viernes, febrero 13, 2015

¿Qué he hecho desde que se quemó el Windsor?

Esta semana, cuando vi por primera vez en la web las noticias que recordaban la década transcurrida desde el incendio del Windsor, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Diez años desde aquello, diez!!! Si me dicen que fue hace tres, cinco o seis hubiera dicho que sí a cualquiera que me lo hubiese propuesto. Recuerdo que era un sábado y yo ese fin de semana estaba en Elorrio. Al levantarme mi madre me dio que había un gran incendio en Madrid, y lo primero que pensé fue en la zona antigua, en esos edificios colindantes, viejos, con mucha madera. Al poner la radio y oír lo del Windsor, la torre, la sorpresa me venció.

Pero el escalofrío al que me refería antes no tienen relación con el recuerdo de cómo me enteré del incendio, no, sino con el hecho del tiempo transcurrido y lo que ha pasado (y no) desde entonces. Escribo hoy este artículo desde la misma mesa que ocupaba el Lunes después del incendio, y donde entonces podía divisar los restos chamuscados del edificio, parcialmente cubiertos por la mole de Torre Picasso, hoy veo la nueva torre Titania, igualmente cubierta por el blanco vertical picassiano. Sobre mi mesa hay papeles distintos a los de entonces, el ordenador es diferente, la pantalla es mucho más grande y menos pesada, planísima, y el software que me proyecta es más estilizado, pero me sirve para realizar lo mismo. El trabajo que desarrollo es esencialmente igual y por el cobro menos de lo que lo hacía entonces. El mundo a mi alrededor ha cambiado mucho. El país se ha transformado por completo, desde esa fecha en la que aún seguíamos hinchando nuestra falaz burbuja y nos poseía la creencia de ser mejores, más guapos y mucho más ricos de lo que realmente éramos hasta ahora, cuando parece que queremos empezar a levantarnos y quitarnos los restos de la ruina que sobre nos otros se ha abatido durante los años en los que nuestras mentiras ardieron como el propio Windsor y nos mostraron, al igual que el edificio ya apagado, una realidad de negra ceniza y escombro. En la vida de los que me rodean han pasado muchas cosas. Matrimonios, hijos, carreras profesionales, avatares, despidos, nuevos empleos, divorcios (afortunadamente pocos) fallecimientos… un poco de todo, pero en la mía no ha sucedido nada que me haga pensar en unos años ganados, sino más bien lo contrario. Mi padre ha fallecido en este tiempo, en lo que es el hecho personal más trascendente de estos años, pero el trabajo, que he logrado consolidar, o eso dicen, sigue siendo igual. El piso en el que vivo es el mismo que hace diez años, empequeñecido por la constante acumulación de libros, más de mil en esta década, que llenan sus paredes, reclaman su espacio y rodean de manera confortable pero agobiante a su poseedor. No he conocido el amor en todos estos años, ni nada que se le parezca. Si la aspiración, la ilusión de creer que ahí estaba, pero como el Windsor, hay ocasiones en las que las llamas más poderosas no son las que más iluminan, sino las que arrasan con más virulencia el lugar con el que se ensañan. Me tocó despertar también de esa burbuja, artificial, creada por mi mismo, quizás imbuido por marcha del país, de la que tenía serias dudas, pero que con su fuerza me arrastraba a creer que podía alcanzar algunas cimas que parecían estar a mi alcance, y que se demostraron, como esas paredes de granito que en las cordilleras atraen a los escaladores, absorbentes pero inaccesibles. Queda el consuelo de que, si no he alcanzado esa felicidad supuesta, tampoco he causado pena ni tristeza a nadie, pero creo que eso no maquilla el balance. No puedo utilizar una contabilidad estilo Bankia para autoengañarme.

He hecho varios viajes, muy poco tiempo en total si se compara con esa década inmensa, en los que he disfrutado mucho y aprendido más. He leído grandes libros, visto buenas y malas películas, disfrutado de soberbias puestas de sol, escuchado grandiosa música, el mayor bálsamo junto con la palabra escrita para los que tenemos un corazón letraherido, en cursi quizás, pero créanme que acertada expresión, pero mantengo la sensación de que en estos diez años no he hecho nada que tenga un gran valor, ni he hecho feliz a nadie, ni he creado algo que merezca la pena por sí mismo. Ese es el poso que me deja esta década convulsa.

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