Esta semana, cuando vi por primera
vez en la web las noticias que recordaban la década transcurrida desde el
incendio del Windsor, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Diez años desde aquello,
diez!!! Si me dicen que fue hace tres, cinco o seis hubiera dicho que sí a cualquiera
que me lo hubiese propuesto. Recuerdo que era un sábado y yo ese fin de semana
estaba en Elorrio. Al levantarme mi madre me dio que había un gran incendio en
Madrid, y lo primero que pensé fue en la zona antigua, en esos edificios
colindantes, viejos, con mucha madera. Al poner la radio y oír lo del Windsor,
la torre, la sorpresa me venció.
Pero el escalofrío al que me
refería antes no tienen relación con el recuerdo de cómo me enteré del
incendio, no, sino con el hecho del tiempo transcurrido y lo que ha pasado (y
no) desde entonces. Escribo hoy este artículo desde la misma mesa que ocupaba
el Lunes después del incendio, y donde entonces podía divisar los restos
chamuscados del edificio, parcialmente cubiertos por la mole de Torre Picasso, hoy
veo la nueva torre Titania, igualmente cubierta por el blanco vertical
picassiano. Sobre mi mesa hay papeles distintos a los de entonces, el ordenador
es diferente, la pantalla es mucho más grande y menos pesada, planísima, y el
software que me proyecta es más estilizado, pero me sirve para realizar lo
mismo. El trabajo que desarrollo es esencialmente igual y por el cobro menos de
lo que lo hacía entonces. El mundo a mi alrededor ha cambiado mucho. El país se
ha transformado por completo, desde esa fecha en la que aún seguíamos hinchando
nuestra falaz burbuja y nos poseía la creencia de ser mejores, más guapos y
mucho más ricos de lo que realmente éramos hasta ahora, cuando parece que
queremos empezar a levantarnos y quitarnos los restos de la ruina que sobre nos
otros se ha abatido durante los años en los que nuestras mentiras ardieron como
el propio Windsor y nos mostraron, al igual que el edificio ya apagado, una
realidad de negra ceniza y escombro. En la vida de los que me rodean han pasado
muchas cosas. Matrimonios, hijos, carreras profesionales, avatares, despidos,
nuevos empleos, divorcios (afortunadamente pocos) fallecimientos… un poco de
todo, pero en la mía no ha sucedido nada que me haga pensar en unos años
ganados, sino más bien lo contrario. Mi padre ha fallecido en este tiempo, en
lo que es el hecho personal más trascendente de estos años, pero el trabajo, que
he logrado consolidar, o eso dicen, sigue siendo igual. El piso en el que vivo
es el mismo que hace diez años, empequeñecido por la constante acumulación de
libros, más de mil en esta década, que llenan sus paredes, reclaman su espacio
y rodean de manera confortable pero agobiante a su poseedor. No he conocido el
amor en todos estos años, ni nada que se le parezca. Si la aspiración, la ilusión
de creer que ahí estaba, pero como el Windsor, hay ocasiones en las que las
llamas más poderosas no son las que más iluminan, sino las que arrasan con más
virulencia el lugar con el que se ensañan. Me tocó despertar también de esa
burbuja, artificial, creada por mi mismo, quizás imbuido por marcha del país,
de la que tenía serias dudas, pero que con su fuerza me arrastraba a creer que
podía alcanzar algunas cimas que parecían estar a mi alcance, y que se
demostraron, como esas paredes de granito que en las cordilleras atraen a los
escaladores, absorbentes pero inaccesibles. Queda el consuelo de que, si no he
alcanzado esa felicidad supuesta, tampoco he causado pena ni tristeza a nadie,
pero creo que eso no maquilla el balance. No puedo utilizar una contabilidad estilo
Bankia para autoengañarme.
He hecho varios viajes, muy poco tiempo en total
si se compara con esa década inmensa, en los que he disfrutado mucho y aprendido
más. He leído grandes libros, visto buenas y malas películas, disfrutado de
soberbias puestas de sol, escuchado grandiosa música, el mayor bálsamo junto
con la palabra escrita para los que tenemos un corazón letraherido, en cursi quizás,
pero créanme que acertada expresión, pero mantengo la sensación de que en estos
diez años no he hecho nada que tenga un gran valor, ni he hecho feliz a nadie,
ni he creado algo que merezca la pena por sí mismo. Ese es el poso que me deja
esta década convulsa.
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