, sino la infraestructura de seguimiento y el
personal especializado que los maneja y transforma en armas. Los drones empezaron
a ser utilizados en el campo de batalla por los EEUU en las guerras de Irak y
Afganistán. Permiten una mayor precisión en los ataques, un coste muy bajo de
los mismos, sean exitosos o no y, sobre todo, garantizan la seguridad del
piloto porque, obviamente, esta figura no existe. Un drone puede ser manejado
desde el campo de batalla o desde cualquier otra parte, y de hecho algunos de
los que opera EEUU en la zona de oriente medio se controlan desde el propio
territorio estadounidense, desde instalaciones en las que los “pilotos”
realmente parecen adolescentes jugando a videojuegos que se desarrollan a miles
de kilómetros de distancia, pero que acaban con vidas reales en vez de contar
puntos cada vez que aciertan en su objetivo. La ventaja del uso de drones es
obvia, por todo lo antes comentados, pero es que incluso los misiles clásicos
palidecen ante la versatilidad de un arma que puede ser controlada en todo
momento y que hace mucho más que apuntar a su objetivo. Los drones pueden
llegar a jubilar en un futuro muy cercano a los sistemas de misiles y
antimisiles, que en esta guerra de Gaza se están usando de manera intensiva por
parte de Hamas e Israel (la cúpula de hierro que protege las ciudades hebreas).
En una guerra futura, que empieza a estar ya aquí, los contendientes podrían
librarla sentados tranquilamente frente a sus consolas mientras que aparatos
voladores de tamaño y potencia de fuego muy diversa se enfrentan en el aire,
bombardean o disparan objetivos, todo ello sin que se produzca ninguna víctima
entre los ejércitos que los manipulan, dejando a los pilotos muy seguros y al
borde del desempleo, mientras que el suelo sobre el que actúan los aparatos se
siembre de víctimas civiles. El objetivo último de causar las mínimas bajas a
las fuerzas militares propias se habría alcanzado, cero muertos, a cambio del
sacrificio de la población civil, en lo que es una constante en la guerra
moderna desde hace ya muchos años.
La popularización de estos aparatos en la vida
civil, que empieza a darse en sus versiones de juguete, portátiles, pequeñas y
manejables, utilizadas sobre todo para realizar grabaciones, muestra las
enormes posibilidades de una tecnología que, como casi todas, se desarrolló
inicialmente en el campo de batalla, pero que poco a poco se traslada al mundo
civil, abriendo enormes expectativas y mercados. Quizás en unos años nuestras
ciudades estén llenas de drones yendo de un lado para otro llevando paquetes, objetos
o vaya usted a saber qué. Nos divertiremos con su uso y pensaremos en cómo
pudimos vivir sin ellos en un momento dado. Y en ese futuro, sobre otro campo
de batalla, también los drones seguirán disparando y matando.
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