Armados
con mazas, martillos, radiales y taladros, un grupo de barbudos enturbantados
entran en las salas de un museo, en el que las piezas, esculturas de
diversos tamaños, se encuentran en lo alto de sus pedestales o directamente
sobre el suelo. Poco a poco, empezando por las más pequeñas, las arrojan, las
tiran desde su posición, causándoles graves daños en la caída, pero eso es sólo
el principio. Usando sus instrumentos con la mayor de las sañas posibles,
aporrean con fuerza desatada a las figuras, ya en el suelo o aún erguidas, y no
paran hasta destruirlas. Y se regocijan en su barbarie mientras el suelo se
llena de escombros.
Dije hace tiempo que el islamismo
fanático de DAESH, que es como debe denominarse a esa basura autoproclamada
como Estado islámico, es el nazismo de nuestro tiempo. Su obsesión por la violencia,
su afán destructivo, su cosmovisión fanática, iluminada y absoluta, tiene
muchos puntos en común con la ideología que espoleó Hitler y que llevó a Europa
a su destrucción. Y en ambos casos, porque en este mundo todo está inventado,
los métodos son muy similares. Exterminio de los enemigos, campos de
concentración, violación, abuso y trata de mujeres, asesinatos crueles, y también,
como no, la destrucción del arte. En aquel caso se acusaba a los artistas
modernos de ser degenerados, y sus obras se insultaban, y a los escritores que
no eran consentidos por el régimen se les perseguía y los libros por ellos
escritos se acumulaban en pilas que eran quemadas en medio de la orgía de
satisfacción de los energúmenos que se congregaban ante actos de tal vileza.
Pues bien, ochenta años después de aquello, observamos las mismas escenas. Esta
vez no nos enteramos directamente por las páginas impresas de un periódico, o
por una emisión de radio con interferencias, sino por internet, por una grabación
en vídeo, producida como todas las suyas con esmero, a través de la más alta
tecnología, pero el mensaje es el mismo que el de hace décadas, siglos o
milenios. La barbarie, que anida en todos nosotros, siempre está dispuesta a
ser amaestrada por quien mejor la sepa utilizar, y una vez desatada es
imparable. Esos destructores de arte, esos asesinos de personas, no tienen como
dicen muchos las cabezas huecas, vacías, no. Es mucho peor, las tienen llenas
de odio, de fanatismo, de ideas basura, de infamias, de mentiras, en las que un
supuesto Dios, vejado hasta el absurdo, les pide que cometan lo que todas las
religiones califican de pecados absolutos y los que todos los no religiosos
entenderían como tales. Su odio les ciega, y nada les frenará en su afán de
destrucción si no es algo que se les enfrente, algo que impida que sigan, sala
en sala del museo, pueblo en pueblo de la llanura iraquí, destrozando, matando,
persiguiendo y arrasando lo que encuentren a su paso. Ayer fueron estatuas en
Mosul, hoy quizás los aldeanos de una localidad, mañana los recursos naturales
de una comunidad, y así hasta que su fanatismo agote todo lo que encuentre a su
paso o alguien les pare, como sucedió con los nazis en el pasado o con hordas
similares que, a lo largo de los siglos, han utilizado las mismas y
aborrecibles prácticas. Y es que en el campo del salvajismo casi todo está
inventado. La moderna tecnología sólo refina las tácticas y permite conocer sus
resultados con mayor velocidad.
En 2013 visité Berlín, y un lugar
obligado en el que estar, y más tratándose de un “letraherido” como yo, era la
Bebelplatz, sita muy cerca del Teatro de la Ópera y de Unter den Linden, en lo
que fue el este de la ciudad. Allí en 1933 tuvieron lugar esas escenas que
todos recordamos de libros ardientes, multitudes enfervorizadas arrojándolos
con pasión, y jerarcas nazis, organizadores de aquel acto, regodeándose ante el
monstruo que estaban creando. En aquel entonces nada hicimos para impedir que
ese monstruo se frenase, y no lo entendía, y cuando lo intentamos fue demasiado
tarde, y la II Guerra Mundial comenzó. Hoy, en otro contexto, la historia,
cruel, parece repetirse, y el nuevo monstruo que quema libros y mata personas
tampoco encuentra a quien le frene. Y no lo entiendo.
Subo a Elorrio el fin de semana y
me cojo dos días de vacaciones. Si no hay problemas, el siguiente artículo será
el miércoles 4 de marzo.