La paz y la tranquilidad son esos
momentos de publicidad que se dan los contendientes en oriente próximo para ir
al baño, hacer sus necesidades y, reconfortados, volver para nuevamente
enfrentarse sin fin, hasta que necesiten un nuevo respiro. Durante
el día de ayer fue continuo el lanzamiento de cohetes desde la franja de Gaza
contra las ciudades israelíes, incluyendo Jerusalén y Tel Aviv, y los
bombardeos de la aviación israelí sobre la franja. La acumulación de tropas
en la frontera indica que es más que probable un asalto militar por tierra por
parte del ejército de Israel y la guerra no declarada crece en intensidad por
momentos. Otra más a sumar a la interminable lista.
Es tan profunda la enemistad y
desconfianza que existe entre los dos mundos que habitan aquella tierra que ha
bastado un perverso, un cruel asesinato para que se vuelvan a disparar las
hostilidades. Hace poco más de una semana que fueron encontrados los cadáveres
de los tres adolescentes israelíes que llevaban secuestrados casi un mes, y que
habían movilizado gran parte del ejército y la sociedad civil en su busca. Sus
cadáveres, disparados, casi con toda seguridad el mismo día en el que fueron
secuestrados, llevaban impresa la firma de Hamas o de algún movimiento
islamista similar, pese a que la organización fundamentalista no se ha hecho
responsable del acto. La conmoción en Israel fue grande, el dolor y la rabia
inmensos, y si quien perpetro ese crimen buscaba generar una respuesta, hay que
decir que lo logró. A los pocos días otro adolescente, esta vez palestino, era
asesinado por, tal y como se ha descubierto a posteriori, un grupo de exaltados
sionistas, que buscaban vengarse del crimen de los tres adolescentes. Buscaban
una presa, y encontraron a un chaval que estaba en el peor lugar y en el peor
momento posible. Lo secuestraron, golpearon y, según afirma la autopsia,
quemaron vivo, en un acto vil que se equipara al que ejecutaron los asesinos de
los tres chicos israelís. Cuatro muertos, cuatro personas jóvenes, inocentes,
cuyo principal objetivo en el día en el que murieron era, sin duda, pasarlo
bien y disfrutar algo de la vida, que a esa edad es infinita y se mantiene
llena de sueños y esperanzas, incluso en una tierra tan torturada como aquella.
Cuatro vidas segadas por el fanatismo, que necesita bañarse y alimentarse en
sangre para poder existir. Cuatro personas sacrificadas en el altar de la
venganza, en una escena de crueldad tan similar a las muchas que se relatan en
el Antiguo Testamento que vuelve a demostrar que no hemos evolucionado mucho
desde entonces, que el primitivismo que anida en todos nosotros siempre está a flor
de piel, con ganas de surgir, y que a veces basta una chispa para que nos
dejemos vencer por nuestros impulsos y actuemos sin freno para satisfacerlos.
Si en todas las ocasiones que se han desatado enfrentamientos entre Israel y
Palestina las causas han sido más o menos pueriles, esta es de esas en las que
el motivo de la disputa es especialmente vil y cruel. Las familias de los
cuatro muertos lloran por igual a sus hijos, los padres y madres, ante los cadáveres
de sus jóvenes vástagos, rezarán a Yahveh o Alá, suplicando clemencia pero sólo
sentirán dolor, y nada en el mundo podrá ofrecerles el consuelo que necesitan.
Las mismas saladas lágrimas surgirán de sus vacíos ojos y correrán por sus
mejillas, hasta caer en el árido y despiadado suelo de una tierra en la que la
muerte y el odio es el único fruto que puede crecer en medio del erial. Odio
regado con lágrimas de desesperación. Muerte como fruto de la eterna venganza
sin fin.
EEUU ya tiene ante su mesa un nuevo intento de
proceso de paz fracasado, otro más. La comunidad internacional vuelve a lanzar
mensajes de calma y preocupación en medio de una indolencia y hartazgo cada vez
más extendidos, los muertos de uno y otro bando crecen por cada día que pasa de
incursiones, ataques y asaltos, y con ellos la lista de agravios y venganzas,
que no cesa de aumentar, quizás hasta que, como pregona la escritura, no queden
ojos ni dientes que arrancar, y la paz de los cementerios sea la que reine en
esa tierra. ¿Ese es el futuro que queremos construir? ¿Cómo evitaremos que se
produzca?
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