Una de las noticias más
interesantes de la semana, y que puede tener un enorme recorrido e importancia
si se consolida finalmente, es la
decisión adoptada por Brasil, Rusia, Indica, China y Sudáfrica, los llamados
BRICS, de crear un banco entre ellos que, de manera alternativa, asuma las
funciones que ahora realiza el FMI y el Banco Mundial, tanto la concesión
de préstamos para las políticas de desarrollo como el asesoramiento y la
supervisión de las mismas. La constitución se hará mediante la aportación de
50.000 millones de dólares y una capacidad inicial de préstamo de entorno a los
100.000 millones de dólares. Y de momento usarán como moneda el dólar.
Crear esta institución supone, a
mi entender, que empieza a surgir el mundo alternativo al escenario de mediados
del siglo XX que aún rige las estructuras financieras y de poder a nivel
global. Tras el final de la II Guerra Mundial se instaura un orden
internacional determinado por los vencedores de aquella contienda, con una
institución de control político, la ONU, en la que EEUU, Rusia, China, Francia
y Reino Unido, los vencedores, tienen asiento permanente y derecho de veto en
el Consejo de Seguridad, el órgano que toma decisiones y tiene poder más allá
de las palabras. El resto de países o no cuentan u ocupan sillas en ese Consejo
de manera rotatoria y temporal. En el plano financiero, las instituciones
surgidas tras los acuerdos de Breton Woods, principalmente el FMI y el Banco
Mundial, siguen siendo las teóricas garantes de la estabilidad global, aunque
esto es más un deseo que una realidad. De esos acuerdos también surgió un mundo
de tipos de cambio fijos referenciados al dólar, que actuaba como una especie
de patrón oro con algo de volatilidad. Este sistema se fue al garete durante la
presidencia de Nixon, en los años setenta, cuando se decretó la libre flotación
del dólar y del resto de divisas, y se crearon los mercados de divisas que hoy
son la piedra angular del sistema financiero internacional. Pese a ello el
dólar sigue siendo la moneda de referencia para los intercambios comerciales,
ciertas materias primas sólo se compran y venden en dólares (el petróleo sin ir
más lejos) y la política económica norteamericana sigue siendo, por ello, la
más importante y decisiva de todas. Visto desde nuestros días, esta estructura
de poder ya no responde a la realidad en la que nos encontramos. El peso
inmenso que posee en ella la Unión Europea no es para nada representativo de su
actual semiinsignificancia en el concierto internacional, y países que en los
años cincuenta o sesenta eran más bien poca cosa hoy son pesos pesados en el
concierto internacional. Los citados BRICS, que es una expresión creada por un
ejecutivo de Goldman Sachs en los noventa, para referirse a las piezas que
construirían la nueva economía (en inglés bric quiere decir ladrillo) son una
amalgama de superpotencias y países nuevos en el contexto internacional, con
Rusia como potencia decadente del grupo y China como gigante en expansión,
aparentemente, sin fin. Pero junto a ellos otros países adquieren cada vez más
peso en el mundo y no tienen forma de significarlo en ese entramado
institucional. Empezando por Japón, derrotado en la guerra, y que pese a su
relativa decadencia sigue siendo una de las potencias económicas mundiales,
pero que no puede votar ni vetar en casi ningún sitio. Otras naciones como
Indonesia, Vietnam, Nigeria, Malaysia o Pakistán representan a cientos de
millones de habitantes y economías que crecen a unas tasas de vértigo, y que
hace apenas una década eran sinónimo de colonialismo decimonónico y poco más.
Hoy representan un poder comercial y financiero creciente, y que demanda
participar en el concierto internacional. Evidentemente, el sistema con el que nos
dotamos en el pasado hace mucho tiempo que no da de sí, y este banco de los
BRICS es la primera piedra que, lanzada contra él, es capaz de causarle daños
serios.
Puede uno plantearse la gran pregunta de cómo
será entonces el sistema que pueda sustituir al ahora existente. No lo se. Hace
algunos años se empezó a hablar en serio de reformar la ONU, tratando de eliminar
los restos del pasado y acogiendo parte de estas nuevas realidades, y se comentó
la posibilidad de reformar los estatutos y el sistema de aportaciones al FMI en
la misma línea de representar más fielmente la nueva realidad, pero de esos
debates han surgido apenas algunas recomendaciones y casi ningún cambio
relevante. A medida que pase el tiempo y no se produzcan reformas, el riesgo de
que las viejas instituciones caigan en la irrelevancia es cada vez mayor. Muere
un mundo viejo pero aún no sabemos cómo será el que está naciendo.
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